Amores flemáticos

El 2 de agosto de 1975, la portada de Hermano Lobo —una revista que se autodefinía como “semanario de humor dentro de lo que cabe”—conquistó una de las más altas cimas del humor gráfico español de todos los tiempos.

Estoy segura de que la habrán visto alguna vez. El dibujante Ramón coloca a la derecha un pedestal, engalanado con colgaduras, desde el que un orador calvo, con frac y pajarita se dirige al pueblo español, representado por pelotón de figuras con boina calada y enorme nariz. ¡O nosotros o el caos!, proclama. Su auditorio responde con un grito unánime, ¡el caos, el caos! El orador reacciona de inmediato. Es igual, revela, también somos nosotros.

Cuando se publicó aquella portada, Cayetana Álvarez de Toledo todavía no había cumplido un año, pero el dibujo de Ramón es tan famoso que me extrañaría que no lo conociera. Me parecería aún más raro que no haya tenido cerca a alguien que la haya advertido a tiempo de los riesgos que implica jugar con la palabra “caos” en cualquier contexto asimilable al pedestal engalanado con colgaduras de aquella portada de Hermano Lobo, pero eso es lo que ha hecho al presentar un vídeo, promovido por la plataforma Libres e Iguales, en el que casi 200 personalidades gritan ¡viva el Rey!

El vídeo es interesante desde diversos puntos de vista. El primero es su oportunidad, puesto que se presentó el 12 de octubre, fiesta nacional española, como una reacción a los presuntos ataques, presuntamente orquestados, contra Felipe VI. Por supuesto, la figura de Juan Carlos I, cuya trayectoria aporta la razón decisiva, tal vez irremediable, del desprestigio que arrastra la Corona que porta su hijo, ni siquiera se menciona. Sin embargo, varios participantes insisten en mencionar la soga en casa del ahorcado, vinculando a Felipe VI con el proceso constituyente, la Transición y el espíritu del 78. Este clamoroso anacronismo sirve para plantear el debate que los promotores del vídeo aspiran a instalar en la sociedad española. Porque no se trata de elegir entre monarquía o república, repiten. Se trata de elegir entre la Constitución y… ¿adivinan qué? En efecto, el caos.

Los participantes en el vídeo ofrecen una visión muy acotada de la sociedad española, no tanto por sus coincidencias ideológicas como por su edad. En general, este es un vídeo de personas mayores. Y aunque yo misma lo soy, y estoy en contra de cualquier exclusión o infravaloración de los méritos y capacidades de quienes ya no somos jóvenes, el dato me parece relevante. Desde su coronación, he tenido la impresión de que el principal problema que tendría que afrontar Felipe VI —en aquel momento no se me ocurrió pensar en su cuñado, mucho menos en su padre— residiría en la edad de sus partidarios, porque cada vez habría menos más jóvenes que él. El propio vídeo es elocuente en ese sentido. Las constantes alusiones al 78, los peligros que conjuró la Constitución, las tinieblas que disipó como un faro la luminosa presencia de un monarca, están dirigidos a los españoles que vivieron aquel proceso. Los hijos de la democracia no son en absoluto sensibles a esos argumentos. Ellos y ellas piensan que es un disparate que la jefatura del Estado se herede, pero no tienen miedo al caos. En sus pocos años de vida han tenido tiempo de conocerlo muy bien, mientras encadenaban contratos precarios, puestos de falsos autónomos, becas miserables y no menos falsas, para pagar alquileres carísimos por un cuarto diminuto en un barrio de las afueras.

Por último, es interesante e incluso exótico que, al final del vídeo, sus promotores se duelan del poco éxito obtenido por su convocatoria. No es frecuente que se alardee de los fracasos, pero ellos lo hacen, sin analizar lo que significa. Prefieren chivarse de los argumentos de quienes han declinado su oferta, en un tono que sugiere que son unos cobardicas. Entre las respuestas que aportan, me gusta una: esas tres palabras —¡viva el Rey!— no me representan. ¿Dónde está la cobardía ahí?

Para encontrarla, hay que regresar a agosto de 1975, a la portada de Hermano Lobo, a aquella España en la que el poder y el caos estaban en las mismas manos.

Cuarenta y cinco años después, yo me calo la boina y vuelvo a elegir el caos.


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