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Alain Afflelou: “Le dije que no a Sharon Stone”

Revuelo en la gran suite de un hotelazo de Madrid. Monsieur Afflelou, recién comido tras un simposio con sus franquiciados en Madrid, concede la única entrevista de su viaje con motivo del lanzamiento de su marca de audífonos —“tu segundo par por un euro más”— parece contento y se ofrece gentil al careo. Pelea en broma con el fotógrafo sobre fútbol —uno del Real Madrid; el otro, del Paris Saint Germain—, se quita las gafas y las limpia porque quiere que brillen en la foto y luego se le olvida ponérselas. Está en su salsa. No menos de cinco asistentes asisten a la conversación entre divertidos y perplejos por la labia del gran jefe, incluida Eva Ivars, directora general de la marca en España, que ejerce de intérprete. Se le ve relajadísimo. Tanto, que sufro cuando rebasamos de lejos el tiempo estipulado en base a que el señor Afflelou tenía que coger un vuelo a tal hora en Barajas de regreso a su domicilio en Ginebra. Cuando por fin se va a toda prisa, alguien me tranquiliza: el avión es suyo.

¿Cuántas gafas tiene?

Debo de tener 20 en circulación. En casa, en el coche, en la mochila, en todas partes, así no tengo que perder el tiempo buscándolas. Eso sí, son todas iguales. Mis colaboradores me regañan, pero creo que solo tienes que cambiar si otras te quedan mejor. Yo ni las siento. De eso se trata. Pagaría por no llevarlas.

¿Por qué no se opera la vista?

Lo haré cuando se operen los cirujanos. Tengo una regla: si estás bien, no te busques más problemas. Si algún día tengo cataratas, igual aprovecho y me hago todo.

¿O sea, que usted pagaría por no llevar gafas y a nosotros nos mete dos por una por los ojos en sus anuncios?

La idea me vino cuando empecé a trabajar en mi óptica, al ver que las mujeres son coquetas. Se pasaban dos horas probándose todas las gafas de la tienda. Yo las asesoraba estéticamente. Si les ofreces dos por una, salen más contentas. Me gusta que la gente salga feliz. Está estudiado que si haces a un cliente feliz, te trae siete, y si le decepcionas, te quita once.

¿Qué tipo de gafas quedan mejor?

Las que no ves en la cara del otro, las que se funden con el rostro, aunque sean rojas y enormes. ¿Tú llevas? Póntelas.

Sí, tengo dos pares, pero no son suyas.

La próxima vez será. ¿A ver? Unas te quedan mejor que otras. Ahora recordarás que Afflelou te dijo las que te quedaban mejor y dejarás las otras como reserva.

¿A usted también le importa tanto la opinión ajena?

No la de cualquiera. Pero yo no puedo meterme en política, por ejemplo. Una vez, cuando Chirac ganó las elecciones, me invitaron a un debate y tomé posición en contra de la extrema derecha de Le Pen. Dije: ‘Ahora vamos a atrevernos a hablar de inmigración e integración”. Al día siguiente, me vinieron franquiciados míos a quejarse de que había habido clientes que habían dejado de ir. Nunca he tenido un cliente de más por criticar a Le Pen, pero sí de menos en mis tiendas de Burdeos, por ejemplo, porque él era de Burdeos.

Usted fue inmigrante en Francia desde Argelia. ¿No hay convicciones, como la defensa de los derechos humanos, por encima del negocio?

Sí, pero no, porque yo hablé con mis tripas y mi corazón. Y las consecuencias no fueron para mí, sino para mis franquiciados. Mis convicciones las muestro en la intimidad. Años después participé en la campaña electoral de Laurent Fillon. Luego, cuando saltó el escándalo [Fillon, ex primer ministro francés, fue condenado en 2020 por corrupción] me preguntaron si no me arrepentía. Dije que no, porque cuando lo hice no lo sabía. Soy un hombre fiel. Me han ofrecido cosas para comprarme, pero jamás me he dejado comprar.

A fuerza de machacarnos con él en la tele, ha logrado que los españoles pronunciemos bien su impronunciable apellido. ¿Por qué se lo puso a su marca?

