Estar continuamente en el foco público, dedicándose supuestamente a mejorar la existencia del amado pueblo, no sé si exige talento y honestidad, pero sí poseer grandes dotes para la interpretación, para vender tu personaje en el gran mercado de la política para intentar ser creíble. Los mejores actores y actrices parecen no estar interpretando. Son seductores y convincentes en múltiples registros, se ganan al público. Creo que hay dos actrices de primera clase en la política actual. Una es Isabel Díaz Ayuso. Parece espontánea, natural, directa, de cerebro rápido, transmite con potencia lo que se supone que piensa y siente. Abusa un montón, eso sí, de tópicos machacones. Puede llegar a aburrir su abuso del concepto libertad, o su conclusión de que los izquierdistas tienen cuernos y rabo, que son Satán en la Tierra.
La otra es Yolanda Díaz. Me creo que el Manifiesto Comunista representa la Biblia para ella, que su ancestral anhelo sea asaltar los cielos. Pero mantiene las formas, viste bien, va de suave, ilustrada y negociadora, conoce y practica la etiqueta. O sea, es altamente peligrosa. Sospecho que va a tener gran recorrido en la movida de la cosa pública. Y está claro que los votantes de estas dos señoras no lo harán tapándose la nariz, que las creen merecedoras de su confianza, que las veneran.
Pero en el terreno de la comunicación abundan las actrices grimosas, enfatizando con voces y tonos lamentables las noticias que les conviene. Solo les falta hacer pucheros ante la desgracia ajena. No es que se sientan empoderadas, sino que aspiran al poder absoluto. Creerán, con razón, que tienen carrera por delante militando en la permanente cacería de brujos. Su indignación y su activismo pueden provocar bochorno. Imagino que en otras y asquerosas épocas también se habrían apuntado y serían promocionadas en la Sección Femenina de Falange. Los tiempos han cambiado, pero la mierda siempre ha sabido sacar provecho de ellos.
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