Adrián Vicente, la nueva promesa del taekwondo español que ha irrumpido a todo gas


Adrián Vicente siempre está de buen humor. Tiene un desparpajo brutal y muchas ganas de entrenarse, competir y conseguir una medalla en los Juegos de Tokio (su prueba, la de -58 kg en taekwondo, es el sábado 24). Pero, sobre todo, tiene una gran fortaleza mental a sus 22 años. La que le ha permitido sobrellevar algunos insultos y faltas de respeto que ha recibido en sus redes sociales estos dos últimos meses, los que han pasado desde que la comisión técnica de la Federación española de taekwondo (RFET) decidiera incluirle en la lista para los Juegos en lugar de Jesús Tortosa. La plaza para los Juegos no es nominal sino para para el país, siempre y cuando tenga a dos deportistas entre los 20 primeros puestos del ránking olímpico, por lo que cualquiera de ellos dos podía ser elegido para representar a España en los Juegos.

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La comisión técnica eligió finalmente a Adrián Vicente debido, según fuentes de la Federación, al “bajo rendimiento y a la desconexión” de Tortosa en el último año y medio, desde que empezó la pandemia. Consideran a Adrián el deportista con más opción de medalla en los Juegos y con más progresión para París 2024. De repente, el joven taekwondista de Alcalá de Henares (Madrid) se vio rodeado de un revuelo importante por las protestas de Tortosa. Pero, según cuentan sus compañeros Javier Pérez Polo y Raúl Martínez, nada le afecta. El propio Adrián lo confirma cuando se le pregunta por cómo ha vivido esta situación: “Yo soy un chico que me inhibo de esto, me centro y me sigo centrando en mi trabajo que es lo que tengo que hacer”. Prueba de ello son los resultados cosechados en los últimos meses: plata en el Europeo, oro en el Open de España y bronce en el Open de México.

Javi Pérez Polo, uno de sus compañeros de entrenamiento y de aventura olímpica, destaca de él la habilidad de tener los ojos siempre muy abiertos: “Es muy listo, no sólo en el combate sino en lo que es el taekwondo, sabe en qué fijarse, sabe ver qué es lo bueno que tiene Raúl [Martínez, el capitán], que es lo bueno que tengo yo, sabe coger un poquito de esto y de lo otro. Y además tiene muchísima ilusión y si todo eso lo sumas… pues eso”. Así lo define Pablo del Río, psicólogo del CAR: “Es muy trabajador, una esponja”. Miguel Ángel Herranz, técnico de la selección que ha clasificado por primera vez a tres atletas de forma directa (por ránking), lo describe con estas palabras: “Fortaleza mental y ambición ganadora”.

En el equipo olímpico (Raúl Martínez, que buscará medalla en -80 kg, y Javier Pérez Polo, que peleará en -68kg) le arropan como a un hermano pequeño. Hay muy bien ambiente en estas últimas semanas de concentración pese a las durísimas sesiones de entrenamiento de la recta final hacia los Juegos. Y pese que se ha estropeado el aire acondicionado de la sala de combates en el CAR de Murcia y parece que hay 50 grados. El tapiz termina empapado de sudor, suena reggaetón a tope y no hay un momento de respiro.

En Los Alcázares se han concentrado un mes, lejos de todo y para cambiar de rutina y de aires. Sólo descansan los domingos. La playa está a 30 metros del Centro de Alto Rendimiento. “Acabamos tan reventados que no nos entran ganas de hacer nada”, dicen los tres. Y siempre se les ve juntos.

Adrián empezó tarde, con 12 años, mucho más tarde que sus compañeros, que con cinco ya gateaban por el tapiz; y tarde también para la edad de comienzo habitual en taekwondo (ocho). Eso sí, dice que siempre fue un apasionado de artes marciales. “Cuando vivía de chiquito en Mejorada del Campo mi madre me apuntó a kárate con cinco años. Cuando nos mudamos a Meco, seguí con judo. Se fue el entrenador y lo tuve que dejar. Tuve un parón en las artes marciales y me apunté cuatro años a baloncesto”.

Hasta que ganó los campeonatos escolares de taekwondo y su profesor le dijo que se le daba bien, que por qué no iba a probar a un gimnasio de Alcalá. “Me daba cosilla y tardé en ir. Estaba en mi zona de confort con el baloncesto, con mi grupo y en mi cabeza me decía: a ver qué me va a esperar en ese gimnasio. Nunca había pisado uno”. Lo que se encontró le enganchó.

“Parecía masoquismo”

El grupo de taekwondo lo dirigía Herranz, que le conoce desde hace 10 años. Y le tuvo 12 meses sin competir. Así lo recuerda Adrián: “Sólo entrenábamos: para afianzar técnicas y para crear esas ganas de querer competir y comerte el mundo. Era su filosofía”. Lo que le costó un poco más fue saltar al escenario y verse catapultado en la competición: “empecé como todos, pillando [suelta una carcajada], iba fatal de nervios, a veces tenía que irme un rato porque me entraban ganas de vomitar. Estuve un año mal, me encantaba entrenar y me encantaban las competiciones, pero me creaban una ansiedad que sufrí durante un tiempo. ¡Parecía masoquismo eso: me ponía nervioso pero quería seguir compitiendo!”.

Y siguió hasta cosechar resultados (en 2018 ganó el Europeo en -54kg) y entrar al Centro de Alto Rendimiento (CAR). Primero de externo –durante un año cogía dos trenes y un bus para llegar desde Meco, entrenarse y volver- y luego, desde 2019, becado como interno. La progresión ha sido muy buena.

“Un biotipo muy bueno”

Cuando se le pregunta a Herranz qué vio en Adrián Vicente, contesta: “Lo primero, un biotipo muy bueno, unas cualidades físicas muy aprovechables para el taekwondo actual. Enseguida se vio que era un deportista mentalmente muy bueno, con capacidad de afrontar cualquier situación y complicación. No se ponía nervioso en los momentos claves. Donde los demás flaquean mentalmente, él no se achanta”.

Eso es lo que transmite. No se esconde cuando se le pregunta qué ve cuando piensa en Tokio: “Opción de medalla, sin ningún tipo de duda”. Tampoco cuando se le pregunta por una virtud y por un aspecto a mejorar. “Mi virtud es la constancia en todo. Técnicamente me considero un rival con buen ritmo y bloqueo. Al tener menos experiencia que los demás en el tapiz, tengo que mejorar a manejar esos tiempos de marcador/tiempo”.

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