“El pueblo argentino votó en defensa propia. En 2015 votó castigando al segundo gobierno de Cristina de Kirchner… La administración macrista exacerbó los problemas económicos y sociales”, señala Roque González.
Por Roque González*
El pasado domingo 11 de agosto se realizaron en la Argentina las elecciones primarias generales en donde el peronismo ―compuesto, entre otros sectores, por el kirchnerismo― obtuvo una victoria aplastante en todo el país sobre el espacio político del presidente Mauricio Macri, en un marco de crisis económica y social que empeora día a día, con la segunda inflación más alta del mundo y un endeudamiento récord con el Fondo Monetario Internacional (FMI).
El candidato por el Frente de Todos, Alberto Fernández, obtuvo más del 47% de los votos, mientras que el presidente Macri fue votado por el 32% de los electores. Nadie esperaba esta ventaja de 15 puntos. Absolutamente todas las consultoras erraron sus pronósticos. De los 24 distritos del país, 22 tuvieron a Fernández como ganador; el macrismo sólo se impuso en la ciudad de Buenos Aires y en la provincia de Córdoba.
La jugada política de la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner de relegarse al segundo lugar de la fórmula presidencial, eligiendo como candidato a presidente a Alberto Fernández ―su antiguo jefe de Gabinete―, se mostró altamente efectiva.
En efecto, la expresidenta es una de las personas del ámbito político con mayor imagen negativa en el país, posición que comparte, entre otros, con el mismo Macri. El núcleo duro kirchnerista tiene un techo de entre el 30% y el 35% de las preferencias electorales. La reticencia hacia ella del establishment, de los mercados y de gran parte del electorado argentino llevó a que, hábilmente, la viuda de Néstor Kirchner convocara a Alberto Fernández para encabezar la fórmula.
El ex jefe de Gabinete de Kirchner y luego del primer gobierno de Cristina ―un cargo que en Argentina es similar al de un primer ministro― se había distanciado del kirchnerismo hacia 2008.
Desde esa fecha, Alberto Fernández se volvió un acérrimo crítico de dicho espacio político hasta 2018, cuando el kirchnerismo lo convocó nuevamente como operador y armador político ―tarea en la que tiene mucha experiencia y es muy hábil.
Por el contrario, la estrategia electoral de Macri ―apostar por su reelección― se mostró inoperante, en un contexto de números adversos de la economía mostrados a lo largo de su gestión y la acuciante crisis social vivida por la mayoría de los argentinos.
A pesar de que muchos políticos de su propio espacio político le recomendaban lo contrario, Macri apostó por su reelección. María Eugenia Vidal, la gobernadora macrista de la provincia de Buenos Aires ―el distrito provincial más rico e importante del país―, fue una de las figuras gravitantes del macrismo que le pidió al presidente que se bajara de su candidatura. Esta joven política tiene una de las mayores imágenes positivas de la Argentina.
Ante la férrea negativa de Macri de bajarse de su candidatura, Vidal abogó por un “desdoblamiento” de las elecciones, es decir, que los comicios de la provincia de Buenos Aires se hicieran antes de las elecciones primarias PASO, para potenciar la buena imagen de Vidal y no verse arrastrada por el descrédito del gobierno nacional, lo que finalmente ocurrió este 11 de agosto, al negarse Macri a desdoblar las elecciones primarias nacionales de las bonaerenses. De esta manera, Vidal fue una de las grandes perdedoras, al verse superada en cerca de 17 puntos porcentuales por el kirchnerista Axel Kicillof, ex ministro de Economía de Cristina de Kirchner.
Las terceras fuerzas se ubicaron muy lejos de los dos principales espacios políticos votados: entre los dos sumaron alrededor del 80% de los votos ―en las elecciones presidenciales de 2015 ese porcentaje conjunto representaba el 71%.
