Natural de Puebla de Alcocer (Badajoz), donde cuentan con un museo dedicado a su paisano, nació en 1849 y llegó a medir 2,35 metros. Esta más que considerable altura se debió a una enfermedad: padecía acromegalia. Enfermedad provocada por un tumor situado en la hipófisis produciendo una secreción excesiva de la hormona del crecimiento, provocando que extremidades, cráneo y órganos internos crezcan más de lo normal.
En 1875 Agustín llega a Madrid, la prensa nacional se hace eco de la noticia. Mientras el doctor Velasco inaugura su museo. Velasco es un entusiasta del estudio de las malformaciones anatómicas, por lo que de forma inmediata se interesa por el caso.
Agustín Luengo muere el 31 de diciembre de ese mismo año, convenciendo el doctor a la madre para que done su cuerpo «en interés de la ciencia». Esa misma Nochevieja le practica la autopsia al cadáver, crea un molde de escayola y conserva el esqueleto del gigante. Tanto el molde de escayola como los restos óseos podemos visitarlos en el Museo antropológico de Madrid.
Del gigante se ha dicho que trabajó en un circo exhibiendo su desmesurado tamaño, así como que llevó una vida disoluta que le provocó su temprana muerte, a los 26 años de edad, hechos que, según Luis Ángel Sánchez Gómez, doctor en Historia y profesor titular de la Universidad Complutense de Madrid, no parecen ser ciertos.
El desmesurado crecimiento empezó a notarse a partir de los catorce años. La acromegalia que padecía le generó problemas de salud, entre ellos pérdida de visión y dolores. De hecho, fueron estos padecimientos los que llevaron a madre e hijo a viajar hasta Madrid, pasando antes por Andalucía y por los baños de Fuensanta, en Ciudad Real, en busca de un remedio.
En Madrid fue recibido por Alfonso XII, recogiéndolo la prensa de la época. Parece que el monarca le regaló un par de botines de piel, del número 52.
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