“Detesto a mi padre porque cada mañana la cascada de pis atraviesa el tabique, hasta la última gota”. Son muchas las frases, párrafos y páginas que van convirtiendo ese tabique tambaleante en un muro férreo para separar una infancia de clase popular en el bar de barrio de sus padres de una edad adulta entre libros y habitaciones limpias, pera esta es una de las más expresivas. Annie Ernaux necesitó levantar ese muro para huir de una vida de mugre, hules y cajas destartaladas que se acumulaban bajo el mostrador y que tan bien ha reflejado en Los armarios vacíos, nuevo libro que publicará en unos días Cabaret Voltaire en España, el primero de su carrera en Francia. Ernaux está estos días en Madrid, donde relata su tristeza por la derechización de Francia en vísperas de las elecciones presidenciales de mañana.
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El libro retrata esa tensión entre dos clases sociales que la ha convertido en lo que la autora nacida en Lillebonne en 1940, llama “tránsfuga de clase”. A un lado: los clientes que se tambaleaban borrachos al salir del bar dejando vomitonas que limpiaba su madre. Al otro: la educación estirada del colegio de pago y una moralina católica que convertía en pecado su curiosidad. Allí, la vulgaridad a la que no quería pertenecer, aunque pertenecía. Aquí, la “buena educación” a la que tampoco pertenecía, pero llave hacia la formación y las letras. Y en medio, pasadizos que se abrían entre ambos mundos como amenazas de que todo lo avanzado siempre podía retroceder: un aborto, una sonda roja en el extremo de unas pinzas que más que arrancarle una criatura le estaban arrancando una condena a permanecer.
Pregunta. Se ha declarado tránsfuga de clase. ¿Siente que ha traicionado su origen?
Respuesta. Es un sentimiento muy personal que me acompaña desde que me hice profesora, cuando mi padre se estaba muriendo en 1967 y yo estrenaba mi primer trabajo en un instituto con chicos de todos los orígenes sociales. Perdía a mi padre y sentía que le había ignorado, que ya no podíamos decirnos nada más, que nuestra historia se había acabado. Y la conciencia de esos dos hechos simultáneos me recordó el origen del que yo procedía y al que ya no pertenecía. Para mis alumnos yo era la autoridad, la clase dominante, y fui consciente de esa fractura. Ese sentimiento de traición ha crecido, aunque siempre he tomado parte por ellos, por los de mi origen.
P. ¿Ha sentido siempre esa lucha por dejar el pasado atrás?
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R. No estoy segura de que sea una lucha porque la sociedad también la provoca y crea esos tránsfugas de clase. Desde que sacaba buenas notas y me decían en clase que tenía que superar a mis padres, ya estaba atrapada en ese sistema. De alguna manera te sacan del lugar del que sales de forma perniciosa. Yo no vestía como las demás, no era como las demás y mi venganza fueron las notas.
Ernaux, premio Formentor de 2019, autora que ha encontrado su reconocimiento más sólido en los últimos años, es conocida como la gran maestra de la literatura de la intimidad, de la autoficción y, sobre todo, como la escritora que ha sabido retratar toda aquella experiencia femenina que no tenía reflejo literario. Lo ha hecho en La mujer helada, en Pura pasión, Una mujer, Los años y más de veinte obras que hilan ese tejido íntimo, personal, con que ha ido describiendo su vida contra los elementos.
P. La literatura nos ha ofrecido modelos de mujer retratados por hombres: Madame Bovary, Anna Karenina… ¿Cree que lo hicieron con fidelidad?
R. Cuando Flaubert escribió Madame Bovary estaba hablando de mujeres, sí, pero se puede decir que no era su problema. Escribía con su visión, con su comprensión de las mujeres, y está bien conseguido desde ese punto de vista. Yo me reconocí en Ana Karenina y su capacidad de vivir una pasión como la que siente por Vronsky, por ejemplo. En mi caso, yo siempre me siento exterior a lo que escribo. Para mí la escritura es una búsqueda de la verdad de las situaciones, de los afectos, de todo lo que ocurre en la vida.
P. ¿Y hay una verdad literaria distinta de la verdad de la vida?
R. Es que la verdad de la vida la encuentro en la literatura, la encuentro escribiendo. La verdad de la vida está en trozos, en atisbos, en sentimientos que no son necesariamente la verdad. Y la escritura es el medio para expresarlo, nunca de forma definitiva porque eso no existe, nunca hay una verdad definitiva. Esa es la trampa del lenguaje. Cuando empleamos palabras en la vida parece que nos lo hemos dicho todo de forma absoluta, pero esto es mucho más complejo. Yo no me fío de las palabras, no me fío del todo de las palabras. Corrijo: me fío de las palabras solo cuando están colocadas en una estructura en la que la frase, el párrafo y esas palabras van a ayudar a construir el libro.