Porque no tengo otro y para que nadie pueda copiarlo. Ahora todos me dicen que es bonito, pero era la broma de todo el colegio, siempre tenía que deletrearlo. Una vez, hace 25 años, coincidí con Charles Aznavour en una fiesta y me presentó a su hija diciendo: “Aquí el señor Afflelou, el francés más conocido que yo”. Le respondí: “La diferencia es que a ti te pagan por salir en la tele y yo tengo que pagar para que me saquen.

¿Qué es el lujo para usted, que es hijo de panadero y hoy es multimillonario?

Puede sonar pretencioso, pero soy totalmente sincero: poder comprar las cosas sin mirar el precio. Desde una botella de agua ahora mismo, a un Ferrari cuando mis hijos eran pequeños y eso les hacía ilusión. Ver la alegría en ellos es el verdadero lujo.

¿Por qué trabaja, pudiendo estar contando sus millones?

Se cuentan rápido, y después me aburro. En serio, he trabajado toda mi vida, llevo 50 años en esto. Tener dinero no es una señal de éxito para mí, sino de tranquilidad. Estoy contento de tener medios para disfrutar y hacer que la gente a la que quiero disfrute.

¿Fichar a Sharon Stone como imagen de sus gafas fue un sueño cumplido o una fría decisión comercial?

En realidad, ella vino a mí.

¿Qué me narra?

En aquella época, ella llevaba tiempo sin hacer cine en Estados Unidos. China la vetó por posicionarse a favor del Dalai Lama. Estaba en horas bajas. Su agente me contactó, nos vimos en el estreno en París de Instinto básico 2, ella fue extremadamente amable conmigo hasta el punto de que tuve problemas con mi mujer, Rosalie, que es una tigresa [mira cómplice]. Y, cuando ella pudo liberarse de otros compromisos, firmamos un contrato. Es una mujer fantástica, una estrella, maravillosa. Ha sido excepcional para la marca, y hasta para los peluqueros franceses, porque las señoras pedían el peinado de Sharon en el anuncio de Afflelou. Ganamos todos.

¿Y por qué ya no lo anuncia?

También es una mujer con un carácter difícil. Yo soy el patrón, y conmigo era todo el rato “Alain, Alain, Alain”, pero, cuando yo no estaba, no hablaba con el equipo. Estoy muy agradecido y orgulloso de su trabajo para la marca, pero al final fue tan difícil que le dije que no y corté el contrato.

Sus campañas de publicidad son constantes. ¿Nunca es suficiente?

Soy un óptico enamorado de la publicidad. Tenemos el ejemplo de Coca-Cola, que dejó de anunciarse, Pepsi le tomó la delantera y nunca más volvió a ser la cola más vendida. Lo intrínseco de la publicidad es insistir, darle al clavo. Decía Henry Ford que si inviertes dos millones en publicidad, hay uno que no sirve para nada, pero nunca sabes cuál de los dos millones es. Pues eso. Hay un momento en que la gente se fatiga, no sé cuándo llega, solo sé que funciona.

Está en España para vendernos audífonos. A mucha gente le da apuro llevarlos. ¿Se ve capaz de quitarles la vergüenza?

Sí, porque la gente sufre si no oye bien. Y es una pena, habiendo remedio, sufrir por tener miedo a que nos consideren viejos, sordos, discapacitados. Yo llevo audífonos [se los quita]. Los necesito para oír bien y por tanto para vivir bien. Llevamos un rato hablando y no se ha dado cuenta. Y, si lo hubiera notado, da lo mismo.

HOMBRE ANUNCIO

Alain Afflelou (Argelia, 74 años) nació y vivió en Mascara, en la Argelia francesa, hijo de padres panaderos, hasta que emigró a Burdeos, donde estudió y abrió su primera óptica hace ahora 40 años. Hoy, multimillonario dueño de un imperio de ópticas en Europa, en el que España supone su segundo mercado, su nombre es sinónimo de gafas bonitas y baratas que él mismo publicita en continuas y machaconas campañas publicitarias. Ahora está empeñado, además, en vender audífonos a pares con su famoso dos por uno. 


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