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‘Alba’: el relato de la cultura de la violación

El poder que da pertenecer a un sexo específico, el masculino, y el que suma el dinero. La estructura que lo mantiene y lo alimenta. La impunidad que ofrece, y el derecho, falso, que otorga: la apropiación de lo que se desea, de a quien se desea, como si se fuese dueño. Ese es el marco en el que se mueve Alba, la nueva serie de Atresmedia que el grupo estrena este domingo en su plataforma Atresplayer Premium y que radiografía en su primer capítulo algunas de las cuestiones básicas de la cultura de la violación y las agresiones sexuales en España a través del relato de una violación múltiple.

Elena Rivera, de 28 años, es la Alba de Alba después de haber estrenado en los últimos dos años dos ficciones también como protagonista, Inés del alma mía y La verdad, tras su paso por Cuéntame cómo pasó. La actriz asegura en conversación telefónica que afrontó este proyecto con infinito respeto: “Sin sensacionalismo ni morbo. No intenta colarte ningún mensaje, no hay lecciones, no es pretenciosa. Y esa es su fuerza: la historia, contar lo que pasó, y cómo lo que pasó le puede pasar a cualquiera”. Asegura que “todos” eran “conscientes” de que era algo que había que tratar con “muchísimo cuidado”: “Que la gente entienda por lo que tienen que pasar esas mujeres, que tomen conciencia viéndolo. Que se entienda su dolor, por qué no es no y por qué ocurre lo que ocurre cuando no hay consentimiento”.

En los 67 minutos del primer capítulo de la adaptación española de la serie turca Fatmagül se dibuja a una chica como cualquier otra chica que vuelve al pueblo en el que nació tras pasar un año estudiando en Madrid, un pub como los hay a miles por toda la costa, una noche cualquiera de verano. Alcohol, drogas, música. La gente con la que fue al colegio, al instituto, los de siempre, las calles de siempre. Y en una de ellas, tropieza con tres amigos: se acercan, se dan cuenta del estado de Alba, la levantan, la soban, la cargan como un bulto, la descargan en el terrizo, a las afueras, y la violan por turnos. La llevan hasta la playa, la dejan allí, sobre la arena. Y se marchan.

No hay dudas ni reticencias ni discusión ni culpabilidad. Lo hacen como si acabaran de decidir tomarse la última antes de volver a casa. “No hemos violado. Recordad que a pesar de todo ha sido una puta pasada”, dirá uno de ellos al día siguiente, cuando se enteren por teléfono de que la mujer a la que agredieron era la novia de Bruno —el actor Eric Masip—, el cuarto del grupo, a la que todavía no les había presentado. También entonces perfilarán otro de los cimientos de esa cultura, que las mujeres son intocables solo si tienen algún lazo que las una a otro hombre y que ese hombre sea conocido. “Es su culpa [de Bruno], que nos hubiera dicho que era su novia, tío, que nos follamos a otra, qué más da”, dirá otro.

Dice Rivera que la serie “muestra una realidad” de la que ella ha tomado más conciencia: “Cada vez que volvía del rodaje lo hacía con el estómago revuelto”. Esa realidad contabilizó el pasado año en España 13.240 delitos contra la libertad sexual –un 13,6% menos que el año anterior (15.319)–, según el último balance trimestral de criminalidad del Ministerio del Interior. De ellos, 1.602 con penetración.

De las agresiones múltiples no se desagregan aún datos oficiales, pero según el portal Geoviolencia Sexual, que las recoge desde 2016 ―cifra en 211 las que se tiene constancia desde entonces―, 27 ocurrieron en 2020. Y según la última Macroencuesta de violencia contra la mujer de la Delegación del Gobierno contra la Violencia de Género, del año pasado, “el 12,4% de las mujeres que han sufrido violencia sexual fuera de la pareja manifiesta que en alguna de las agresiones sexuales participó más de una persona, porcentaje que asciende al 17,3% entre las mujeres que han sufrido una violación [penalmente, la violación es considerada una agravante de la agresión sexual, que se diferencia del abuso sexual en que existe violencia e intimidación, y se produce cuando hay acceso carnal o de objetos por vía vaginal, anal o bucal]”.

Rivera alguna vez caminó con “el mismo miedo que cualquier otra mujer”: “Lo tenemos interiorizado, esto de ir con tus amigas, coger taxi, mandar mensaje cuando llegas a casa. Esquivar personas o sitios que están más oscuros… Esa es nuestra realidad, en la que desde que naces se te dice que eres el género inferior”. Esa sensación se acrecentó un día, durante el rodaje de dos de las escenas de la violación, la que aparece en el primer capítulo. Dos momentos que la cambiaron a ella, dice, y al equipo.

La primera, “cuando ella camina por la calle, muy drogada. Fue la última que rodamos aquel día y tuve ese momento de darme cuenta, del agobio y de la frustración, de lo que estaba contando, por lo verdadero que era. Sé que soy actriz y que todo era ficción, pero me removió. Me cambió”, cuenta. La segunda, el momento de la agresión: “Se necesitan muchos planos, fueron entre ocho y diez horas de rodaje y todo estaba medido y coreografiado, y la sensibilidad y la delicadeza de mis compañeros, de todo el mundo, era impresionante, pero hubo un momento en el que sentí verdadero agobio, necesitamos parar cinco minutos. Aquella escena nos cambió el chip a todos”.

Ahora, dice la actriz, piensa a menudo “en la fuerza que sacan las mujeres para seguir con su vida”. En el caso de Alba —una ficción que representa cientos de miles de realidades en el mundo: la ONU estima que una de cada tres mujeres han sufrido violencia física o sexual solo por parte de sus parejas o exparejas en algún momento de su vida–, “la valentía para demostrar lo que ocurrió como ocurrió, que se haga justicia y que no queden impunes”. Cree que la conciencia social crece “ante algo que sigue ocurriendo”, y también cree que, como puede ocurrir ante la realidad, ver la serie “no va a ser fácil”.

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