“Todo es político en Irán”, afirma, tajante, Elnaz Sarbar Boczek. Esta antigua ejecutiva de Google, nacida en la República Islámica apenas seis meses después del triunfo de la revolución del ayatolá Jomeini en 1979, combina ahora su tiempo entre su hija recién nacida y el activismo en favor de las protestas contra el velo que han tomado las calles de Teherán y otra cincuentena de ciudades iraníes. “Si eres mujer, tienes que pensar cómo vas a salir vestida a la calle. Cuando vas a leer tienes que plantearte el qué, y si te va a traer problemas. Eso es político. Cada pequeño acto cotidiano en Irán tiene una motivación política”.
Las movilizaciones que han estallado tras la muerte, el 16 de septiembre y bajo custodia policial, de Mahsa Amini, una joven kurda detenida por los agentes de la policía de la moral en Teherán por no cubrir lo suficiente su cabello en público, son ya las más importantes en Irán desde las que clamaron contra la situación económica en 2018 y 2019. La represión del régimen va a tono: ha dejado ya más de 150 muertos, según la organización Iran Human Rights, con sede en Noruega.
El país nunca ha sido ajeno a las manifestaciones callejeras; ni desde la llegada al poder del régimen islamista chií ni durante la era del sah. Pero esta vez hay algo distinto: la desobediencia civil está encabezada por mujeres, que se quitan en público el pañuelo obligatorio, que debe ocultar su pelo, y se rapan la cabellera; y se ha desencadenado en protesta por lo ocurrido a una mujer. Algo impensable hace un puñado de años y que hace pensar a las activistas iraníes en el exterior que algo está empezando a cambiar. “Al régimen no le tiembla el pulso en reprimir a la gente. Es posible que acabe disolviendo esto por la fuerza. Pero creo que hay un germen con el potencial de derrocar el sistema”, opina Sarbar Boczek.
Esta ingeniera, que emigró a California cuando tenía 28 años, hace 14, lleva ocho colaborando como activista, junto a otras iraníes en el exterior, en campañas digitales para ampliar las voces y las protestas de las mujeres iraníes en favor de sus derechos y contra el régimen. Ideadas por la periodista y activista Mahsi Alinejad, entre las iniciativas más célebres se encuentra My Stealthy Freedom (Mi libertad con sigilo), lanzada en 2014 y que pedía a las mujeres que colgaran fotos de ellas mismas sin velo. Con My camera is my weapon (Mi cámara es mi arma), presentada hace un lustro, la idea es utilizar la cámara del móvil como testigo que grabe los encuentros de las mujeres con agentes de la policía de la moral ―o simplemente espontáneos―, que las increpen por las calles por no llevar el atuendo “correcto”.
La activista Elnaz Sarbar Boczek.
Esos vídeos se cuelgan en las redes sociales ―solo en Instagram, una aplicación que Irán no censuró hasta muy recientemente, tras estallar la actual ola de protestas, y donde Alinejad cuenta con más de ocho millones de seguidores― para que se vean en Irán y en el resto del mundo. “La idea es alentar a los iraníes a practicar la desobediencia social y, al mismo tiempo, presentar el Irán actual al resto de la población mundial, decirles: ‘Ey, en pleno siglo XXI están pasando estas cosas”, explica Sarbar Boczek.
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La también activista Shahrzad Chagalvaee, profesora universitaria y artista residente en Nueva York, coincide con ella. “La gente dentro de Irán sabe lo que tiene que hacer. Están luchando con el régimen, día y noche, y tratando de protestar. Las mujeres están en primera línea de frente. En el exterior nosotras intentamos amplificar su voz para decir que esta gente no solo está protestando contra la policía de la moral. Están gritando abajo con la República Islámica, alto y claro”. Y agrega: “La policía de la moral y la persecución contra las mujeres y la comunidad LGTBI es algo fundamental dentro del sistema. Por eso la gente quiere derrocarlo”.
