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Ángela Molina: “Nunca me copio a mí misma; vivo a través del sueño de ser el otro”

No pasó por Hollywood, pero pasó por Buñuel. Ángela Molina Tejedor (Madrid, 65 años) tenía 22 años cuando el autor de Un perro andaluz la eligió para compartir con Carole Bouquet uno de los papeles más inquietantes de su carrera en Ese oscuro objeto del deseo. Formada como bailarina, llevaba cinco años en el cine. Tan famosas son las películas que hizo —Demonios en el jardín, La mitad del cielo, Las largas vacaciones del 36, La ciutat cremada, Blancanieves, Bearn o Carne trémula— como las que se negó a protagonizar: la Carmen de Saura, Las edades de Lulú o Qué he hecho yo para merecer esto. La entrevista es en su casa. La entrada está llena de zapatos. A la japonesa, se los quitan antes de entrar, pero, a la española, me insiste en que no me moleste quitándomelos. Ofrece café. Ella toma un descafeinado con leche de soja y pregunta: “¿Cuántos hermanos tienes? ¿Hijos?”.

Somos cuatro. Dos hijos, ni la mitad que usted.

Yo cinco, empecé y acabé con niñas. He adorado tener hijos. Desde pequeña me ponía un cojín bajo el vestido y jugaba a que estaba embarazada.

¿Había visto a su madre siempre así?

Me tocaba hacer de madre cuando caminábamos al colegio en la calle del Tutor.

¿Allí aprendió francés?

No, con las canciones de Brassens y Moustaki. Y con mi primer compañero [el fotógrafo Hervé Timarché]. Nos escribíamos casi cada día.

¿Dónde lo conoció?

En la playa, con 14 años. Mi padre había comprado una sala de fiestas con jardín en Benidorm. Allí vi actuar a Frank Sinatra, a Johnny Hallyday y a Lola Flores. Nos vimos y nos enamoramos.

El gran, digo el primer, amor de su vida.

El primero. El amor siempre es grande.

¿Ha tenido mucho?

Con mi marido y el padre de mis hijos mayores estoy muy resuelta.

¿Cómo ha conseguido el aprecio generalizado habiendo triunfado internacionalmente?

¿Qué quieres decir?

Sin fingir una leve cojera.

Quizá porque las relaciones que disfruto son desde lo verdadero. Si alguien no es transparente conmigo, no me entero de nada.

Con tanta amabilidad no se sabe si es la antidiva o la diva más lista…

Siempre lo digo: para divo, mi padre [el cantante y actor Antonio Molina]. Todo giraba a su alrededor. He vivido eso y no lo repito instintivamente.

También se ha cuidado diciendo que no a bastantes papeles.

Cada papel es una persona y yo sé si conocer a esa persona me puede aportar como ser humano. Por instinto. A veces me ofrecen algo y pienso: “No, esto lo haría divino tal actriz”. Cuando Saura me ofreció Carmen, yo estaba rodando La Bella Otero en Italia. En otro momento estaba criando y no quería separarme del bebé. En la vida has de saber qué es lo importante.

¿No sintió que sacrificaba su profesión o su juventud con tanta crianza?

Siempre he tenido ayuda porque me movía mucho. Me dejaba el alma atrás, pero me iba tranquila dejando a los niños con ellos.

Ha sido la actriz mejor pagada en tiempos de inequidad.

Un logro de mi representante, Ramón Pilacés. Hemos sabido adaptarnos.

Lo ha sido todo en términos casi opuestos: virginal y madura, sofisticada e inocente.

Nunca me han encasillado ni he hecho personajes como yo. Les he puesto mi experiencia, mi alma, mi conocimiento, mi sangre, pero nunca me copio a mí misma. Vivo a través del sueño de ser el otro.

Ha sido internacional sin Hollywood. Eso sí que es extraño.

Cuando Buñuel estrenó allí, me propusieron quedarme y ser la portada de Playboy sin desnudarme. Pero cuando llegué a la sesión de fotos vi que se desdecían de lo pactado, pretendían poner mucho velo y esas cosas, y me fui. Entonces ya tenía trabajo en Europa y no me compensaba no vivir en mi país. Aunque más tarde viví en Francia hasta que mi hija Olivia cumplió un año.

¿Sus hijos hablan francés?

