La foto de John Lennon desnudo abrazado a Yoko Ono, la trastienda de los Rolling Stones o la guerra en Bosnia son la cara visible de una mujer que parece haberlo visto todo. Madre tardía, pareja de la ya fallecida escritora Susan Sontag y tan hábil cazando imágenes como construyéndolas, Anna Lou Leibovitz (Waterbury, Connecticut, 1949) empezó a llamarse Annie cuando, con 25 años, se convirtió en la fotógrafa de la revista Rolling Stone. “Tuve que buscarme un nombre porque la gente no podía pronunciar mi apellido”. Más cómoda detrás que delante de la cámara, pide que nuestra entrevista sea por teléfono.
Pregunta. Del rock a la moda e incluso a la guerra. Y de una vida frenética a convertirse en madre triple con más de 50 años. ¿Cuál es su retrato real?
Respuesta. La gente cree que empecé fotografiando a los Rolling Stones porque me interesaba el rock, pero lo que me atraía, desde que estudié Bellas Artes y dejé la pintura, era la fotografía. Es un campo donde todo cabe. Y si te dedicas a fotografiar durante 50 años, no cambiar tú misma como persona sería lo raro. No cambiar es no haber vivido, ¿no? Respecto a la maternidad: quería ser madre.
P. No acepta que la retraten. ¿Tiene miedo?
R. Me incomoda. Necesito saber quién está al otro lado. Me he ido relajando con los años. Al ir convirtiéndome en alguien conocido, he tenido que rebajar esa exigencia.
P. ¿Para conseguir un buen retrato se debe confiar en el fotógrafo?
R. Confiar es un verbo demasiado grande. Se debe respetar, relajar y esperar a que algo salga, porque incluso en lo más planificado existe el azar.
P. Las celebridades sí parecen confiar en usted. Retrató a John Lennon desnudo horas antes de morir. A Schwarzenegger enseñando el culo. A Keith Richards dormido (o drogado) en el suelo.
R. En 1975, tres años después de que mi profesor Robert Frank lo hiciera, me contrataron para fotografiar el tour de los Rolling Stones. Decidí dos cosas: vivir con ellos y molestar lo menos posible. Eso sí, que Keith Richards se quedara dormido en el suelo no era excepcional.
P. Compartió con ellos vida, esfuerzo y drogas.
R. Frank había retratado la gira de 1972. Los habíamos visto en todas las posturas. Yo sabía que al regresar tendría trabajo si lo hacía bien, pero no sabía qué. Solo sabía que debía hacer algo distinto. De modo que me adapté a su vida. Y fotografié esa vida. Eso solo lo pude hacer entrando en ella. Pero no me arrepiento de nada. Amo mi vida. Ha sido un viaje salvaje y lo he disfrutado cuanto he podido sin aislarme del mundo.
P. Ha retratado en la cama a Miles Davis o a la diseñadora Vivienne Westwood, medio desnuda y entrada en carnes.
R. Una fotografía nunca es privada, aunque una cama pueda sugerirlo. Westwood es una mujer muy abierta. Se lleva 25 años con su marido y eso se ve en su desnudez ajada. Pero lo importante es que nos fijamos en eso por encima del deseo que hay en la foto. Sería un error no retratar a alguien tal como es por prejuicios propios.
P. Su último libro, Wonderland (Phaidon), recoge su relación con la moda. Usted se inventa mundos.
R. La moda es para explorar, para expresarse. Hace años que no uniformiza más que a quien quiere.
P. Entre una inacabable lista de premios, el libro recoge las fechas clave de su vida: las del nacimiento de sus tres hijas, la de la muerte de su padre y la del inicio de su relación con Susan Sontag. ¿Qué fue ella para usted?
R. Estuve a su lado 15 años. Fue un privilegio y un honor compartir la vida con ella. Tuvo un impacto enorme en mí y en mi trabajo. No quería tener hijos, por eso habíamos comenzado a separarnos cuando ella se puso enferma y murió.
P. ¿Cómo cambió su vida?
R. No cambió lo que hacía, me alteró por dentro. Cuando la conocí me di cuenta de que le gustaba y no sabía qué hacer con eso. Pensé: Dios mío, es Susan Sontag y está interesada en mí, ¿qué hago? Supe que si me involucraba con ella esa relación afectaría a mi trabajo.
P. ¿Y fue así?
R. Sí, quise llegar más lejos, convertirme en una fotógrafa mejor.
P. ¿Por ella?
R. Sí. Era muy dura. Me dijo: “Eres buena pero podrías ser mejor”. La vida con Susan era así.
P. ¿Iba a ser mejor haciendo lo que ella le decía?
R. No, no. No decía nada. La vida con ella era diferente. Su autoexigencia era enorme, pero luego sacaba tiempo para hablar. Me leyó entero Alicia en el país de las maravillas sentadas bajo un árbol. Y yo sentí que hasta ese momento no había conocido bien esa historia. Era así: te hacía ver. Por dura que fuera, era una persona mágica. Uno no podía evitar amarla.
P. Y usted lo hizo.
R. Por encima de cualquier discrepancia. No he vuelto a estar con nadie.
P. ¿Con 40 años se convirtió en fotógrafa de guerra por ella?
R. No sé si fui fotógrafa de guerra, hice fotos en Sarajevo porque ella estaba allí. Los verdaderos fotógrafos de guerra me miraban preguntándose: “¿Qué hace esta aquí?”. Y tenían razón. Y no la tenían, porque cada uno ve desde lo que es. Un verdadero fotógrafo de guerra suele ser una persona muy dura y no me gustaría serlo.
