Alberto San Juan (Madrid, 53 años) estudió periodismo porque le daba vergüenza reconocer que quería ser actor. Trabajó un par de años en Diario 16, pero finalmente, se atrevió a matricularse en la escuela de interpretación de Cristina Rota. Hijo del dibujante Máximo y de la actriz y locutora de radio Pilar Guijarro, fue uno de los actores de moda en los años de El otro lado de la cama, taquillazo del que se cumplen dos décadas. El año pasado ganó el Goya a mejor actor de reparto por Sentimental y en 2008 se llevó el de protagonista por Bajo las estrellas. Fue uno de los artífices de la gala del No a la Guerra de 2003. En los últimos años se ha volcado en el teatro. Ahora vuelve a las tablas con Lorca en Nueva York.
Pregunta. Al final de la función aclara que es Lorca quien habla, no usted. El público se sorprende por la actualidad del discurso del poeta. ¿92 años no son nada?
Respuesta. Entonces nadie había empezado a hablar del cambio climático, pero hoy vemos que es literalmente verdad, al margen de perspectivas ideológicas. El texto de la obra lo dice Lorca en 1930, en Madrid, tras pasar un año fuera. Lo que plantea al volver de Nueva York y ver el capitalismo es que cuando lo vivo se convierte en mercancía, empieza a morir. Y eso nos lleva a la posibilidad de un colapso de la sociedad humana tal y como la conocemos. Básicamente hay dos alternativas: o la autodestrucción lenta o la transformación total. Así de radical es la visión de Lorca. Se ha discutido en el Congreso a quién votaría hoy. Me parece absurdo. Él siempre se puso del lado de los más vulnerables. Cuando habla de los gitanos en El romancero gitano o de los negros en el poemario de Nueva York no solo está refiriéndose a ellos, sino a cualquier oprimido. Habla del dolor de ser negro en un mundo que los rechaza, y de ser homosexual en un mundo donde no se puede ser homosexual —“Quiero llorar porque no soy un hombre, soy una rosa”—. Y habla de temas universales y eternos: la soledad, el deseo de amar…
P. Durante la obra también habla de la importancia del “duende”. Dígame un momento en que se le haya aparecido y otro en el que le haya abandonado.
R. “Duende” es una palabra clave, mágica. En el mundo del cante jondo, de quienes Lorca decía que cantaban “desde las últimas habitaciones de la sangre”, saben mejor lo que es. Para mí consiste en tomar conciencia de formar parte de algo que va más allá de uno mismo. Es un conjuro contra la soledad. Siento duende, por momentos, en esta función, un día con mi hijo, o cuando me veo en una manifestación con un montón de gente, como en el 15-M. Pero también hay momentos en que desaparece y me siento solo, abrumado por la impotencia.
P. Lorca en Nueva York está en el teatro de Bellas Artes, pero sigue vinculado al Teatro del Barrio, que nació en 2013 y según su web es un “espacio político”. ¿La cultura es una trinchera, un método defensivo?
Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
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R. No me gusta esa palabra porque remite a lo bélico y al estancamiento. Una trinchera es una zanja, no quiero estar ahí. Para mí, “política” es una palabra hermosísima que se refiere a la organización de la vida. No puedo creer que la democracia real es un sistema en el que las cuestiones públicas se resuelven entre una élite y la población no tiene voz más allá de escoger cada cuatro años a unos representantes que tampoco se comprometen con los programas por los que se les ha votado. Hoy la política se parece a rellenar una quiniela, ir con el Atleti o el Madrid y poco más. El Teatro del Barrio y, para mí, cualquier teatro, es un espacio donde se hace política porque en él se habla de los asuntos públicos, de lo que nos pasa. Es reflexionar para aprender a convivir mejor. Y eso se puede hacer con una obra sobre el conflicto de algún partido o con un texto de Chéjov. No hace falta hacer Ruz-Bárcenas. La única condición indispensable para que sea efectivo es involucrar al patio de butacas, que un espectáculo sea emocionante. Dentro de los 600 socios que forman la asamblea del Teatro del Barrio hay gente que no vota y gente que vota a diferentes partidos. Lo que nos une es que somos gente interesada en cómo se organiza la vida en común.
