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Afganistán, una guerra inacabada


El doble atentado en las proximidades del aeropuerto de Kabul arroja una gran incertidumbre sobre una situación ya de por sí angustiosa y extrema, que supera los peores pronósticos desde que los talibanes se hicieran con el control de la capital del país.

Ayer mismo, el Reino Unido, Australia y Estados Unidos habían alertado de un inminente ataque islamista, aconsejando a sus nacionales que se alejaran de la Abbey Gate, la puerta de entrada al aeropuerto y lugar de las explosiones de ayer. El pronóstico se cumplió con las dos bombas que acabaron con la vida de al menos 40 personas, incluidos niños y oficiales estadounidenses. Al condenar el atentado, los talibanes precisaron que el área estaba bajo control estadounidense y de hecho esa es la nacionalidad señalada de las víctimas no afganas.

Las consecuencias son fáciles de prever. En un plazo inmediato, el ataque pondrá en peligro la carrera contra el reloj por evacuar a los extranjeros y sus colaboradores afganos, algo que difícilmente podrá lograrse para el 31 de agosto, la línea roja marcada por los talibanes y el presidente de Estados Unidos, Joe Biden. El medio y largo plazo plantean una serie de interrogantes que agudizan el drama.

A la espera de confirmar la autoría de los atentados, los indicios iniciales apuntan a la rama afgana del Estado Islámico (ISIS), el llamado ISIS de Khorasan, grupo yihadista bien implantado en Afganistán y contrario a la política de negociaciones practicada por los talibanes con Estados Unidos. Pero las conjeturas abundan. En un mundo donde los atentados son moneda común, no cabe excluir ningún origen. El ISIS y su utopía de un califato universal entraría en pugna con los intereses nacionales de los talibanes, afines en ideología, pero rivales sobre el terreno. Recordemos que el Gobierno talibán se comprometió a no permitir que grupos terroristas atacasen a Estados Unidos y a sus aliados.

Lo sucedido cuestiona la capacidad talibana de controlar el país. Cabe prever un endurecimiento de las medidas que adopte el Gobierno de los milicianos, con el pretexto de garantizar una mayor seguridad. Será una tiranía que por razones técnicas tendrá bajo la mira a todos los sectores de la población, un régimen de vigilancia y castigos implacable que encontraría, paradójicamente, su justificación en la “lucha contra el terror”.

Desde una perspectiva internacional, de producirse nuevos atentados pueden verse comprometidas todas las expectativas de equilibrios proyectados con los talibanes, incluso por parte de los países unidos en su rivalidad frente a Estados Unidos, y críticos del intento de exportar el modelo de democracia liberal fuera de Occidente.

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En el peor de los escenarios podríamos asistir a una nueva etapa de esta guerra interminable, que desestabilizaría definitivamente la región.

@evabor3

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