¿Estarían de acuerdo Zapata y Cárdenas?


Tras la publicación de Realismo capitalista. ¿No hay alternativa?, libro que debería ser de lectura obligatoria en el México actual pues discute de manera frontal y lúcida la creencia de que no es concebible una alternativa radical al sistema capitalista, el escritor y teórico cultural Mark Fisher reunió varias de las crónicas que había publicado antes bajo el pseudónimo de K-punk.

En ese segundo libro, que al final se titularía Los fantasmas de mi vida. Escritos sobre depresión, hauntología y futuros perdidos, Fisher va incluso más allá de lo que había postulado en Realismo capitalista. ¿No hay alternativa? Y es que además de reiterar, como hace, por ejemplo, nuestro gobierno actual, que no es verdad que debamos enterrar en el pasado aquello que hacía de este un tiempo de mayores solidaridades, en nombre, casi siempre, del entretenimiento individual, plantea que nuestro presente —algo que nuestro gobierno ya no se atreve a plantear— se encuentra clausurado, además de por aquello que ya no es, por todo aquello que nunca fue.

—La hauntología, término que por primera vez utilizó Derrida en su libro Espectros de Marx, se refiere, fundamentalmente, a la sombra ontológica que las ideologías del pasado tienden sobre las ideas que rigen cualquier presente, en forma, por supuesto, de fantasmas que, en vez de recorrer un continente, recorren una temporalidad. Así, al revés que la ontología, la hauntología desmenuza al individuo a través de todo aquello que no es la presencia idéntica del sí mismo. Ahora bien, para Fisher, que no es precisamente un seguidor de Derrida y que va, desde mi punto de vista, mucho más allá del filósofo francés, la hauntología es la evidencia de que nada goza de una existencia positiva; que, en pocas palabras, todo lo que existe, existe única y exclusivamente gracias a la ausencia. Pongámoslo así: más que lo que vivimos, importa lo que asedia, rodea y asfixia aquello que vivimos—.

Por supuesto, la consecuencia de que el presente se encuentre clausurado, es decir, asfixiado por aquello que no es, que nunca fue e, incluso, por aquello que todavía no es, no podía ser otra que la de una vida —miles de millones de vidas, en realidad— condenada al eterno retorno de lo mismo, que no es otra cosa que la repetición, para colmo, cada vez menos fiel y cada vez más descafeinada e insípida, del pasado: cualquier pedazo, fragmento, trozo o retazo de pasado. Fisher ejemplifica esto, de manera por demás magistral, a través de la música, que era uno de sus temas favoritos: hace tiempo, dice, se terminó la capacidad de producir innovaciones, porque hace tiempo que los músicos fueron vencidos por el lado oscuro de la hauntología, que es lo mismo que decir: las últimas innovaciones musicales vinieron de los raves y el postpunk, porque estos fueron los últimos movimientos que intentaron oponer algo distinto a la cultura dominante.

Y es que, en este sentido, para Fisher la cultura musical popular —pero no solo esta: también la literaria, la cinematográfica, la social, la política, la histórica, la mental, la simbólica— ha sido “reducida a ser un mero espejo de la subjetividad del capitalismo tardío”, situación que, evidentemente, deber ser combatida y vencida. ¿Cómo? A través, fundamentalmente, de dos herramientas: la resurrección de la memoria histórica y la revitalización de los futuros extraviados, precisamente, en aquellos puntos en los que un presente determinado fue vencido por el pensamiento que luego sería hegemónico. Hay que buscar, a través de la nostalgia, pero no de una nostalgia referida a aquello que fue y se extinguió naturalmente, sino a aquello que no es pero podría y debería haber sido, pues sólo entonces seremos capaces de reimaginar formas innovadoras y modos de vida alternativos.

—Escribe Fisher: “Dada la ubicuidad de la nostalgia, la pregunta debería ser: ¿nostalgia de qué? Es raro tener que aclarar que comparar el presente de un modo desfavorable con el pasado no es algo automáticamente nostálgico o culposo, pero el poder de las presiones deshistorizantes del populismo es tan grande que la aclaración debe ser hecha explícitamente. El populismo propaga la ilusión relativista de que la intensidad y la innovación están distribuidas homogéneamente en todos los periodos culturales. Es la tendencia a sobreestimar falsamente el pasado lo que provoca que la nostalgia sea mayor: pero una de las lecciones que nos da Andy Beckett en su historia de Gran Bretaña en la década de 1970 es que en muchos sentidos subestimamos falsamente un periodo como los setenta. En efecto, Beckett muestra que el realismo capitalista fue construido sobre una mitificación monstruosa de la década. A la inversa, nos vemos inducidos a sobrestimar falsamente el presente; y aquellos que no pueden recordar el pasado, están condenados a que les vendan ese mismo pasado una y otra vez, indefinidamente”—.

Una nostalgia por lo que podía ser, antes que por lo que fue: es así como deberíamos encarar, para entenderlo y transformarlo, el presente de México y de todos los mexicanos. Y es que aunque es verdad que muchos aspectos de nuestro pasado fueron mejores que el neoliberalismo, éste, el neoliberalismo, a través de lo que quería que fueran nuestros recuerdos, sentó las bases de la distopía capitalista de nuestro siglo XXI. Por eso no se debe añorar a secas ni buscar repetir el pasado sucedido, sino que se debe, más bien, buscar todo aquello que se perdió cuando esos pasados que añoramos dejaron de ser lo que podían haber sido, antes que lo que fueron. Debemos buscar los futuros que perdimos, antes que aquello que ya fue vivido. Más que lo que hicieron los santos patronos del gobierno actual, es decir, más que lo que hicieron Juárez, Madero, Zapata o Cárdenas, importa lo que habrían hecho después de haber sido cancelados como presente.

Desgraciadamente, esto no ha sido comprendido por el actual gobierno, que se limita a vender el humo de lo que fue, en lugar de la llama de aquello que pudo ser —sin darse cuenta, además, de que esta forma de actuar, de que este discurso tramposo, fácil y atrapado en el lado oscuro de la nostalgia, reproduce otras formas de actuar y otros discursos aún más peligrosos: de ahí que hoy, por ejemplo, haya tanta gente, tantos imbéciles, pues, que confundan el nacionalismo de mediados de siglo con el desprecio y el racismo hacia los inmigrantes, hacia cualquiera o cualquier cosa, de hecho, que no diga hecho en México—. Los espectros de la actual administración no pretenden futuros perdidos ni cuestionan, en última instancia, la nostalgia formal del mundo del realismo capitalista.

En lugar de anhelar porque sí, en vez de esconderse del futuro en uno o en varios personajes históricos, nuestro gobierno —y, junto con éste, nuestra sociedad— debería estar buscando la reanudación de los procesos que fueron truncados, sin merecer ese final. No sé a ustedes, pero a mí, por ejemplo, me resulta complicado creer que, de haber evolucionado el ideario de Zapata, las tierras seguirían reservadas para los megaproyectos extractivos, como me resulta difícil de creer que, de haberlo hecho el pensamiento juarista, se hablaría de otorgarle derechos políticos o canales de televisión a las iglesias, igual que me resulta imposible pensar que, de seguir vivo el cardenismo, los cuerpos represivos del Estado estarían persiguiendo, cazando y encarcelando migrantes.

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