Raquel Alonso en una imagen reciente.Víctor Sainz
16 de junio de 2022. Raquel Alonso, madrileña de 51 años, no puede quitarse esa fecha futura de la cabeza. Es el día en que su exmarido, Nabil Benazzou (Casablanca, 1972), saldrá de la cárcel de Pontevedra, tras cumplir los ocho años de prisión a los que fue condenado por pertenencia a organización terrorista. Cien son los días de la cuenta atrás de Alonso para lograr protección. Doce, los años de calvario que lleva, junto a sus dos hijos, de 15 y 20, desde que en 2014 asistió a la radicalización exprés —”en tres meses”— de su (ahora ya) exmarido.
“Me casé en 1997, tras dos años de noviazgo, con un hombre normal, que venía de Tánger, estudiaba en Madrid Ingeniería Industrial, divertido, cariñoso, respetuoso, conocí a toda su familia, y él a la mía, compartíamos valores, viajes, fiestas, cañas, copas… y luego dos hijos… La muerte de su padre le llevó hasta la mezquita de la M-30 en 2014, y en cuestión de semanas ya nos estaba trayendo libros que debíamos aprender de memoria, obligando a rezar cinco veces al día… Tras cuatro años de discusiones, fue detenido, afortunadamente. Yo me divorcié de un extraño, alguien a quien no conocía”.
Raquel Alonso y Nabil Benazzou en Bilbao, en 2014, una semana antes de que fuese detenido.
En una sentencia histórica conocida recientemente, una juez de la Audiencia Provincial de Madrid le ha dado la patria potestad de sus vástagos a Alonso exclusivamente. “Las pruebas practicadas demuestran que sí existe un nexo entre los hechos que se declaran probados en la sentencia penal y las circunstancias concurrentes y el desarrollo integral de la menor, siendo un dato incontestable que el padre, en ese proceso de radicalización sufrido que refleja la sentencia, ha transmitido a sus hijos unos valores incompatibles con la satisfacción de las necesidades afectivas de la niña, con un desarrollo armónico y con su derecho a vivir en un entorno libre de violencia, pues la educación transmitida era la justificación de la violencia, la falta de respeto a los derechos humanos, y en definitiva, la justificación de atentados terroristas y consecuentemente, de la muerte de otras personas, estando dispuesto a trasladarse a combatir a Siria tras un proceso de radicalización que afectaría a sus hijos necesariamente, que tras la detención del señor Behazzou sufrieron las consecuencias de verse señalados como hijos de un terrorista”, reza el auto emitido por el juzgado de Familia número 75 de Madrid en diciembre de 2021.
Sin protección
Sin embargo, el 3 de diciembre de 2020, un año antes de que la justicia reconociera el peligro que supone un yihadista en la familia —”aún más radicalizado en prisión”, según aseveran fuentes de los servicios de seguridad del Estado conocedoras del caso—, le quitaban también a Alonso la protección otorgada por un juzgado de la Audiencia Nacional el 8 de junio de 2020 como testigo protegido. “Han sido años de amenazas, agresiones físicas en plena calle, acosos y persecuciones por parte del entorno islamista”, explica Alonso, mientras muestra el taco de denuncias interpuestas en todo este tiempo de huida a ninguna parte.
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“Me he mudado ocho veces de casa, y casi otras tantas he tenido que cambiar a mis hijos de colegio, he perdido empleos, amigos, vecinos, he vivido bajo el estigma de ser “la mujer del terrorista”, he tenido que reinventarme, he montado la fundación Acreavi (Asociación contra el radicalismo extremista y ayuda a víctimas)…”, cuenta, desesperada.
El motivo de retirarle la protección que reivindica es “un informe de la policía en el sentido de que las amenazas recibidas por la testigo protegida no han sido proferidas en el ámbito del procedimiento penal, sino que lo son en el entorno que procede a la custodia de los hijos que comparte con el condenado Nabil Benazzou”, recoge el auto de la Audiencia Nacional que justifica el cese de esa medida. Según el informe policial, Raquel Alonso debe solicitar protección en un juzgado de Violencia contra la Mujer. Su abogada presentó un recurso contra esa decisión, pero fue desestimado en un auto de la Audiencia del 21 de mayo de 2021.
Raquel Alonso y Nabil Benazzou durante su noviazgo, en un viaje a Marruecos en 1996.
La última amenaza llegó al buzón de su casa el pasado 1 de febrero: “Tu hija tiene una misión con Allah, nunca te la quedarás, antes morirás”. Estaba escrita, “como las otras”, con letra de niño sobre un dibujo de niño, señala Alonso, para quien “todo esto comenzó después de haber declarado en contra de quien era su marido en la policía”, asegura.
Nadie parece dudar de que Raquel Alonso y su familia necesitan protección, aunque Benazzou saldrá, como el resto de la célula, en un régimen de libertad vigilada. Sin embargo, existen discrepancias entre los agentes expertos en yihadismo consultados. Unos defienden que “por supuesto” puede ser considerada una “víctima del terrorismo” y, en consecuencia, ante la amenaza persistente y la inminente salida de su exmarido de prisión debe de tener la protección correspondiente. Otros, entienden, que “no es víctima del terrorismo, en todo caso, si hay amenazas o lesiones, lo sería de género”.
El resultado es que Raquel y sus hijos siguen huyendo y viviendo sin protección. Apuntan matrículas de vehículos sospechosos, realizan fotografías de personas que se les aproximan, controlan movimientos raros en redes sociales, han hecho cursos de defensa personal, acuden al psicólogo para controlar la ansiedad y el estrés…
Raquel Alonso es una de las mujeres, junto a Luna y Yolanda (hoy todavía con 17 menores a su cargo en los campos para yihadistas de Al Holl, en Siria), de la llamada brigada Al Andalus. Una célula yihadista nacida y desarrollada en la Mezquita de la M-30 entre 2011 y 2014. Siguiendo la llamada de Abu Bakr al-Baghdadi, ocho de ellos se fueron (apoyados y acompañados por sus mujeres e hijos) a combatir junto a lo que sería después el califato del Estado Islámico (ISIS en sus siglas en inglés). Otros ocho, como Nabil Benazzou, fueron detenidos en junio de 2014, poco antes de partir.
Raquel Alonso se convirtió desde entonces en “la mujer del terrorista”. Un estigma que le ha marcado la vida, y contra el que ha luchado hasta publicar su libro: Casada con el enemigo, que más pronto que tarde tendrá su versión cinematográfica. Pero su miedo y su angustia son hoy muy reales: “Solo quiero conseguir protección para mi hija antes de que mi exmarido salga de la cárcel”.
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