Fisuras en la censura
Las campañas digitales han cumplido un papel en la concienciación de la opinión pública iraní en los últimos años. Irán mantiene un potente sistema de censura, pero hasta ahora exhibía fisuras suficientes como para que quien quisiera pudiera acceder a lo que buscase en internet. Y la joven población de la república islámica ―85 millones, de los que un tercio tienen menos de 30 años― es experta en bucear en las redes sociales. Y consciente de ello, el régimen ha bloqueado aún más el ciberespacio desde el comienzo de las protestas.
“Somos el eco de la voz de los iraníes”, consideran las activistas en el exterior que se encuentran tras estas campañas. “Yo pienso que no quiero llevar pañuelo, pero en Irán hay millones de mujeres que opinan lo mismo. Y, por ejemplo, en una de las campañas les pedimos que cuelguen dos fotos, una de cómo van por la calle y otra de cómo les gustaría ir, de su verdadero ser. Y nos mandan una con pañuelo ―como tienen que salir de casa ― y otra sin él, como les gusta verse. En cuanto aparecen las primeras, empezamos a recibir muchas más”, explica Elnaz. “Eso es lo que nos indica que hemos tenido éxito. Que nuestras campañas se hacen eco de la gente que quiere hacerse oír, gente que está lista para que la escuchen”.
Es una tarea que les ha ganado la antipatía del régimen, que acusa a estas activistas de estar en manos de intereses extranjeros. Alinejad, periodista de Voice of America y una de las disidentes más odiadas por los mulás, recibe constantes acusaciones de ser una espía o de estar a sueldo de Estados Unidos. En su caso, la situación es peligrosa: el año pasado, el FBI reveló que agentes iraníes planearon secuestrarla para llevarla, a través de Venezuela, de vuelta a la República Islámica, donde su futuro habría sido más que incierto. “Tenemos que estar continuamente desmintiendo esas acusaciones, aunque nadie se cree ya lo que diga el régimen”, explican estas exiliadas.
Ahora, contemplan con orgullo, esperanza y un poco de preocupación las movilizaciones en su país natal. La opinión pública, apuntan, ha evolucionado mucho en la última década. Ahora está más dispuesta a apoyar los derechos de la mujer. En los vídeos de las protestas, aunque la mayoría de los participantes son muchachas jóvenes, se ve también a varones. “Eso hubiera sido impensable, no hace tanto”, sostienen.
“Cada vez más gente se está dando cuenta de que la libertad colectiva está relacionada con la libertad de la mujer”, apunta Changalvaee. Durante décadas, explica, la República Islámica “trató de segregarnos de muchas maneras distintas. En el caso de hombres y mujeres, si eres un hombre no te tienen que preocupar los problemas de las mujeres, son asunto suyo. O las minorías: si eres kurdo, es tu problema, el resto del país no tiene que preocuparse por ti. Nos han segregado sistemáticamente y han estado eliminando el sentimiento de empatía entre nosotros, el sentimiento de que tengo que defender a alguien que no es como yo, que no comparte mi identidad, pero con quien tengo que solidarizarme”. Eso, considera, es uno de los cambios más visibles en las movilizaciones actuales.
Las activistas llaman a la solidaridad del exterior y, sobre todo, de las feministas occidentales. El hiyab, recuerda Changalvaee, “no es una elección”. “No lo será hasta que todas las mujeres puedan decidir si quieren llevarlo o no”.
El hiyab, una “herramienta de control”
El pañuelo, la obligación para las mujeres en Irán de cubrirse el cabello, es más que una mera prenda, explica activista Shahrzad Chagalvaee. Es una “herramienta de control” impuesta por el régimen sobre el cuerpo de la mitad de la población, un deber que encarna toda la represión del sistema jomeinista, que convirtió el hiyab en una “bandera del antiimperialismo”.
“Si tú no tienes control sobre lo que te puedes poner, ¿cómo vas a tener control sobre lo que otros te dicen que puedes hacer o no? ¿cómo vas a pedir explicaciones? ¿cómo vas a poner límites? ¿cómo vas a pedir al gobierno que rinda cuentas?”, añade Elnaz Sarbar Boczek.
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