No soy un activista. Soy un actor del montón y un ciudadano participativo”
P. Muchas veces le presentan como activista. ¿Se considera un activista?
R. En absoluto. No soy un activista. Tengo esa etiqueta, pero soy simplemente un actor del montón y un ciudadano participativo que expresa en público más a menudo su visión política. Activistas son los de la PAH, la Marea Blanca, la verde…
P. Esas ganas de participar ¿dónde nacen? ¿En casa o fuera? ¿De la culpa o de la ilusión?
R. Nacen de un deseo permanente de comunicarme con el otro. Aquí también me siento muy identificado con Lorca. Él advierte contra el aburrimiento como enemigo. Dice: “Tengo delante a un dragón que me puede comer con sus 300 bostezos”. Quiere con vehemencia comunicarse con los demás. El duende aparece cuando se produce la comunicación con otros y desaparece cuando se interrumpe.
P. ¿Le perjudicó ese compromiso político en su carrera? Willy Toledo, que salió con usted con la camiseta del “No a la guerra” en la gala de los Goya de 2003, dice que después de aquello hubo una venganza.
R. Después del “No a la guerra” gente como Federico Jiménez-Losantos declaró que no volvería a ver ninguna peli española mientras siguiera la gente que había participado en la gala. A Willy Toledo sí le perjudicó. Yo no tengo conciencia de que me perjudicara.
P. ¿Aquel lema es trasladable hoy a la postura de España ante la invasión de Ucrania? Podemos se opuso al envío de armas.
R. Es un tema delicado, difícil. No a la guerra siempre. Todas las guerras son criminales: la de Ucrania, la invasión de Irak o los bombardeos de Gaza.
P. ¿Alguna vez le han recomendado que no se expresara como lo hace?
R. Mi madre me dice: “Ay, Alberto. No te metas en líos” (ríe).
P. El PP intentó vetar una de sus obras, Autorretrato de un joven capitalista español. ¿Le sorprendió?
R. Trataron de vetarme en dos: Autorretrato de un joven capitalista español y El Rey, sobre Juan Carlos I. En el primer caso fue el grupo municipal de Pinos Puente apoyado por la Diputación de Granada. En el segundo nos contrató el Ayuntamiento de Torrelodones y el grupo municipal del PP intentó pararlo. Pusieron carteles por la calle diciendo que el Ayuntamiento iba a financiar una obra hecha por proetarras. En ninguno de esos casos esa campaña fue efectiva.
P. Todavía hay quien se jacta de no ver cine español y políticos que celebran públicamente una victoria de Rafa Nadal, pero no la nominación de españoles en los Oscar. ¿A qué cree que se debe?
R. Se identifica a la gente del cine con una opción política de izquierdas y a Nadal, que no tengo idea de lo que piensa, no. Ese desprecio contra la gente del cine es algo histórico, somos como el oficio de “los rojos”. En cualquier caso, es muy grave que desde instituciones que manejan presupuestos públicos pueda despreciarse un campo de expresión artística. Es como si se despreciase la literatura española o el arte español.
Daría cualquier cosa por haber visto entre bastidores la conversación entre Feijóo y Casado
P. Participó en la obra Alejandro y Ana, lo que España no pudo ver del banquete de bodas de la hija del presidente. ¿De qué acontecimiento o negociación política reciente le hubiera gustado ver entre bastidores?
R. Como interesado en la dramaturgia, daría cualquier cosa por haber visto la reunión a solas entre Alberto Núñez Feijóo y Pablo Casado; la tarde en que Mariano Rajoy se encerró en un restaurante mientras se debatía la moción de censura contra él; o la conversación, si es que fue así, antes de la abdicación, con Felipe diciéndole a su padre diciéndole “te tienes que ir”, igual que había hecho él con el suyo.
