Qin Gang, el nuevo ministro de Exteriores chino, tiene una lengua bien curtida por años de batallas diplomáticas. Sabe devolver golpes dialécticos, maneja la retranca si es necesario, rezuma confianza en sí mismo. Tiene 56 años, lleva más de tres décadas al servicio de la cancillería china y se convirtió en un rostro conocido por sus réplicas, a menudo tajantes, como portavoz de Exteriores. Estrechó los lazos con el presidente, Xi Jinping, mientras lo acompañaba por las capitales del mundo tras ser nombrado director general de protocolo. A este hombre de 56 años le corresponde ahora proyectar al exterior la melodía diplomática china en un periodo de zozobra global, con el incendio de la guerra de Ucrania en Europa, y las relaciones con Estados Unidos en un momento crítico.
La lista de altercados es larga, va del bloqueo en el sector de los semiconductores a la cuestión existencial de Taiwán, y el miércoles, en su primera comparecencia como ministro ante la prensa, dejó su impronta en un buen número de intervenciones contundentes: “Si Estados Unidos no pisa el freno y continúa a toda velocidad por el camino equivocado, no habrá barandilla que impida el descarrilamiento, y seguramente habrá conflicto y enfrentamiento”, avisó a Washington.
Asumió el cargo en diciembre de 2022, después de un paso fugaz por Washington como embajador. A menudo se le encuadra entre los llamados “wolf warriors”, los lobos guerreros, exponentes de la diplomacia afilada de Pekín en los últimos años. El título hace honor a un taquillazo de acción, una especie de Rambo chino, que reparte balas y exalta los valores nacionales (hay dos partes, Wolf Warrior 1 y 2, estrenadas en 2015 y 2017, respectivamente).
“Duro y directo”
Quien se ha cruzado con él en su trayectoria diplomática todavía lo recuerda. En palabras de una alto cargo de una capital europea, que mantuvo con Qin un encuentro de gran nivel ―telemático: eran tiempos pandémicos― cuando este era viceministro de Exteriores: “Me sorprendió que fuese tan duro y directo”.
Los encuentros de este tipo suelen ser tranquilos y después, quizá en un breve aparte, volverse algo más francos. En este caso, fue áspero en cuanto la conversación tomó la senda del Tíbet, de Hong Kong y de esos asuntos que no le agradan a China. Se le pidió que Pekín aceptara la visita de la entonces alta comisionada de Derechos Humanos para la ONU, Michelle Bachelet, a Xinjiang, una región bajo sospecha por la represión de la minoría uigur. Qin enfureció y replicó que quiénes eran para dar lecciones de derechos humanos cuando China había sacado a millones de personas de la pobreza y en algunos lugares de Europa se sofocan las manifestaciones de forma violenta, según recuerda. Su reacción, describe la fuente, fue propia de un “lobo feroz”. “Vamos a ver ahora si muerde o no muerde como ministro, porque su función es abrir puertas”, apunta.
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Bachelet logró hacer esa visita; el informe, publicado el verano pasado, sostiene que China pudo cometer crímenes contra la humanidad contra los uigures y otras minorías étnicas musulmanas al aplicar políticas que implicaron detenciones arbitrarias masivas y otros graves abusos.
Algunos analistas le reconocen a Qin su intención de rebajar las llamas con Estados Unidos durante su último empleo como embajador en Washington. Fue enviado poco después de que Joe Biden llegara a la Casa Blanca, en 2021, tras el mandato inflamable de Donald Trump, pero tampoco tuvo tiempo de profundizar.
Tras cerca de año y medio dejó el cargo y escribió una tribuna en The Washington Post a modo de despedida. “El futuro del planeta depende de una relación estable entre Estados Unidos y China”, tituló el artículo, en el que reconocía que aterrizó en la capital estadounidense en un momento “complicado y difícil” con casi todo el diálogo y los mecanismos de intercambio suspendidos; las empresas chinas “injustamente sancionadas”; los intercambios interpersonales “severamente impactados por la pandemia”; y con su país a menudo considerado como el “competidor más serio” de Estados Unidos. Las cosas no mejoraron durante su estancia. En 2023, la percepción de China entre los estadounidenses ha alcanzado mínimos: solo un 15% la ven de forma favorable, según Gallup.
Ejecutor de las políticas del presidente
En círculos diplomáticos no le conceden demasiada capacidad de acción y consideran que será un ejecutor de las políticas de Xi Jinping, un presidente rodeado por una cúpula de poder hecha a medida y sin voces discordantes tras el congreso del pasado octubre del Partido Comunista. El giro culminará este viernes con su reelección ―con toda probabilidad― como presidente del país en el plenario de la Asamblea Popular Nacional (el legislativo chino). “En mi opinión, [Qin] es un wolf warrior de corazón”, dice un diplomático europeo radicado en Pekín. “Ahora bien, como ministro interpretará el papel que se le haya adjudicado”.
De momento se puede inferir que Xi es quien lleva la batuta y Qin quien toma el altavoz y eleva los decibelios. Si el lunes el presidente aseguraba que “los países occidentales, encabezados por Estados Unidos, están implementando una contención y una supresión total de China”; al día siguiente, en su estreno ante los medios, Qin acusó a Washington de tratar de “contener y suprimir” a Pekín en su camino al desarrollo, de querer hacerla “tropezar” de forma tramposa, de sucumbir a un “nuevo macartismo histérico”. Le reclamó que dejara de inmiscuirse en lo que el país asiático considera un “asunto interno” (Taiwán) y acompañó la intervención con un gesto teatral (replicado en innumerables medios y que venía a decir que maneja la escena). Así, tomó un ejemplar de la Constitución entre las manos y leyó: “Taiwán forma parte del territorio sagrado de la República Popular China”.
Nacido en la provincia portuaria de Tianjin, Qin, estudió en la Universidad de Relaciones Internacionales de Pekín, donde se forman muchos de los cuadros con vocación exterior; según The New York Times, trabajó brevemente para la agencia estadounidense United Press International como asistente, una figura casi imprescindible para la prensa extranjera en China; entró a formar parte del Ministerio de Exteriores en 1992, donde ha ido escalando puestos: ascendió a jefe del departamento de Información en 2011, a director general de protocolo en 2014, a viceministro de Exteriores en 2018; entre medias fue consejero y ministro de la misión diplomática china en el Reino Unido. En octubre, entró a formar parte del Comité Central del Partido, uno de los máximos órganos de poder de la jerarquía comunista, el trampolín hacia la cartera de ministro. Habla inglés, está casado y tiene un hijo.
Su fama de wolf warrior es tan abultada que en la rueda de prensa del martes una de las preguntas giró en torno al asunto (lo cual indica interés por parte de Pekín: las cuestiones son filtradas de forma previa). Con su respuesta irónica despertó un murmullo de risas: “Recuerdo que cuando acababa de llegar como embajador chino a Estados Unidos, los medios estadounidenses exclamaron: ‘Aquí viene un guerrero lobo chino”. En su regreso a Pekín, dijo, le han dejado de llamar así. “Me siento un poco perdido”, bromeó.
Pero la llamada “diplomacia wolf warrior”, añadió, es una “trampa narrativa”. Citó a Confucio: “Hay que devolver la amabilidad con amabilidad, y el resentimiento con justicia”. Y aseguró que en la política exterior de Pekín “no faltan la buena voluntad y la amabilidad”, pero ante eventuales ataques de “chacales o lobos” a los diplomáticos chinos no les queda más remedio que “bailar con los lobos y proteger la patria”.
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