De pronto, una producción de escalada se cuela en la gala de los Oscar de Hollywood entre los nominados como mejor documental. Solo la posibilidad sorprende: ¿qué puede tener de especial la vida de un escalador para competir con el resto de nominaciones, todas de elevado contenido social y dramático? El escalador en cuestión es Alex Honnold, la cinta se titula Free solo (así se describe a los que escalan en libre y sin usar cuerdas) y presenta la gestación de una escalada en la pared del Capitán (Valle de Yosemite, EE UU), que el mundillo de la escalada aún no sabe cómo manejar o encajar.
El 3 de junio de 2017, el norteamericano Alex Honnold escaló los casi 1.000 metros de la pared del Capitán sin emplear cuerdas ni agarrarse a otra cosa que no fuese la roca. En los pasos más difíciles no se sujetó a ningún clavo o expansión de la pared, ni colocó un empotrador. Solo su técnica y su fuerza, su control mental, la precisión de sus movimientos y un enorme trabajo previo de preparación permitieron la hazaña, algo que nadie jamás había podido realizar con anterioridad. Lo inimaginable era, ahora, una realidad para la que casi nadie estaba preparado.
En el paso clave de la vía escogida, Freerider, un resbalón hubiera acabado con su vida, pero antes de estrellarse en la base de la pared hubiera tenido unos 15 segundos para pensar. Dicho movimiento clave está perfectamente filmado. El vacío parece insondable. Al espectador le sudan las manos en su butaca. Las cámaras que recogieron el momento fueron dirigidas por control remoto porque los operarios no deseaban estar ahí. De hecho, solo Honnold deseaba estar en ese lugar y de esa manera, y eso es precisamente lo que hace de él un escalador al que no define ningún adjetivo.
Y es que todos desean saber no ya el por qué de su manera de relacionarse con la escalada, sino el cómo: ¿qué tiene en la cabeza que le permite despreciar el miedo a morir? “Primero, tienes que aceptar que si algo sale mal, te matas y solo cuando aceptas esta realidad puedes trabajar para escalar en solo integral”, explicaba Honnold a National Geographic. Ningún escalador desea morir, por eso invierten en material lo que haga falta para disfrutar de las paredes protegidos por cuerdas, arneses, herramientas de autoprotección, e incluso así, la escalada en grandes paredes no está exenta de peligros. Dar el paso, osar prescindir de toda seguridad para confiar únicamente en la fuerza y la técnica es algo que muy pocos escaladores son capaces de asumir porque un agarre que se rompe, un pie de gato que pierde su adherencia, una mala lectura del itinerario, llevan al fin.
La amígdala de su cerebro que controla el miedo va más lenta
Si algo tiene de especial la escalada es su aspecto psicológico: se trata de dominar el miedo, de superar los gritos de peligro del cerebro, de arrinconar la necesidad de estar a salvo. Nadie ha podido determinar por qué Honnold es capaz de no ceder ante la presión del miedo, de aislarse para seguir siendo igual de preciso cuando por debajo de sus pies se abre un vacío de 800 metros.
Incluso la medicina se ha interesado por el caso de Honnold. Después de realizar una resonancia a su cerebro y cotejar los datos con los de un escalador de su edad, los médicos concluyeron que la actividad de la amígdala (centro de control de las emociones y sentimientos en el cerebro, donde, entre otros, se controla el miedo) de Honnold respondía a cámara lenta mientras que la del otro escalador hervía de actividad. Honnold no cree en estas teorías médicas. En su caso, la respuesta es mucho más sencilla: “Yo puedo sentir miedo como cualquier persona. El peligro me asusta. Pero como he dicho cientos de veces: si tengo algún don es la habilidad de mantener la calma en lugares que no dejan margen al error”.
En Honnold, cuenta enormemente la pureza de su motivación, el origen profundo de su necesidad de escalar sin cuerda. Primero, es un portento físico, aunque no es de los escaladores más fuertes del planeta. Después, es un escalador que creció admirando la historia de la escalada en Yosemite y respetando profundamente a sus actores, entre ellos John Bachar, Peter Croft y Dean Potter. Su ideal fue siempre ser mejor que ellos, no caer en la autocomplacencia, en una vida de serenidad: su motor vital es ser un gran atleta, mejorar, siempre mejorar.
“Tienes que aceptar que si algo sale mal, te vas a matar”, afirma
Tampoco le ha interesado nunca el dinero: durante años ha vivido en su furgoneta y desde que empezaron a lloverle contratos y dinero creó una ONG para ayudar a los pueblos más desfavorecidos. Tampoco ha sido nunca un místico iluminado (y eso que el Valle de Yosemite se pobló de ellos en los años 70) ni una víctima de la avaricia de sus patrocinadores. Simplemente, Honnold necesita asumir grandes retos en su vida de escalador. “Lo que me atrae de un solo es la sensación de dominio que proviene de asumir un gran reto, la pura simplicidad del movimiento, la experiencia de estar en una situación tan arriesgada”.
Para lograr su gesta en Yosemite, perseguida durante diez años, Honnold escaló con cuerda y compañeros varias veces la vía escogida. Lo más aterrador es que se cayó varias veces en el paso clave y le salvó la cuerda. Al final, encontró la manera de ejecutar los movimientos sin caerse, pero nadie sabe cómo hizo su cerebro para obviar la información previa: podía caerse. En su primer intento, se retiró apenas empezada la ruta: estaba seguro de sí mismo, pero le incomodaba la presencia de los cámaras, muchos de ellos amigos, como el director del documental Jimmy Chin. Abortó el intento, retiraron operarios y, a la segunda, siguió haciendo historia.
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