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Alex Saab, un empresario de oro entre los escombros

Un grafiti pide por la liberación del empresario colombiano Alex Saab, en la ciudad de Caracas, el 8 de septiembre de 2021.
Un grafiti pide por la liberación del empresario colombiano Alex Saab, en la ciudad de Caracas, el 8 de septiembre de 2021.NurPhoto / NurPhoto via Getty Images

Su silueta en forma de graffiti, como el de los grandes personajes de la humanidad, inunda estos días las calles de Caracas, pero hasta hace bien poco Álex Saab era un auténtico desconocido. La única vez que se le vio en público fue el 28 de noviembre de 2011, cuando todavía existían relaciones diplomáticas entre Colombia y Venezuela. Ese día, Juan Manuel Santos y un Hugo Chávez ya sin cabello sometido a los rigores de la quimioterapia, firmaron un acuerdo bilateral para construir viviendas sociales. Saab, embutido en un traje holgado, el pelo recogido en una cola de caballo, un tanto pasado de peso, entró en escena como el empresario colombiano que iba a recibir 530 millones de dólares para iniciar la construcción de las casas. Su paso era decidido, enérgico. No parecía un principiante intimidado por los reflectores. Santos contó más tarde que en ese momento le susurró al oído a la canciller colombiana: “¿Este señor quién es?”

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Ese fue el primer contrato con el que Saab se convirtió en operador de la revolución bolivariana, de la que ha recibido cientos de millones de dólares. Un experto un esquivar los embargos económicos de Washington que se había encargado de llevar oro en lingotes a Turquía, hacer de enlace con el ayatolá Ali Jameneí, y de paso ganar una fortuna evadiendo el control cambiario y vendiendo leche falsa para niños hambrientos. Un comerciante que llegó arruinado a Caracas y salió en jet privado. Actuaba en la sombra, pero su poder era inmenso. Su opinión tenía más peso que la de algunos ministros. El Departamento del Tesoro está convencido de que es el principal testaferro del presidente Nicolás Maduro.

Un error de cálculo, sin embargo, acabó hace un año con su vida de asesor astuto, sacado de un tratado de Maquiavelo. Camino a Irán se quedó sin gasolina y paró a repostar su avión en una de las islas de Cabo Verde, un archipiélago volcánico frente a las costas de África. Allí fue detenido y, esta semana, después de más de un año de maniobras legales el máximo tribunal de ese país acaba de autorizar su extradición a Estados Unidos, donde le espera un juicio por lavado de dinero. Saab parece no tener escapatoria.

La historia de su ascenso hasta el cuarto privado de Chávez y, después de Maduro, comienza en la ciudad portuaria de Barranquilla. Su padre, un libanés que escogió Colombia en el mapa convencido de que era un país por hacer, llegó allí en la década de los cincuenta. Se casó con una local de familia palestina con la que montó una fábrica de vaqueros, según el libro Alex Saab, la verdad, del investigador Gerardo Reyes. Más tarde abrieron una pequeña maquila de toallas que llegó a contar con 3.000 trabajadores. La política de apertura económica del presidente liberal César Gaviria (1990-1994), cuenta Reyes, inundó de paños chinos el mercado y mandó a la quiebra el negocio que hasta ese momento había sido uno de los emblemas de Barranquilla.

Pasaportee de Alex Saab.Cortesía

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El sueño dorado de los jóvenes de esa ciudad, en la que convivían en colegios privados los hijos de la pequeña burguesía y los de los narcotraficantes, fuera del radar de las autoridades que gastaban todas sus energías en perseguir a Pablo Escobar, era hacer fortuna en Miami. Saab no fue una excepción. En 1995 creó una empresa para expandir allí el negocio de toallas de su padre. Sin embargo, en un incidente confuso, en el que un oficial de la aduana encontró cocaína en solución líquida esparcida sobre uno de sus cargamentos, se acabó la aventura. Saab no pudo volver a ingresar en Estados Unidos.

De vuelta a Barranquilla fundó una empresa de venta de objetos de publicidad para supermercados y gasolineras. El negocio parecía ir bien, hasta que en 2009 comenzaron a perseguirle los bancos y los acreedores. Según la documentación de esa época, en ese momento era un hombre en bancarrota. Es entonces, de acuerdo a la historia de Reyes, cuando le presentan a un tal Álvaro Pulido, un empresario de la construcción con domicilio en Bogotá al que le estaba yendo muy bien en Venezuela.

A partir de aquí comienza un relato de empresas fantasma, paraísos fiscales, funcionarios que se dejaban sobornar. Como socios, se aprovecharon de Cadivi, un sistema venezolano diseñado para controlar las divisas a las empresas que importaban mercancías, que utilizado de mala manera permitió a empresarios multiplicar por cuatro o cinco los dólares en el mercado negro. Saab apostó 30 millones de dólares a este esquema de negocio en un momento fatídico: Chávez congeló todos los pagos de Cadivi a empresas colombianas por su enfrentamiento con el presidente vecino, Álvaro Uribe.

El hombre “del atajo”

En ese momento entró en juego Piedad Córdoba, de acuerdo a la biografía de Saab. La política, clave en el intercambio de secuestrados y presos entre las Farc y el Gobierno colombiano, era muy cercana a Chávez. Según este testimonio, fue ella quien puso a Saab en la órbita del comandante. El empresario vivió durante meses en el hotel Meliá en Caracas a la espera de la transferencia. Ese nexo fue clave para desatascar el pago que el Estado le debía y abrirle las puertas del Palacio de Miraflores, la sede presidencial. El destino le sonrió. “Cada vez que Maduro estaba en un callejón sin salida”, escribe Reyes, “(Saab) se presentaba con el croquis de un atajo”.

