Un empleado de Gazprom, la gasista estatal rusa, se dirige a una caja de interruptores y gira uno de ellos. Se apaga un mecanismo, el manómetro baja a cero. Una nube blanca cubre la pantalla: de golpe Europa se ha cubierto de hielo y nieve. “Y el invierno es largo”, canta una voz femenina acompañada de una melodía melancólica. El vídeo, de origen desconocido, se ha compartido miles de veces en las redes sociales alemanas. Su objetivo parece claro: meter el miedo a las duchas frías en el cuerpo de los europeos y que se replanteen si merece la pena seguir apoyando a Ucrania y enfadando a Moscú, donde se guarda la llave del calor invernal.
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La propaganda externa se cuela estos días por todos los resquicios de internet, pero también empiezan a verse movimientos internos que tienen preocupadas a las autoridades. La Oficina Federal para la Protección de la Constitución, los servicios de inteligencia internos alemanes, alerta de que extremistas de todas las tendencias están tratando de capitalizar la guerra en Ucrania y sus consecuencias. Si antes enarbolaron las restricciones de la pandemia, ahora estos grupos de ultraderecha, entre ellos el partido parlamentario Alternativa para Alemania (AfD, en sus siglas en alemán), dirigen sus consignas al aumento del coste de la vida y los precios disparados de la energía para sacar a la gente a la calle. Empiezan a hablar de un invierno de la ira (Wutwinter, en alemán).
Las protestas ya han empezado. El lunes pasado se concentraron en Leipzig, la segunda ciudad más poblada, tras Berlín, de la antigua Alemania del Este, alrededor de 4.000 personas. Todas protestaban aparentemente por lo mismo: la inflación y la pérdida de poder adquisitivo, pero con distintos mensajes. Y habían sido convocados por los extremos del espectro político alemán: el partido de izquierdas Die Linke, heredero de los poscomunistas, y la extrema derecha de AfD, a la que se sumó el partido regional Freie Sachsen (Sajones libres), nacionalista de ultraderecha. Los partidarios de unos y otros marcharon por separado, pero al mismo tiempo. Esto ha disparado las críticas a Die Linke de otras formaciones, especialmente de los democristianos.
Manifestantes de extrema derecha llevan una pancarta en la que se lee: “Abrid el Nord Stream 2 inmediatamente”, en Leipzig, el 5 de septiembre. CHRISTIAN MANG (REUTERS)
La izquierda protesta por el aumento de los precios que está provocando el corte del gas ruso, asegura Alexander Yendell, sociólogo de la Universidad de Leipzig especializado en movimientos sociales, y “por sus consecuencias en forma de injusticia y exclusión social”. La inflación ha escalado a niveles nunca vistos en 40 años, al 7,9%, lo que ha encarecido los productos básicos de la cesta de la compra. Se calcula que la factura de la calefacción puede más que triplicarse este invierno.
Únete para seguir toda la actualidad y leer sin límites.
Suscríbete“Oportunidad de oro para la movilización política”
“La extrema derecha se sube a ese carro porque sabe que los precios de la energía disparados son una oportunidad de oro para la movilización política”, explica Yendell . Así que, “mientras la izquierda tiene un interés genuino en la crisis, la ultraderecha la pervierte para expandir su ideología extremista y su propaganda de la conspiración”.
Que a AfD le conviene un aumento del malestar social no lo dicen solo los expertos; ellos mismos lo han reconocido sin querer. Al día siguiente de la manifestación en Leipzig, el grupo parlamentario del partido organizó un evento titulado ¿Un invierno sin gas? La seguridad energética europea, en peligro. Cuando acabó la retransmisión en la red social TikTok, los micrófonos se quedaron abiertos. En el vídeo, que ha circulado por redes sociales, se escucha a uno de sus líderes decir que desea que “la situación sea muy dramática en invierno”. Unas palabras que no sorprenden a Pia Lamberty, codirectora del centro de análisis berlinés CeMAS, que estudia la retórica de la ultraderecha y los movimientos conspirativos: “Los extremistas de derecha no solo se aprovechan de las crisis, sino que desean que surjan para sacar provecho de ellas”.
