Alexis Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 49 años) se ha atrevido esta vez con un monólogo, apuesta arriesgada para dirigir una investigación desde la bolsa de basura en la que está apresada la cabeza de la víctima, hasta descubrir quién le ha atacado y por qué. Antes de morir, quiere entender. Y no contaremos si este sobrevive o muere pero quien sale vivo es el autor, sorprendentemente vivo, de un paseo que dura más que los instantes de la muerte porque nos va a llevar a lo hondo y a lo factual. En lo primero, lo mejor: a diferencia de su padre y de su hermano, gentes de uñas sucias por todo lo que curraron, el protagonista se ha dedicado a la política desde joven. Y decir política es decir corrupción en la costa canaria, donde los pueblos surgen del matrimonio entre los negocios turbios y el hambre de playa y sol. No se ha ganado el pan el protagonista, cargado de dinero, habitual en el cambio de pareja, de mujeres, de traje, de lujos, sino que se ha ganado la muerte. Porque en el segundo espectro, el factual, tampoco defrauda Ravelo (Las Palmas de Gran Canaria, 1971, autor de La estrategia del pequinés), en esta nueva novela: Un tío con una bolsa en la cabeza (Siruela). En estos tiempos pandémicos, Ravelo responde desde la distancia.
¿Por qué un monólogo? ¿Te has inspirado en algún modelo o cómo te has planteado este desafío narrativo?
Yo siempre pienso primero en el argumento y luego es cuando elijo la posición de narrador, la estructura o el estilo. En este caso, en cuanto tuve el argumento me di cuenta de que la mejor manera de contarlo era desde esa posición narrativa. Esto me hacía salir de la zona de confort, porque yo solo había empleado esta técnica de forma puntual. En cuanto a los modelos, yo no creo que se escriba desde la nada; pienso que todos, queramos o no, dialogamos con la tradición. Así que, una vez sabido esto, recordé a maestros en esta técnica que me gustan mucho: Joyce, Bernhard, Carlos Fuentes, Virginia Woolf, Faulkner, David Markson, el Bolaño de Nocturno de Chile… Pensé en todos esos textos fabulosos. Seguro que hubo muchos modelos más. Todo te influye, hasta lo que no recuerdas haber leído.
El relato parece detener el tiempo mientras el protagonista se asfixia y amplía su descripción. ¿Cómo has cuadrado los tiempos mental y el cronológico, que sin duda es más corto?
La idea era jugar con el tiempo psicológico del personaje para ralentizar el tiempo de ficción que, como dices, es muy breve. Y trabajar, hacia el final, fuera del tiempo. Para incardinar al personaje en el tiempo de ficción, tenía que ir alternando su preocupación por su situación presente con sus recuerdos (la memoria es caprichosa, y eso me permitía una ventaja a la hora de jugar con ella). Me preocupaban muchas cosas: que la novela fuera claustrofóbica, pero no tanto como para que el lector abandonase la lectura; que avanzara con buen ritmo, pero permitiéndome profundizar; que las digresiones alimentaran al argumento, en lugar de socavarlo; poder contar cosas que se suponía que el personaje no sabía, mantener el enigma en torno a algunas cuestiones para permitir un par de giros… Al final, como siempre en esto de la escritura, fue un trabajo de ensayo y error, de reescritura sobre lo ya escrito, porque no hay recetas mágicas (o, al menos, yo no las tengo) y solo aprendes equivocándote.
Detrás de una historia de corrupción muestras un desgarro entre un padre y hermano de “uñas sucias” y un protagonista que se ha lanzado a la vida política y corrupta sin ganarse honestamente el pan. ¿De dónde viene ese choque?
Creo que hay varias lecturas. El padre y el hermano del protagonista representan, para mí, un cierto tipo de ética intuitiva, la del trabajador que prefiere no necesitar tener mucho, sino que su conciencia le permita dormir bien. Gabrielo, en cambio, es ambicioso: quiere amasar dinero, acaparar poder, ascender rápidamente en la escala social. De ahí a la corrupción, en mi opinión, no hay más que un par de malas costumbres y unas cuantas cenas en restaurantes caros. Me interesaba mostrar que Gabrielo no tenía la corrupción en su genealogía ni tampoco es víctima del destino, sino que fue eligiendo ser así, llevado de una mala decisión a otra. También, desde un punto de vista político, podría haber ahí una clara alegoría: dos formas distintas de ver la relación con el poder (la del padre y la del hermano) y ambas ineficaces: ni la mansedumbre consuetudinaria ni la rebelión ciega sirven de mucho. Y hasta se podría pensar en otro plano, más intimista, porque en esta ocasión deseaba hablar de relaciones familiares truncadas. Es un tema que, acaso por motivos personales, me interesa mucho a medida que me voy haciendo mayor y echo la vista atrás.
Dibujas un entorno de política y corrupción que van de la mano. ¿Crees que es inevitable? ¿Puede existir la política sin corrupción?
Por supuesto que puede existir política sin corrupción. Si hay algo terrible para una democracia es la desafección política de la ciudadanía. No sé quién dijo que quien no se interese por la política estaba condenado a ser dominado por gente que sí se interesaba. El problema es cuando denominamos “política” a lo que no son más que “politiquerías”, el uso de los poderes para favorecer los intereses de individuos o grupos fácticos, a quienes no interesa el bien común, sino el propio.
También dibujas la aparición de nuevos partidos que se ven tragados por el mismo sistema. ¿Cuál es tu reflexión?
No soy politólogo, pero, al margen de lo que Gabrielo opina en el libro, yo sigo pensando (como pensé cuando llegaron) que la aparición de esos nuevos partidos (con una excepción) era necesaria. Haciendo una retrospectiva, el bipartidismo ya no era capaz de reflejar la diversidad de este país: quienes están más a la izquierda que el socialismo (lo cual, por cierto, no los convierte precisamente en estalinistas) o quienes se decantan por una posición liberal sin alinearse con postulados conservadores (paradójicamente, el centro derecha los había agrupado a ambos en las últimas décadas) necesitaban opciones que los representaran. Digamos que el modelo Cánovas-Sagasta ya no funcionaba, tras muchos desencantos en las filas de unos y otros. Ocurre que, por buena intención que uno tenga, el ejercicio del poder, el necesario pragmatismo (aquello que llamábamos Realpolitik) te ponen rápidamente en disposición de ser fagocitado por las formas tradicionales de los juegos de poder. A eso habría que sumar, claro, la posibilidad de que puedan albergar, como cualquier otro grupo, sus manzanas podridas. Y, por supuesto, la resistencia al cambio de quienes han detentado tradicionalmente ciertos poderes de facto y que cuentan con medios suficientes para comprar voluntades, socavar prestigios, etc. Sin embargo, insisto, con una excepción (la de cierto partido que me parece tremendamente peligroso para los valores democráticos), la obtención de representatividad por parte de esos partidos me parece un progreso: han traído nuevos idearios, nuevos valores, nuevas exigencias, han hecho regresar al debate muchas cuestiones que habían desaparecido del discurso público.
¿Qué significa este libro en tu carrera?
Una liberación. Suelo intentar a cada rato cosas distintas, salir de la zona de comodidad, pero siempre había pensado que no sería capaz de escribir algo (bueno o malo) usando esta técnica concreta. Ahora sé que puedo hacerlo. Por otro lado, creo que saldo una deuda con los “malvados” absolutos de la mayoría de mis novelas: antes no había profundizado demasiado en ellos, no había sido suficientemente compasivo. Creo que ahora me he quitado ese peso de encima.
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