P. ¿Cómo encuentra le mot just, esa palabra exacta, como decía Flaubert? ¿Le resulta difícil, escribe y reescribe?
R. Sí, para mí es difícil, pero no hago correcciones sin fin. Puedo esperar a que surjan las palabras, a que ocurran. Quito muchas de mi cabeza, no de la página. Escribo mucho mirando hacia arriba, esperando a que las cosas me vengan de la memoria. Puedo mirar la página en blanco mucho tiempo.
P. ¿Qué lugar siente que ocupa en la literatura? ¿En la literatura de la intimidad, de la autoficción?
R. Todo eso son palabras. Para mí la escritura es el medio de aclarar las cosas que he sentido y que hasta ahora no tenían una realidad. Lo hago a través de mi propia experiencia, de ahí el término autobiográfico. Es un trabajo a la vez que una búsqueda de la realidad a través de la intimidad y a través de lo personal, que no es lo mismo. Se trata de buscar la realidad a través del sentir personal, sí, es eso.
P. ¿Se sitúa en un espacio de literatura de mujer?
R. Los hombres han escrito sobre mujeres y ahora al fin las mujeres están escribiendo sobre sí mismas, es una realidad histórica y sociológica. Y ha venido poco a poco. Olympe de Gouges reclamó que si podemos subir al cadalso a que nos ahorquen también podemos escribir.
P. ¿Pero existe una literatura de mujeres?
R. No, creo que no. Pero hay ámbitos en los que las mujeres son capaces de explorar su propia experiencia y que los hombres ignoran porque no lo han experimentado: solo una mujer puede explorar su propia sexualidad o la maternidad. En Los armarios vacíos hablo de un aborto clandestino porque para mí era fundamental y quería hacerlo. También hablo del deseo, del cuerpo. En La mujer helada he descrito la desigualdad entre dos estudiantes de letras que se casan. Siempre he tenido conciencia de que tenía que escribir sobre la vida real de las mujeres, era una obligación. Nunca he separado las dos cosas.
P. Usted pertenece a la generación del 68. ¿Se han cumplido los sueños de esa generación?
R. No. No. No. Hemos conseguido cosas capitales para las mujeres, como el control de la producción o la contracepción, pero no es suficiente. Las mujeres que hoy tienen 40 o 50 no pueden saber lo que era la vida antes del aborto legal y la contracepción, había que renunciar a la sexualidad o vivir siempre en el miedo. Hemos conseguido esas libertades, pero nos habíamos olvidado de que los hombres no habían cambiado.
P. ¿Y no han cambiado todavía?
R. La sociedad ha seguido más o menos igual, al menos en Francia, una sociedad bastante machista, con hegemonía masculina. En el trabajo, en el interior de la pareja, de las familias o en las relaciones sexuales ha habido un privilegio masculino, las mujeres se tenían que callar cuando eran víctimas de violación o de comentarios, siempre había que estar a disposición del hombre. Eso ha evolucionado poco a poco. Gracias a la educación mixta, al acceso a los estudios, pero incluso en los años 2000 la palabra feminismo no estaba bien vista. El Me Too sí ha supuesto un antes y un después.
P. ¿Y la moral católica que describe? ¿Pervive su dominio?
R. La moral católica ha desaparecido a la vez que la religión católica. En Francia el islam ocupa un gran espacio y la religión católica se ha evaporado literalmente. Quedan los bautizos, bodas, entierros… Para la moral católica del siglo XX el cuerpo era fuente de pecado.
P. ¿Cómo explica que el domingo compitan dos opciones de derecha en Francia, sin izquierda? ¿Francia se ha hecho de derechas?
R. Sí, sí. Es un país de derechas, pero con una gran fuerza en torno a la Francia Insumisa, Mélenchon, que se ha despertado. El Partido Socialista nunca dejó de llegar a acuerdos con el liberalismo y abandonó a las clases populares en los noventa.
P. ¿Y por qué se ha hecho Francia de derechas?
R. Porque los partidarios de esas opciones abogan por el orden, porque tienen miedo a la presencia de una inmigración que ha sido demonizada y en la que no solo es responsable la familia Le Pen. Mitterrand tuvo un papel, Chirac también, que hablaba del “olor” de los inmigrantes, que les estigmatizaba. Y el asunto del velo… cuando llegaron chicas veladas y muchos lo convirtieron en asunto de Estado. Y no hemos salido de ahí, ese discurso del velo lo ha usado la derecha y desgraciadamente también los socialistas y al final han fortalecido al partido de Le Pen. Estoy profundamente triste por lo que está pasando en Francia porque hay una parte de mi país que está realmente apartada. Yo no me reconozco ni en uno ni en otra y percibo el sentimiento de que Francia va a ser gobernada solo por una parte de su población. La gente no se va a reconocer en sus gobernantes y una parte de Francia se sentirá totalmente excluida.
En todo caso, concluye esta escritora partidaria de Mélenchon, el domingo irá a votar a Macron por una razón clara: “Me da miedo que gane la extrema derecha”.
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