De esta manera, Alberto Fernández en términos individuales es el gran ganador, al haber aportado un bagaje importante de votos por sobre el núcleo duro del kirchnerismo ―de alrededor del 30%-35% se obtuvo el 47% de los votos, porcentaje que con toda seguridad se ampliará en las elecciones del próximo 27 de octubre.
Esto indica que Fernández no será un presidente “títere” de Cristina de Kirchner, ya que no es un político advenedizo. Gracias a él, el peronismo salió al ruedo electoral de manera unificada, algo que hace dos años era impensable, cuando este espacio político estaba fragmentado, con Macri atizando tal dispersión.
Alberto Fernández logró el apoyo de catorce gobernadores peronistas ―varios de ellos reticentes a Cristina― y del neoliberal Sergio Massa, otro antiguo jefe de Gabinete de la expresidenta.
Massa también se había distanciado del kirchnerismo, deteniendo en 2013 los avances reeleccionistas de Cristina ―cuando ya había sido reelegida, sin posibilidad a una nueva reelección―: en las elecciones de medio término de ese año, Massa conformó y consagró la tercera fuerza política en el país, mientras que en las elecciones presidenciales de 2015 este político dio libertad a sus votantes para que eligieran entre Macri o Scioli, el entonces candidato presidencial kirchnerista ―ex motonauta justificador de la última dictadura militar. Posteriormente, durante el primer tramo de la presidencia de Macri, Massa apoyaría al nuevo presidente. Con el nuevo gobierno peronista ―que, según el cronograma, asumirá el próximo 10 de diciembre―, Massa será el jefe de la bancada de diputados en el Congreso Nacional.
Cristina aprendió de 2015: no podía ganar sola. Y eligió como cabeza de fórmula a alguien con un buen manejo de las estrategias electorales y partidarias, a pesar de que ella tuviera que relegarse al interior de un potencial futuro gobierno que, sea dicho, poco tendrá de “centro-izquierda”, como erróneamente se suele decir, especialmente, en los medios que no son argentinos.
En efecto: tanto Alberto Fernández como los Kirchner fueron aliados de Domingo Cavallo, el ministro neoliberal por antonomasia de la Argentina contemporánea ―Cavallo fue ministro durante el gobierno de Carlos Menem, durante la década de 1990. Más aún: el compañero de Cavallo en sus campañas proselitistas de comienzos de la década de 2000 ―en las que estaban fuertemente involucrados el matrimonio Kirchner y Alberto Fernández― era Gustavo Béliz, miembro del Opus Dei argentino. Béliz sería el primer ministro de Justicia en la presidencia de Néstor Kirchner ―anteriormente, había sido ministro del Interior con Menem.
Por su parte, la semana anterior a las elecciones de las PASO fue absuelto César Milani, un genocida denunciado en 1984 como desaparecedor durante la última dictadura militar, y designado como jefe del Ejército por Cristina de Kirchner en 2013, durante su segunda presidencia. Esta absolución obtuvo el repudio de diversos organismos de Derechos Humanos y organizaciones sociales. Sin embargo, Milani todavía enfrenta otra causa en su contra por su pasado en la dictadura. Ni Alberto ni Cristina dijeron ni una sola palabra sobre Milani en esta última campaña electoral. Pero muchos de quienes apoyaron al genocida estuvieron en las primeras filas de dicha campaña.
A su vez, durante el kirchnerismo ―como con los gobiernos anteriores― se realizaron alianzas estratégicas con multinacionales extractivistas, como con Monsanto ―la Argentina liberalizó casi completamente los transgénicos en su territorio desde hace más de 20 años, disparando las tasas de cáncer y distintos problemas de salud y medioambientales―, Barrick ―potenciando la megaminería a cielo abierto, especialmente, a manos de multinacionales canadienses― y Chevrón. Estas alianzas también se extienden al sector financiero y a sectores conservadores e integristas, como los evangelistas y los opositores a la despenalización del aborto ―el kirchnerismo se rehusó a dar la discusión en el Congreso sobre este último tema, aunque durante mucho tiempo tuvo mayoría en ambas Cámaras.