P. ¿Qué se le pasa por la cabeza al ver las imágenes de la agresión de Will Smith en los Óscar?
R. Se puede entender desde el punto de vista visceral de la pasión humana, pero desde luego es una equivocación. Es un comportamiento machista terrible: la ofendida es ella, pero sale él a defenderla, y la forma de hacerlo no es la palabra, sino la agresión física. Me da pena Will Smith porque es un actor que me gusta, no se gana un Oscar todos los días, y en lugar de ser la noche que ganó el Oscar será para siempre la noche en que abofeteó a Chris Rock. Es una cagada como un piano.
P. ¿Se ha pegado alguna vez?
R. No. A mí sí me pegaron un par de veces de adolescente, pero yo nunca he pegado a nadie.
Intento librarme de mis rasgos machistas. Esa mirada invasiva a las mujeres, por ejemplo
P. ¿Ha visto mucho machismo en su profesión?
R. He visto mucho machismo en el mundo. Yo he sido criado en una sociedad machista. Y por eso me parece un motivo de alegría y de orgullo que estemos en un momento donde se está ampliando la conciencia sobre el machismo. Creo que viene del 15-M. Podemos dijo que iba a patear el tablero y luego que tenía que jugar con las reglas que había y ese fue su gran error. Pero el 15-M no fracasó porque sembró una conciencia crítica que permanece, por ejemplo, en el campo del feminismo. En los últimos años yo me he dedicado a examinar mis rasgos machistas y estoy intentando librarme de ellos.
P. ¿Por ejemplo?
R. Una forma descarada, invasiva, de mirar a las mujeres, de pensar en ellas, excesivamente condicionada por la sexualidad. Hoy, si estoy con un grupo de amigos y entra en el restaurante una mujer que me parece guapísima, me niego a volver la cabeza, seguir su recorrido y comentarlo con unas risitas. Me niego a que una mujer tenga que soportar eso. Y hoy no me pasaría lo que me ocurrió con un recital de poesía que hice en 2014: ni me di cuenta de que no había incluido a una sola poetisa.
P. Se cumplen 20 años de El otro lado de la cama, que recaudó más de 12 millones de euros. ¿Qué ha cambiado desde entonces, además de los ingresos de la taquilla?
R. Hacer cine hoy es distinto, más difícil. Para mí ir al teatro o al cine, que se apague la luz y un grupo de gente se emocione, ría o llore con desconocidos es un acto de comunión laica y esos momentos se están volviendo excepcionales. La gente ve cine en su casa porque han surgido infinitas plataformas y porque el cine es caro. Me parece muy simple decir que todo eso es simplemente por negocio, para tenernos en casa. Hay algo más detrás de esa hiperinflación de series televisivas, algunas de ellas hipercríticas con el sistema. No mires arriba cuenta que estamos asistiendo al final de la especie sin despegar el culo del sillón y eso es exactamente lo que estaba haciendo yo viendo esa película.
P. Era el actor de moda. ¿Cuánto dura eso en el cine?
R. Era uno de los actores de moda. Son temporadas. Casi todos mis amigos que han hecho pelis gordas, de protagonistas, han tenido periodos en los que han desaparecido. Son muy pocos los que se mantienen. En los noventa nadie hubiera dicho que Jorge Sanz o Gabino Diego un día no estarían. Parecían eternos. Hoy son eternos Luis Tosar, Javier Gutiérrez o Antonio de la Torre y me alegro porque son excelentes, pero pienso que hay otros que también lo son y si se repartiera el juego un poco más enriquecería el cine. Tiene mucho que ver con la cuestión comercial. A Javier Bardem no lo menciono porque está con un pie en Hollywood. Apenas lo conozco personalmente, pero lo amo como actor. Creo que en España hay buenísimos actores y luego está Bardem, que tiene duende. Pero sí, hay modas, por eso es importante no creer en el éxito, sino en el rigor. Conozco a actores y sobre todo a actrices excelentes que lo pasan mal.
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