E inglés. Como yo, que también hablo italiano. Pero ellos son más bilingües: yo no sé escribirlos.

Sus parejas fundamentales han sido extranjeras.

Sí. Mi marido es canadiense de origen noruego, y mi ex, francés. La casualidad es un exceso de sentido.

¿Se ha sentido más libre entre extranjeros?

Yo no siento extranjero a nadie, soy siempre la misma.

Ha sido nominada cinco veces. ¿Mereció algún Goya que no fuera de honor?

No tener el Goya y aspirar a él una y otra vez me gustaba.

¿Se puede triunfar en España sin despertar envidia?

No sé lo que es. No la he sentido. Lo que amo de los demás, lo amo. Y al revés: me aparto de lo que sé que no me hará bien.

Su gran tema es el amor al prójimo, a la vida, a la familia.

El respeto a la vida.

¿No es intransigente con nada?

Siempre he sido justiciera. Para mí el amor y la justicia son casi lo mismo: si no hay justicia, es muy difícil que se desarrolle el amor. No puedo estar ante una injusticia y callarme.

¿Ha perdido algo por hablar?

La vida no me ha puesto en una tesitura así. Políticamente no me defino porque ni yo misma sé lo que es hoy la política más allá de algo necesario para tener derechos y para que el país funcione.

¿De qué justicia habla entonces?

De la social.

Pero eso es política.

Puede estar también fuera, como la religión fuera de la iglesia. Soy absolutamente creyente, pero no creo en ninguna religión. O creo en todas. Creo en el ser humano. Puedes creer en Dios o no. Pero no puedes ignorar su creación, que es la vida. No me gusta poner nombres porque entonces todo se desvanece. No sé si tú crees o no en Dios. Pero ¿de niña no sentías tu alma en tu forma de ser?

¿La conciencia?

Sí. Somos eso: conciencia de nosotros mismos, de la vida, de los demás.

¿Nunca ha traicionado a su conciencia?

No. Pero me he equivocado mucho.

¿En qué?

No sé, cuando era joven era más egoísta. De joven arrasas y luego lo tienes que asumir. Desde que soy una joven vieja y una vieja joven pienso que no hubiera hecho algo diferente, pero quizá lo hubiera hecho de otra manera.

¿Teniendo más en cuenta a los demás?

Es difícil porque cada uno es responsable de su vida y de lo que siente. Lo pienso con mis hijos: si no confío en ellos, ellos no confiarán en sí mismos. Saben que lo he dado todo por ellos, uno es responsable de quien trae al mundo. Ha costado, pero son lo que más amo en la vida.

¿Qué es una familia?

Todo. El milagro más grande y el aprendizaje de amor más continuo y poderoso que tiene la vida.

Para muchos la familia son problemas continuos.

Lo son. Pero el sentimiento que generan las personas que amas puede con todo.

¿No ha sufrido conflictos?

Sí, pero siempre he sido más de apaciguar y equilibrar.

En su familia son muchos y siempre parecen risueños.

Somos como todos. Somos alegres de temperamento aunque, a ver, también nos tiramos los trastos a la cabeza. Pero con tanta gente, siempre ha habido mucha vida en casa.

¿Ha sentido soledad?

La he necesitado justamente por eso, por ser tantos. Me encerraba en mi habitación a leer a los clásicos: Unamuno, Baroja, Balzac o Dostoievski. Los pillaba de la biblioteca que tenía mi madre. A ella también le gustaba mucho leer.

En su lecho de muerte su padre dijo: “Os quiero profundamente”. ¿Qué es eso?

Nos lo dijo millones de veces, pero nos despidió con la mirada. Tenía las manos de mi madre. Pero me miraba. Éramos absolutamente afines. Amigos. Mi padre era como su voz: un volcán, un prodigio de sentimientos. Nos dio los mayores disgustos y las mayores alegrías. Su voz se quedaba en el corazón de la gente porque era prodigiosa.

¿Nunca sufrió su sombra?

No. Yo nací protegida por sus alas. Cuando tu padre te quiere te hace creer en lo que tú sientes. Muchas veces eso me hace sentirlo como si estuviera. Pero eso no vuelves a encontrarlo en la vida. Nadie te volverá a mirar así. Si lo buscara, acabaría loca perdida.

¿Se ha psicoanalizado?