La construcción de viviendas fue uno de sus primeros negocios. Nombres como Walter Jacob Gavidia o Carlos Malpica Flores, vinculados a Maduro por ser hijo y sobrino de su esposa Cilia Flores, aparecen en la dirección de organismos que le dieron contratos a las empresas de Saab. Son algunos de los rastros que ha dejado su entramado de negocios opacos con el chavismo, pese a que siempre negó cualquier vínculo. Hasta su detención, cuando se convirtió, ahora sí, en agente especial del gobierno de Maduro y diplomático. Fue en ese momento cuando su rostro empezó a verse dibujado en cualquier esquina de las calles de Caracas.

Los periodistas del portal Armando Info fueron claves a la hora de exponer a la luz los negocios sucios de Saab. Roberto Deniz, Ewald Sharfenberg, Joseph Poliszuk y Alfredo Meza fueron los primeros en revelar las tramas de corrupción y la presencia de este empresario en casi todo lo que se movía en Venezuela. Movía la importación de alimentos, la construcción de módulos de gimnasios, la explotación de carbón, los camiones cisternas para paliar la escasez de agua y la triangulación de petróleo por gasolina iraní, justo lo que estaba gestionando cuando lo detuvieron en Cabo Verde. El empresario demandó a estos reporteros, que tuvieron que exiliarse y todavía hoy viven fuera de Venezuela.

El mártir

Saab, que pronto cumplirá 50 años, se ha convertido en un mártir bolivariano. Venezuela ha lanzado una intensa campaña de medios y redes sociales en defensa de su inocencia. Casi todo el funcionariado del Gobierno ha declarado a favor del colombiano, al que consideran un preso político de EE UU. El único que nunca lo menciona en público es Maduro. Aunque la relación estrecha entre ellos está acreditada. En el momento de mayor desabastecimiento que produjeron las políticas de controles de precios, los años de las largas colas para comprar comida racionada, Saab se convirtió en el principal proveedor de las cajas CLAP (Comités Locales de Abastecimiento y Producción), un programa de asistencia que creó Maduro en 2015 para paliar el hambre que comenzaba a disparar los niveles de desnutrición. Así fue como los venezolanos probaron los espaguetis turcos o la salada leche mexicana con exceso de sodio. Una comida de pésima calidad comprada con sobreprecio, como alertó en 2018 la fiscalía mexicana. Los CLAP se han convertido hoy en una estructura de control social sobre la que el chavismo soporta ahora su maquinaria electoral.

La mímesis ha sido característica de su extensa red de empresas fantasmales constituidas en jurisdicciones offshore, esquivas de la vigilancia bancaria. Cuando la red de supermercados Abastos Bicentenario, montada sobre negocios expropiados, se fue en picada por la crisis del modelo económico del chavismo, Saab fue en su auxilio y remodeló los locales y los convirtió en las Tiendas CLAP. Lo expropiado pasó de nuevo a manos privadas. Luego las mismas tiendas volvieron a caer en decadencia, pasaron a llamarse Salva Foods y tomaron la apariencia de los bodegones abarrotados de productos importados que se han multiplicado por todo el país. Además de los CLAP tejió una opaca red que movió petróleo venezolano por alimentos con la colaboración de empresarios, como el joven mexicano Joaquín Leal, como reveló este diario.

“Yo creo que es como un chacal que llega en un momento crítico para la revolución venezolana, en la que se necesita a un operador astuto que les ayude a esquivar las sanciones económicas de Estados Unidos y hacer millones de dólares”, explica Gerardo Reyes. “Todos esos negocios eran asignados a dedo, sin competencia. Tenía carta blanca y, al mismo tiempo, él le respondía a un país en crisis. Se encontraron dos náufragos, un hombre quebrado y un país a la deriva”.

Su llave en los negocios ha sido Pulido — el empresario al que le presentaron como ejemplo a la hora de conquistar Venezuela y cuyo verdadero nombre es Germán Rubio—. Ambos figuran en el Fondo Global de Construcción, la empresa que le dio su primer contrato con Venezuela y que hizo negocios en Colombia y Ecuador. Pero su red de colaboradores es mucho más extensa. Incluye a su hijo, Shadi Nain Saab Certain, que intentó ser actor en Estados Unidos. También ha captado a diputados opositores que hicieron un lobby secreto internacional por Saab cuando la justicia de varios países comenzó a cercarlo. Los parlamentarios Luis Parra y José Brito, exdirigentes de Primero Justicia, lideraron el grupo que a la postre le retiró apoyo a Juan Guaidó y pasó a formar una oposición leal al Gobierno.

En julio de 2019 vinieron las imputaciones formales en EE UU por blanquear 350 millones de dólares entre 2011 y 2015 provenientes de Venezuela. Más tarde, las sanciones de la Oficina de Control de Activos en el Extranjero para él y sus socios. Y, por último, las incautaciones de bienes que tenía en Colombia y en Italia junto a su esposa, la modelo italiana Camilla Fabbri. En Cabo Verde se pusieron fin a las andanzas de un empresario cualquiera, sin ninguna cualidad destacable más allá de la de cierta astucia para colarse en las esferas del poder chavista. Venezuela se arruinó en la década en la que operó. Él se hizo multimillonario.

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