Llueve sobre mojado en América Latina. El anunciado estancamiento de las economías más fuertes lastrará los esfuerzos regionales contra el subdesarrollo y multiplicará los problemas de naciones jaqueadas por la inestabilidad política, la corrupción y el pobre crecimiento del PIB, que este año se situará de media por debajo del 1%. Esos déficits son la espoleta de una lacra que parece irremediable: el paro encubierto, la informalidad laboral de más de 140 millones de latinoamericanos, en torno al 53% de la población activa.
Asumiendo que el político piensa en las próximas elecciones y el estadista, en las próximas generaciones, cabe concluir que el subcontinente está plagado de politicastros, los estadistas son una especie en vías de extinción y los políticos con sentido de Estado, un bien escaso.
Reformas estructurales imprescindibles son adulteradas o postergadas, mientras que las ocupaciones que no pagan impuestos ni están amparadas por la legislación laboral y la seguridad social crecen más que el empleo formal. Ocurre por sexto año consecutivo. Las crisis en Venezuela, Argentina y Nicaragua son mayúsculas, y pocos avances caben esperarse a corto plazo, pero tampoco el comportamiento de México y Brasil es ilusionante pues continúa fabricando migrantes y chamarileros.
Los indicadores macroeconómicos crecen o decrecen cíclicamente sin una siembra de futuro sostenible porque las riñas políticas y la ausencia de consensos traban la durabilidad de los ingresos fiscales y los programas. La erradicación de la pobreza y la reducción de la desigualdad, prioridades en la Agenda 2030 aprobada por la ONU en 2015, siguen siendo cantos marianos en América Latina y el Caribe, donde el 40% de la población ocupada percibe ingresos inferiores al salario mínimo de su país; el porcentaje es mayor en las mujeres (48,7%) y en los jóvenes entre los 15 y los 24 años (55,9%), según la Cepal.
Latinoamérica es heterogénea, pero comparte vulnerabilidades y retos. Uno de ellos es apuntalar una institucionalidad con certeza jurídica, gestión eficiente y recursos. El abordaje de la informalidad exige políticas inclusivas que corrijan los abusos perpetrados por la liberalización económica de los noventa para facilitar el comercio de bienes y servicios y los flujos financieros internacionales.
Salvo honrosas excepciones, no se visualiza la puesta en marcha de transformaciones estructurales contra el paro encubierto y la fragilidad de las clases medias, confundidas por los bandazos gubernamentales y las farsas ideológicas. La lentitud en la generación de estabilidad laboral causa fatalismo, aprovechado por el populismo para desplegar su arsenal de mentiras y milagros contra la gangrena de la informalidad y la indecencia.
Puedes seguir EL PAÍS Opinión en Facebook, Twitter o suscribirte aquí a la Newsletter.