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Algo mucho peor que la muerte

Cuando se estrenó, hace ahora 15 años, una de las cosas más llamativas de Dexter fue su cabecera, un rosario de imágenes de la rutina mañanera de su protagonista, cada una con un giro criminal; casi dos minutos que describían perfectamente al personaje: es un asesino, sí, pero mata con un método, sigue unas reglas tan cotidianas para él como el zumo de pomelo de su desayuno.

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Ocho años después de aquel estreno, íbamos, con perdón, a muerte con él. Le habíamos visto prosperar profesionalmente, tener un hijo, perder al amor de su vida a manos del asesino más inquietante de la televisión reciente, tratar de salvarle la vida a más de un descarriado como él y llorar la muerte de su hermana, la adorable y malhablada Debra. Cualquiera que siguiera sus vicisitudes sabía que Dexter no se podía recuperar de aquel último palo. Por eso era lógico que aprovechara el oportuno paso del huracán Laura para echarse a morir en el mar, pero, ay, un minuto antes del final de la serie, nos lo mostraban redivivo y vestido de trampero en una cabaña de un aserradero muy, muy lejos de Miami. Se consumaba la estafa: traicionar al protagonista en pos de la posible resurrección de una serie es mucho peor que matarlo.

Dexter: New Blood, la vuelta de la serie que estrenó Movistar+ hace una semana, tiene como cabecera una imagen congelada y simple. El nuevo Dexter ahora es incapaz de matar ni a un animal, pero trabaja en una armería, algo que despertaría la voz en off irónica de su antigua personalidad. Por supuesto, para que haya historia vuelve a matar, pero ya no es lo mismo, y ni siquiera se puede culpar al regreso de la serie de su falta de identidad. Ya venía rota de casa.

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