La invasión rusa de Ucrania ha sacudido los cimientos de la concepción del mundo y del lugar que creía ocupar en él Alemania. La guerra a las puertas de la Unión Europea ha despertado de golpe a un país que durante años confió en que la diplomacia y las buenas relaciones económicas bastaban para mantener la paz y extender la democracia. El shock ha sido de tal magnitud que Alemania ha roto ya o pone en duda tabúes que han definido sus políticas de exteriores, de defensa y energética durante décadas.
El país que se negaba categóricamente a enviar armas a regiones en conflicto poniéndose en contra a aliados como Estados Unidos y sus socios europeos ahora suministra misiles al Ejército ucranio. El país con unas fuerzas armadas infrafinanciadas y que rehuía todo lo que oliera a belicismo se dispone a inyectar 100.000 millones de euros en defensa para crear uno de los ejércitos más poderosos del mundo. También se discute si debería volver el servicio militar obligatorio. Incluso está en cuestión la sacrosanta libertad para circular por las autopistas alemanas sin límites de velocidad. La Alemania del no a la nuclear se plantea ahora alargar la vida de los últimos tres reactores en funcionamiento. Y todo ello, en un mes.
El canciller alemán, el socialdemócrata Olaf Scholz, lo llamó Zeitenwende, algo así como punto de inflexión en la historia, en un discurso en febrero de gran calado y dureza que trastocó los pilares de las políticas de sus predecesores en defensa. “Toda la concepción del mundo que tenía Alemania desde los años noventa se ha derrumbado”, resume Jacob Kirkegaard, analista sénior del German Marshall Fund (GMF). El país pensaba que podía comerciar e invertir en otros Estados “independientemente de lo perversos que fueran porque creía que al final triunfaría la democracia”. Pero Rusia ha resultado ser un “imperio agresivo con armas nucleares a las puertas de la UE” y eso “conduce a un mundo fundamentalmente diferente para el que Alemania no estaba preparada”, argumenta.
1. Inversión histórica en defensa
Esa bofetada de realidad ha obligado a romper tabúes que, opina también Rafael Loss, experto del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR), era necesario derribar. Altos mandos militares, tanto en la reserva como en activo, han lamentado públicamente el maltrecho estado del Ejército alemán, que, aseguran, no estaría en condiciones de defender al país en caso de un ataque.
Scholz anunció, el domingo posterior a la invasión de Ucrania, una partida especial de 100.000 millones de euros para mejorar cuanto antes la Bundeswehr, y el aumento de la inversión anual en defensa hasta superar el 2% del producto interior bruto, una petición reiterada por la OTAN y que los sucesivos gobiernos alemanes habían ignorado hasta hoy. Actualmente, el gasto en defensa ronda el 1,5% del PIB. La compra de 35 aviones F-35 de fabricación estadounidense es el primer paso concreto en esa remodelación de las fuerzas armadas.
2. Armas en zonas en conflicto
La decisión de enviar armas letales a Ucrania supone otro cambio de paradigma. Durante décadas, Berlín había aludido a su turbulenta historia en el siglo XX para incluso prohibir la reexportación desde terceros países de armas de fabricación alemana. El anuncio del envío de 5.000 cascos protectores a Kiev cuando los aliados ya estaban mandando misiles provocó una reacción que mezclaba la crítica y la sorna. El histórico discurso de Scholz del 27 de febrero puso fin a ese pilar de la política exterior: “La invasión rusa marca un punto de inflexión. Amenaza todo nuestro orden de posguerra. Es nuestro deber hacer todo lo posible para ayudar a Ucrania a defenderse del ejército invasor de Vladímir Putin”.
El giro de Berlín “requerirá mucho liderazgo”, opina Loss, porque compensar 30 años de recortes presupuestarios consiste en algo más que poner mucho dinero de golpe sobre la mesa. Lo mismo se aplica a la política energética. Deshacer ahora décadas de refuerzo consciente de la dependencia del gas y el petróleo ruso es una tarea muy complicada. No solo porque hay que asegurar un suministro alternativo; también porque la población tiene que estar concienciada de que va a afectar a su bolsillo.