Una vez tuve un amigo director de teatro que se empeñó en que tenía que hacerlo. Fui a una que se suponía que era una crack. Yo hablaba y hablaba esperando una respuesta. Y nada, salía como si me hubieran violado. Al tercer día me dijo: “Vamos a ir haciendo efectivos los honorarios cada tres sesiones”. Le dije: “Vale, pero son las únicas palabras que me has dicho desde hace tres días. ¿Cuánto es?”. Para la siguiente visita le recorté periódicos del tamaño de los billetes. Los metí en un sobre y se los di con una sonrisa. Hoy no lo haría, pero con 20 años era de la escuela de la calle.

Como su padre: un cantante mítico y un personaje de novela.

Mi padre llegó caminando de Málaga. Y nada de cansado: ¡ilusionado! Nada lo frenaba. Trabajó de camarero, de tapicero…, se adaptaba.

Comenzó una relación con la dueña de la pensión, mayor que él.

No tengo ni idea. Todas esas cosas son un poco míticas, no las he podido contrastar.

¿Tampoco sabe que se enamoró de su madre cuando la vio salir del colegio?

Eso es verdad. Un amigo lo invitó a comer y desde el autobús vio a la que pensó que era la chica de su vida saliendo del colegio. Quiso bajarse del autobús. Pero no paró. Al llegar, le lloró la historia a su amigo y al momento llamaron a la puerta y apareció mi madre. Él tenía 17 y ella 14.

Supongo que uno que va andando de Málaga a Madrid ya se atreve a soñarlo todo, ¿no?

Eran el uno para el otro. Mi padre era excesivo. Mostrarse tanto a veces puede resultar violento para los demás, pero lo que tenía lo daba. Todo lo hacía hasta el extremo: si tenía que reír, explotaba. Si debía llorar, lo hacía sin ningún pudor. Era el pueblo. Eso a mí siempre me ha ayudado.

¿Qué quiere decir?

Pues que nunca me he sentido diferente a los demás. Siempre me he relacionado con los otros desde lo que nos une.

Eso es una educación.

Sí. Nos necesitamos.

Entonces, la hija de Antonio Molina no tuvo que matar al padre.

Todo lo contrario. Soy una Electra total.

¿Con su madre también tiene buena relación?

De igual a igual. Hablamos claro. Ella siempre ha sido el timón de su hogar para que mi padre pudiera ser. Es muy inteligente, consiguió no ser sargento teniendo ocho hijos. Es la lucidez. La persona justa, la mujer en quien todos podemos confiar. La adoro. Me muero solo de pensar lo mayor que está ya.

Su padre decía lo que pensaba sin causarles dolor.

Porque sabíamos cómo era. No veía mis películas.

¿Y eso no le dolía?

Mi marido o mis hijos muchas veces tampoco las ven. La pequeña no quería verme besándome con alguien en la pantalla. Es normal. Mi padre vio una y dijo: “Esa no eres tú”. Y no quiso ver más.

Nunca ha tenido una pareja actor.

Me he enamorado de otros actores, pero no he convivido con ellos.

Entrando y saliendo de la ficción, ¿cómo ha conseguido separar los dos mundos?

Un rodaje por sí mismo ya es una vida. Por eso es tan importante llegar luego a casa.

Manuel Gutiérrez Aragón cuenta en A los actores (Anagrama) que en los rodajes todos se enamoraban de usted.

Yo no era consciente. Luego lo he entendido. Si con 19 años y descubriendo la vida, desbordando ilusión, me rodeas de gente…, pues sí. Solo por estar feliz gustas.

Escribió también: “A Ángela no hacía falta desnudarla porque eso era redundante”.

Es una barbaridad de frase, pero siempre he vivido la belleza inocentemente.

Sus primeras películas ¿eran eróticas?

No. Lo más erótico que he podido hacer son algunos ­desnudos con Buñuel o en Los ojos, la boca, de Marco Bellocchio —recién parido mi hijo Mateo—, un desnudo que parece una virgen. Lo miro y no me veo.

¿Qué es el erotismo?

No me interesa.

¿Qué me dice?

Lo disfruto, pero todo cambia a lo largo de la vida. Si no cambiamos, no estamos envejeciendo bien.

Cuando filmó Ese oscuro objeto del deseo, ¿entendía la película?

