La entrada de una tienda de Lojas Americanas en Brasilia, al día siguiente de que el recién llegado consejero delegado dimitiera tras detectar un desfase contable.UESLEI MARCELINO (REUTERS)
Nueve días llevaba el brasileño Sérgio Rial al frente de Americanas, una red de tiendas de toda la vida con 1.700 establecimientos repartidos por Brasil, cuando dimitió el miércoles 11 de enero. Venden de todo, teléfonos móviles, lavadoras, libretas… El recién llegado consejero delegado, un antiguo jefe del Banco de Santander fichado meses antes, se había zambullido en las cuentas de la compañía y lo que vio le asustó lo suficiente para decidir bajarse allí mismo del barco. Anunció que dimitía. Y reveló el motivo: había detectado “inconsistencias contables” por valor de 20.000 millones de reales (3.800 millones de dólares). Su renuncia fue como detonar una bomba en la Bolsa de São Paulo y en los círculos económicos. Súbitamente, los 45.000 empleados y miles de inversores se veían al borde de un precipicio. Pero el Brasil político estaba a otra cosa, con el corazón todavía encogido por el asalto golpista en Brasilia dos días antes.
La empresa, que cotizaba en un índice específico de la Bolsa São Paulo para firmas con buena gobernanza, cayó en picado (un 78%) en cuanto abrieron los mercados. Desde entonces, ha reconocido una deuda de 8.800 millones de dólares con casi 8.000 acreedores, con varios bancos a la cabeza. Y los tribunales han aceptado su petición de acogerse a la ley de quiebras.
Las tiendas Americanas, y sus letreros rojiblancos, son hace muchas décadas parte del paisaje urbano brasileño; posee también un potente negocio de ventas online. Es una de las mayores redes de venta minorista de América Latina. Se llaman porque fue los emigrantes que la fundaron en 1929 eran cinco estadounidenses que iban a abrir un comercio en Buenas Aires y al atracar en Río, entonces la capital, descubrieron que allí había una clientela de funcionarios con paga fija a la que nadie atendía.
Y, además, sus actuales accionistas de referencia —los multimillonarios Jorge Paulo Lemann, Marcel Telles e Carlos Alberto Sicupir— están entre los hombres más adinerados de Brasil. Lemann, con 83 años y residencia en Suiza, lidera el listado nacional de riqueza. El descalabro los sumió en un silencio que tardaron once días en romper. “Nunca supimos ni admitiríamos maniobras o simulaciones contables” en Americanas, dijeron el domingo pasado en una nota conjunta. Añaden que ellos, como el resto de accionistas, acreedores, clientes y empleados, pensaban que “todo era correcto”. En los últimos años daban el doble de dividendos que la competencia.
Como siempre en estos casos, los que desconocen los meandros de la contabilidad empresarial se preguntan cómo rayos semejante agujero pasó desapercibido para las autoridades bursátiles, las auditoras externas, con PwC a la cabeza, y el consejo de administración.
El fugaz consejero delegado, Rial, de 62 años, contó al diario O Globo el dilema que le asaltó y cómo lo resolvió: “Tuve ante mí la decisión de Sofía: ¿hablo o no? ¿Espero a la auditoría o no? Pensé que era mejor cometer un error ahora que intentar esperar. Siempre con el disclaimer [descargo de responsabilidad] de que eso es lo que pudimos ver durante nueve días, ya que no hubo validación de auditoría externa”. Este no era uno de los golpes de efecto que lo hicieron famoso en Brasil, como nadar entre tiburones en un aquario de Río de Janeiro o llegar a un evento con la plantilla del Santander haciendo rapel vestido de rojo, el color del banco.
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Hubo quien compró acciones con la vista puesta en la llegada de un nuevo CEO tras dos décadas dirigida por el mismo ejecutivo, Miguel Gutiérrez, en el que están ahora todas las miradas.
Black Rock, el mayor fondo de inversión del mundo, aumentó su cartera días menos de una semana antes del desembarco de Rial. Pero el más firma candidato a la mala suerte es un pequeño accionista, André Krizak, de 48 años. Este administrador de empresas contó a Folha de S.Paulo que el miércoles 11 de enero, a eso de las cuatro de la tarde, decidió ampliar su cartera de acciones y eligió Americanas. Una empresa que acababa de iniciar una etapa prometedora de la mano de un consejero delegado llegado solo nueve días antes que venía de presidir el Banco de Santander. Y además, era público que Black Rock había comprado un buen paquete el 28 de diciembre. Krizak cerró la compra: se gastó 7.600 dólares para sextuplicar su paquete de acciones
A las tres horas llegaba a la Bolsa de São Paulo un hecho relevante de Americanas, firmado por Rial, el ejecutivo dimitía por un desfase contable al que ya ponía cifra. El inversor, que había comprado la acción a 12 reales esa misma tarde, se quedó lívido porque tenía certeza de lo que venía después. Su dinero evaporó. La acción vale menos de un real, 0,7. “Americanas convirtió el 11 de enero en mi 11-S”, declaró a Folha.
El origen del problema podría estar en la desigualdad, el mal persistente que tanto corroe Brasil, apunta este martes en su columna de O Globo Mariana Barbosa. Señala a los tres principales accionistas y vincula el descalabro con “una cultura que exhibe enormes disparidades salariales entre el CEO y la media de los empleados”. Detalla que en Americanas el primero ganaba 400 veces más; cuando la media en las empresas cotizadas en São Paulo es de cien; y en Reino Unido, de 40. Las tiendas siguen abiertas y despachando, pero están desangeladas. Y los empleados ya han sido advertidos de que quizá se queden sin empleo.
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