Todos estos pactos y alianzas continuaron con Macri y continuarán, de seguro, con el nuevo gobierno peronista ―el equipo peronista está lleno de antiabortistas, de empresarios, de personas provenientes de multinacionales y del sector financiero.
Alberto Fernández anunció en plena campaña electoral, antes de las PASO, que quería un dólar alto, es decir, pedía una devaluación que, por definición, impacta negativamente en el costo de vida y en el poder adquisitivo de la población, especialmente de los más pobres, ya muy castigados por la mala administración de Macri, que lleva 15 meses seguidos de baja en la actividad productiva, en la generación de empleo y en distintos indicadores macroeconómicos. A su vez, desde que asumió la administración macrista, se fugaron del país unos 70.000 millones de dólares y se contrajo uno de los endeudamientos externos más altos en la historia del país, principalmente, con el Fondo Monetario Internacional ―deuda que Alberto Fernández ya anunció que va a honrar. Actualmente, las reservas del Banco Central se encuentran en pisos históricos.
Con Macri se potenció el mal desempeño de la economía argentina, que viene deteriorándose, especialmente, desde 2013. En la actualidad, el PIB argentino es el mismo que el de 2008 y la tasa de interés alcanza la sorprendente cifra del 70% anual, mientras que el día posterior a las elecciones PASO la Bolsa de Comercio se hundió un 48%, el segundo desplome más importante en todo el mundo en los últimos 70 años.
El dólar y la inflación son dos de los grandes problemas argentinos desde hace más de medio siglo. Cuando asumió Macri, en diciembre de 2015, la divisa estadounidense cotizaba a 14 pesos argentinos ―valor real de mercado. El día posterior a las elecciones PASO se ubicó en 58 pesos ―en una sola jornada cambiaria la moneda estadounidense subió de 45 a 65 pesos, estabilizándose en 58. Por su parte, cuando asumió el kirchnerismo el dólar cotizaba a 3 pesos; al finalizar la última presidencia de Cristina de Kirchner estaba, como se dijo, en 14. Puede hacerse la comparación con México: si hace 20 años la moneda estadounidense duplicó su precio en pesos mexicanos ―es decir, subió dos veces su valor―, en la Argentina el incremento fue de 57 veces.
Por su parte, la inflación en la Argentina es la segunda más grande del mundo: supera el 50% anual ―en dos años los precios se duplican. Desde hace varios años presenta valores anuales de dos dígitos.
El pueblo argentino votó en defensa propia. En 2015 votó castigando al segundo gobierno de Cristina de Kirchner, que tuvo baja en la actividad económica, devaluaciones importantes, alta inflación, crecimiento en el desempleo, represión a la protesta social, entre otras medidas ―por ello, el porcentaje de votos para presidente bajó del 54% en 2011 al 38% en 2015, que luego generaría una segunda vuelta en la que ganaría Macri. La administración macrista exacerbó los problemas económicos y sociales ―con la complicidad del peronismo, que le votó leyes impopulares en el Congreso, y cuyos poderosos sindicatos se abstuvieron de realizar mayores reclamos al gobierno, buscando contener la protesta social. El pueblo está sufriendo ajustes, necesidades y penurias como pocas veces en su historia. Así, el electorado vuelve a votar al peronismo para sacar a Macri ―quien, como se dijo, fue votado para echar al peronismo sólo cuatro años atrás.
La Argentina, con un default próximo ―según indican economistas de todas las extracciones ideológicas―, se encuentra en un callejón difícil de sortear. Especialmente, para el pueblo argentino.
*Sociólogo (Universidad de Buenos Aires). Doctor en Comunicación (Universidad Nacional de La Plata). Profesor de la Universidad del Claustro de Sor Juana, exprofesor de la Ibero, exconsultor de la UNESCO.