La puedes ver una y otra vez y cada vez entiendes algo diferente. Es sorprendente incluso para mí que la hice. Buñuel te genera un misterio que te fondea. ¿Dónde me quieres llevar? Llévame adonde quieras.

¿Qué recuerda de Buñuel?

Buñuel me enseñó todo. Hasta a dar hostias y recibirlas. El tiempo en sus rodajes no existía. Se podía entretener media hora en un detalle y rodar luego la escena en minutos. Era generoso y genial. A lo mejor al terminar una escena venía con lágrimas y riéndose, y decía: “Me has recordado algo que viví de joven”. Era el maestro, pero lo vivía todo como un niño.

Está en el cine desde los 17 años.

Estoy desde que nací. Con siete cruzaba sola la calle para meterme en el cine Iris. Sesión doble y pan con chocolate en el intermedio. Salía zombi. Me gustaba sentir que ya no era la misma. El cine me descubría otras formas de ser persona.

Comenzó a trabajar por unas fotos.

En No matarás me cogieron sin casting. Me dijeron: “Acción”. Y tenía que beber agua de la fuente con las dos manos. Vi lo cristalina y bonita que era y pensé: “Me voy a dedicar a esto, a hacer sentir lo que es la vida”. Fue un momento de revelación. Mi trabajo es hacer disfrutar con lo que disfruto.

¿Siempre ha tenido esa capacidad de goce?

Y de sufrimiento. Va junto.

Ha trabajado para más de 150 directores: Buñuel, Tornatore, Tanner, Ridley Scott… ¿Los ha entendido a todos?

Cuando te llaman piensan que eres la pieza que necesitan. Esa unión es de confianza mutua.

¿Con quién ha crecido más?

Con todos.

O sea, no me va a soltar una.

Bueno, con todos menos con uno que era salvaje con el equipo.

¿Español o extranjero?

Eso es lo de menos. Un día le dije que, si maltrataba al equipo técnico de esa manera, me iba al hotel.

¿Cambió?

Vino el productor y me dijo que no podía interrumpir un rodaje que costaba millones. Cuando regresé, estaba a puñetazo limpio con el director. Ahí me di cuenta. Era un ser que no se controla. Pero bueno, se acabó la película.

¿Era histórica?

Sí. En todos los sentidos… [risas].

¿Alguien la ha parado?

A veces mi marido me dice: “Ey, ey”. Soy dulce, pero tengo fuerza. Todos la tenemos, es cuestión de desarrollarla y medirla. Un actor hace eso: trabaja con lo que necesita. Nunca nada es inocente.

No se casó hasta hace 25 años.

Sí, ha sido la única boda de mi vida. Con nadie más me quise casar. Lo sentí así.

¿No ha sentido desamor?

He tenido rupturas. Pero no lo he vivido mal. Las relaciones se transforman.

Ha roto tópicos dejándose las canas vistas, celebrando las arrugas, teniendo una hija con 47 años y casándose con un hombre 10 años más joven que usted… ¿Por qué decidió no teñirse?

Estaba harta de maltratar el pelo. Pensé: “Si me piden que me tiña para alguna película, lo haré”. Pero nadie me lo ha pedido.

¿A Leo Blakstad también lo conoció en la playa?

No. Mis padres se fueron a vivir a Ibiza y mis dos hermanos iban a la Escuela Libre Internacional que mi suegra fundó y dirigió toda su vida. Si hubiera tenido que elegir una segunda madre, la hubiera elegido a ella.

¿No me diga que encima se lleva bien con su suegra?

Perfectamente. A Pou lo conocí porque era amigo de mi hermano Miki —bueno, ahora tiene el pelo blanco y nietos, y todo el mundo lo llama Miguel— y estaba mucho por casa. Cuando iba a ver a mis padres veía a ese niño rubio, divertido y…, bueno, fue creciendo. Un día milagrosamente nos enamoramos.

¿No dudó?

No. Eso es el amor.

Parece que todo le resulte fácil.

Vivo tan intensamente que a veces me falta alegría. Pero me lo lloro sola. Me apoyo en mí: en mi niña, que soy yo, y en mi abuela, que también soy yo. No hay más. Estamos solos, pero llevamos dentro todo lo que hemos amado. Moriremos pensando en los que amamos.


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