La desinformación rusa también desempeña un papel destacado en estos movimientos, apuntan los expertos. AfD siempre ha mantenido estrechos lazos con el Kremlin. En diciembre de 2020, en plena crisis entre Berlín y Moscú por el envenenamiento en Siberia del opositor Alexéi Navalni ―que fue tratado en Alemania, país que urgió a imponer sanciones al Kremlin―, una delegación del partido viajó a la capital rusa para reunirse con el ministro de Exteriores, Serguéi Lavrov.
Cercanía con Rusia de AfD
AfD estuvo en contra de las sanciones a Rusia cuando invadió Crimea en 2014, pero también ahora, cuando la guerra en Ucrania se encamina a su séptimo mes. La portavoz del partido, Alice Weidel, pidió esta semana en el Bundestag la normalización de las relaciones con Rusia y la apertura del Nord Stream 2, el polémico gasoducto que no llegó a inaugurarse por el conflicto. La líder ultraderechista profetiza un “otoño caliente” y pide a los ciudadanos que salgan a la calle a quejarse. Los líderes de AfD afirman constantemente que la formación es la única que defiende los intereses de quienes no pueden pagar las facturas.
El día elegido para las protestas no es casual. Muchos alemanes todavía recuerdan las Montagsdemonstrationen (manifestaciones de los lunes) de revolución pacífica contra el Gobierno de la República Democrática Alemana (RDA) en 1989. Las más multitudinarias, bajo el lema Nosotros somos el pueblo, se celebraron en Leipzig y en lunes. El riesgo de apropiación de ese recuerdo por parte de la ultraderecha es evidente, sobre todo porque ya lo hizo antes. El movimiento xenófobo y antiinmigración Pegida se manifestó los lunes de 2015 en plena crisis de los refugiados en Alemania, cuando la canciller democristiana Angela Merkel abrió las fronteras a un millón de huidos de la guerra en Siria, usando el mismo Somos el pueblo que sirvió de consigna contra la dictadura de la RDA.
Respuesta del Gobierno a la subida de los precios
Está por ver si las protestas de los lunes crecerán hasta convertirse en el otoño caliente que buscan, por distintos motivos, tanto la extrema izquierda como la extrema derecha. Dependerá, entre otras cosas, de cómo responda el Gobierno ante el alza de la energía y los alimentos y de si es capaz de convencer a la población de que está haciendo todo lo posible para aliviar el impacto de la inflación.
El esfuerzo más reciente es el tercer paquete de ayudas públicas, un gigantesco desembolso de 65.000 millones de euros (más que los dos anteriores juntos) que incluye subvenciones para pagar la calefacción a personas de rentas más bajas, aumenta las prestaciones por hijo y prevé obligar a las energéticas con beneficios extraordinarios a contribuir a financiar las ayudas.
Manifestantes convocados por Die Linke en la protesta de Leipzig del 5 de septiembre. HANNIBAL HANSCHKE (EFE)
El Gobierno de Olaf Scholz confía en que el descontento no derive en protestas masivas, pese a que la ministra del Interior, Nancy Faeser, alerta de que “los enemigos de la democracia están a la espera para aprovecharse de las crisis y difundir mensajes de fatalidad, miedo e incertidumbre”, según dijo a Welt am Sonntag. El sociólogo Yendell asegura que no puede imaginar un movimiento al estilo chalecos amarillos en Alemania, sobre todo porque la izquierda no unirá sus fuerzas con la extrema derecha. Ambos son movimientos minoritarios (Die Linke obtuvo un 4,9% de los votos en las generales del año pasado; AfD un 10,3%), aunque la ultraderecha está creciendo ligeramente en las encuestas.
El poder de convocatoria de AfD se podrá comprobar el próximo 8 de octubre, cuando la formación ha convocado una “gran manifestación” contra un Gobierno que, afirma, está “congelando” a la población. El lema de la protesta recuerda al populismo del America first de Donald Trump: “Nuestro país primero”.
De momento, los alemanes se mantienen firmes en su defensa de Ucrania. Una encuesta de esta misma semana preguntó si se debe mantener el apoyo a Kiev a pesar de las consecuencias para la economía, como la subida de los precios de la energía, y un 70% contestó que sí.
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