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Alarma sobre Libia

El presidente de Egipto, Abdelfatá Al Sisi, (en el centro), y el comandante Jalifa Hafter, (a la derecha), el pasado 6 de junio, en El Cairo.Presidencia de Egipto

Desde la caída del dictador Muamar el Gadafi en 2011 Libia se ha sumido en una espiral de violencia y desestructuración institucional y social que han convertido al país prácticamente en un Estado fallido. Las dos principales facciones que luchan por el poder político y el control del territorio han ido sumando aliados exteriores de muy diferente signo, algunos de los cuales han pasado del apoyo político al respaldo sobre terreno con el peligro añadido que representa un choque militar directo —intencionado o accidental— entre ellos. Y la internacionalización del conflicto se está acelerando, lo que además constituye un gravísimo problema para la estabilidad del Mediterráneo y para la propia seguridad europea.

En este contexto, la declaración oficial realizada por Egipto de que se dispone a intervenir militarmente en el país norteafricano en el caso de que las tropas del Gobierno libio —apoyado por Turquía y reconocido por la ONU— avancen sobre varias localidades en manos del mariscal rebelde Jalifa Hafter —respaldado por Rusia y el propio Egipto, entre otros—, debe ser tomada muy en serio y servir de toque de alarma para realizar los esfuerzos diplomáticos necesarios que en primer lugar reduzcan la intervención internacional y a continuación reconduzcan el proceso.

Moscú, que apoya al mariscal Hafter, ha participado en el conflicto con aviones de combate, mientras que Ankara ha enviado al Gobierno gran cantidad de armamento y drones de combate que son operados por militares turcos. Turquía además ha facilitado el traslado de combatientes sirios para respaldar al Gobierno libio. Por si fuera poco, en el país y aprovechando el caos, operan también milicias del Estado Islámico. En medio, la población civil libia y cientos de miles de migrantes que llegan desde el África subsahariana con la esperanza de poder entrar en Europa.

Los reiterados esfuerzos diplomáticos para encontrar una salida han sido protagonizados principalmente por la Unión Europea o alguno de sus principales Estados miembros como Alemania, pero a la vista está que no han tenido resultado. Es más, Europa ha dado una preocupante muestra de desunión frente a un conflicto armado a gran escala que está en su propia frontera. Esto ha permitido a Rusia dar golpes de efecto —como la reunión del pasado enero entre ambas partes y el anuncio de un alto el fuego nunca cumplido— tan espectaculares como estériles. Es cierto que desde marzo de este año la UE lleva cabo la Operación Irini, que trata de hacer cumplir el embargo de armas a Libia impuesto por la ONU en 2011, pero esto es claramente insuficiente ante una guerra que amenaza con extenderse.


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