Ícono del sitio

Ana y las uvas



Ayer pasé por una tienda de fiesta. Liquidaba por cierre. En este 2020 sin juergas, los trajes no se venden. Daba pena ver su otrora fulgurante escaparate reducido a un baratillo de tacones de raso a 20 euros, tiaras de plástico a 15 y corpiños de lentejuelas a 25. Otro año, tendrían salida en Nochevieja. Este, ni eso. Esos modelos como para ir a recoger el Oscar aunque vayas a abrevar al pub de abajo. Rollo Ana Obregón, ya me entienden. Bueno, me entienden si son de esa edad para quien Ana era la alegría de la huerta en persona. Esa época en la que el verano no empezaba hasta que posaba en biquini haciéndose un Pataky antes de que a la Pataky le salieran las muelas. Ana no competía. Ana era de otra Liga. Hasta que fue madre y halló en su hijo al hombre de su vida, más allá de esos novios a los que todos menos ella veíamos venir de lejos y que, al irse, en efecto, la dejaban tocada un ratito antes de volver a comerse la vida. Así la vimos vadear el canal de los 50 y los 60, resistiéndose al reloj a pinchazo vivo, los pómulos cada vez más altos, los labios más anchos y los ojos más atónitos. Hasta que su niño Aless enfermó de muerte y a ella le cayeron todas sus décadas encima. Y es ahora cuando está más bella, porque es ella sin truco.

Seguir leyendo



Source link

Salir de la versión móvil