Los seis capítulos de la serie Angela Black plantean abiertamente una de las lacras sociales de nuestro tiempo: la violencia de género, el machismo, esa lamentable actitud enraizada y extendida aquí y ahora, algo evidente que hace aún más incomprensible el que gobiernos autonómicos presididos por la derecha como el de Castilla y León, puedan aceptar por un puñado de votos eliminar el reconocimiento de la violencia machista, como le requería la extrema derecha de Vox. Al parecer, el ansia de poder no tiene límites para quienes pretenden ser unos conservadores civilizados.
La coproducción británico-australiana que programa HBO Max, con una extraordinaria actuación de su protagonista, Joanne Froggatt, tiene un gran guion con las dosis suficientes de suspense —incluido un homenaje a Extraños en un tren de Hitchcock— y la sensación verosímil de la impotencia ante el maltrato, ese instinto de dominio y humillación que los gobernantes de Castilla y León, con ese regusto tan típico de los manipuladores por los sinónimos, han decidido llamar “violencia intrafamiliar”.
Una serie bien narrada, bien fotografiada y bien interpretada que descubre los infiernos cotidianos de una familia de clase media del Londres actual, con la virtud añadida de considerar adulto al espectador, es decir, sin el innecesario maniqueísmo.
La oportunidad de su trama la ratifican unos datos estadísticos: cada año se registran en España al menos 120.000 denuncias por presunto maltrato, siendo 2019 el año en el que más hubo, con más de 168.000. Desde el 1 de enero de 2003 hasta hoy se han producido en nuestro país 1.133 asesinatos “intrafamiliares” de mujeres, según datos del Observatorio contra la Violencia Doméstica y de Género del Consejo General del Poder Judicial. La realidad como soporte de la ficción.
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