3. Alargar la vida de las nucleares
Cortar los lazos energéticos con Putin se ha convertido en la gran prioridad del Gobierno alemán, que se asoma a la ruptura del tabú de la energía nuclear. Alemania es extremadamente dependiente del gas ruso para hacer funcionar su industria y calentar los hogares y, además, confiaba en usar esta fuente de energía —hasta hace unos meses, bastante barata— como puente hacia un mayor desarrollo de las renovables. La invasión rusa de Ucrania ha dado al traste con esos planes. Incluso peligra el objetivo de la neutralidad de carbono para 2045.
Ante esta situación, prolongar la vida útil de las últimas tres centrales nucleares en funcionamiento ha vuelto al debate público e incluso un ministro de Los Verdes se ha mostrado abierto a estudiarlo. Los tres últimos reactores en suelo alemán deberían cerrar el 31 de diciembre de este año, de acuerdo con el apagón nuclear que ordenó la excanciller Angela Merkel a raíz de la catástrofe de Fukushima, en 2011.
La ciudadanía apoyó masivamente la decisión de Merkel y hasta hace poco más de un mes nadie se planteaba dar marcha atrás. Ahora, Robert Habeck, el ministro verde de Economía y Clima, no descarta ninguna solución, pese a que su partido ha hecho bandera del no a las nucleares desde su fundación. Otro barón verde, Winfried Kretschmann, presidente de Baden-Württemberg, habla incluso de seguir quemando carbón más allá de 2030, el objetivo que Los Verdes habían impuesto al tripartito en el acuerdo de coalición de gobierno.
Por ahora el Ejecutivo no está por la labor. Al sopesar argumentos a favor y en contra, una primera evaluación ha determinado que la contribución al suministro de energía de las nucleares sería demasiado pequeña para los riesgos económicos, legales y de seguridad que supondría. “No sería sensato ni justificable”, ha dicho la ministra de Medio Ambiente, la verde Steffi Lemke. “Incluso puede hacernos más vulnerables”, ha añadido. Las nucleares proporcionaron casi el 12% de la generación de electricidad el año pasado, pero había seis reactores en funcionamiento y ahora solo quedan tres.
4. ¿Vuelve la ‘mili’?
El giro en la política de defensa tras la invasión de Ucrania ha puesto sobre la mesa la posibilidad de recuperar el servicio militar obligatorio. La discusión se ha colado en tertulias, artículos de opinión y también en el discurso de dirigentes políticos que se han preguntado si no sería el momento de recuperar la mili, que en Alemania dejó de existir hace poco más de una década. No es la primera vez que se plantea, generalmente por parte de algún político conservador, pero muy lejos de la repercusión que está teniendo ahora.
El democristiano Daniel Günther, presidente de Schleswig-Holstein, aseguró estar a favor de un servicio militar obligatorio en una entrevista reciente en Der Spiegel. Pero también desde la izquierda surgen algunas voces en ese sentido. Bodo Ramelow, presidente de Turingia y miembro de Die Linke (La Izquierda), ha escrito en su blog que, a diferencia de su partido, está a favor de una Bundeswehr bien equipada y de recuperar la mili.
Ante la reactivación del debate, el Ministerio de Defensa ha tenido que pronunciarse. “No está en la agenda”, asegura en un comunicado. El departamento recuerda que uno de los motivos para acabar con el servicio militar en 2011 fueron las dudas respecto a la constitucionalidad de obligar a realizarlo únicamente a los hombres. Además, considera que en la situación actual los nuevos reclutas no serían de gran ayuda. Lo que se necesita son tropas bien entrenadas, consideran los altos mandos militares que han dado su opinión.
Roderich Kiesewetter, experto en defensa de la conservadora CDU, apunta a un problema añadido. “Ya ni siquiera tenemos cuarteles”, dijo en una entrevista en la televisión pública. Defensa asegura que tampoco se plantea llamar a los reservistas, miles de hombres y mujeres con entrenamiento militar que estarían disponibles en caso de necesidad.
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