P. Ha leído el mundo más en imágenes que en ideas.
R. No soy una gran lectora. Y eso me pesaba en la relación con Susan. Me gusta leer. Pero me absorbe y no me deja ver nada más. Y eso no lo soporto. Como fotógrafa, vivo de estar alerta. Me fascinaba cómo Susan adoraba leer y hablar. Y esa era una discrepancia entre nosotras. Yo amo la luz. Soy incapaz de encerrarme a ver una película de seis horas cuando fuera, en el mundo, luce el sol. Ella simplemente lo amaba todo. Todo. Susan era así.
P. Usted hizo que la modelo Natalia Vodianova, que pasó de la pobreza a casarse con el millonario Antoine Arnault, atravesara un espejo para retratarla como Alicia. ¿Cómo lo consiguió?
R. El mundo de la moda es atrevido por definición. Mis dos grandes trabajos partieron de dos historias infantiles: El mago de Oz y Alicia. Mis hijas eran pequeñas y yo volví a esas historias. Natalia debía de tener 18 años.
P. Luego se convertiría en la Cenicienta.
R. Es cierto. Eso sucedió. Pero cuando la convertí en Alicia no lo podíamos saber.
P. Por eso es tan valioso.
R. Puede ser. Algo maravilloso de la moda es que las modelos posan. En la vida real una cámara incomoda a todo el mundo. Nadie quiere que lo fotografíen. En la moda están ahí para ser retratados. Te esperan, te ayudan, aman ser fotografiados. Cate Blanchett, Kate Moss… Toda esa gente es colaboradora. Te ayudan.
P. Wonderland —el tercer libro que resume su trayectoria— incluye retratos que desnudan: Melania Trump emula a Demi Moore embarazada, pero en las escaleras de su jet privado y con Donald Trump dentro de un deportivo. ¿Cómo ha evolucionado su relación con los Trump?
R. Cuando hice esa foto era impensable que él pudiese llegar a ser presidente de Estados Unidos.
P. Fue como una premonición.
R. Tengo una relación de amor-odio con esa imagen. La historia era sobre una modelo embarazada. Y es de esas veces en las que la realidad supera a la ficción. Nos citó en el aeropuerto. Estábamos fotografiándola y de repente llegó él. Y pasó lo que pasó. A veces la vida atropella a la fotografía. Uno hace una foto y, cuando pasa el tiempo, la historia que encierra se lee desde otro ángulo. Durante un tiempo pensé en retirar esa imagen de mi porfolio. Ahora creo que debe estar: demuestra el espectáculo en el que esta gente ha convertido su vida.
Annie Leibovitz, en su casa de Rhinebeck.Gillian Laub (The New York Times / Contacto)
P. ¿El tiempo reinterpreta las fotografías?
R. Las fotografías cambian según cuándo se miren y según con qué conocimiento se lean. Retraté a John Lennon horas antes de que lo asesinaran. Era un abrazo amoroso, pero se convirtió en el último beso.
P. Ese retrato es sobrecogedor porque él está desnudo y se muestra vulnerable, en posición fetal, y Yoko Ono está vestida. ¿Se lo pidió usted?
R. Pedí que se desnudaran los dos y solo aceptó hacerlo él.
P. ¿Quiso mostrar su vulnerabilidad?
R. No, quise mostrar amor y encontré azar, que muchas veces ayuda. Por eso hay que buscarlo con paciencia.
P. Tiene una gran colección de mujeres poderosas: Hillary Clinton, Michelle Obama, Meryl Streep, Alexandria Ocasio-Cortez.
R. Las elijo porque son fuertes y salen fuertes. Desde que soy consciente de que envejezco intento que la gente que retrato salga como es. Querría haber retratado a la gente como es. Pero no es fácil: cada uno somos muchos.
P. ¿Hay que ser famoso para retratar a famosos?
R. No. A veces ser conocido funciona a tu favor y otras veces en contra. Soy responsable de lo que he hecho y, si me llaman, entiendo que buscan algo distinto. Yo construyo la historia delante de la cámara. En una época de invención digital, las imágenes, por imaginativas que sean, funcionan si encierran una verdad. Dramatizada o exagerada, debe ser verdad.
P. ¿Cuándo se dio cuenta de que los que posan para usted harían lo que les pidiese?
R. Nunca. Eso no es así.
P. Ben Stiller se metió dentro de una burbuja de plexiglás que colgaba de una grúa sobre el Sena.
R. Sí. Llegó y dijo: “Esto es demencial”. Pero Karen Mulligan, con quien he trabajado durante más de 20 años, le mostró los buceadores que teníamos preparados para rescatarlo en el caso muy improbable de que algo fallara. Estamos hablando de fotos de moda que buscan resumir una historia en una imagen. Para comunicar hay que jugar. Para ser divertido hay que atreverse a hacer un poco el loco.
P. ¿Pasó de cazar una imagen a construirla?
R. Pero es lo mismo: capturar un instante. Se trata de verlo y atraparlo o de construir algo imposible de repetir.
P. ¿Cuánto Photoshop utiliza?
R. En aquella época, nada. Hoy en el mundo digital el cuarto oscuro es un ordenador y la demanda de imágenes contrastadas es incesante. Yo no hago fotoperiodismo, y en fotografía artística el retocado es necesario. Pero tengo una cosa clara: nada comunica como una verdad. La realidad es mucho más potente que el Photoshop.
P. ¿Cómo decide qué atributo define a una persona?
R. Pienso siempre en varias alternativas, pero al final las circunstancias —el tiempo de que dispones, dónde estás, o lo que es o no posible— deciden. Me gustan los extremos: construir una locura o retratar con muy pocos medios. En cualquier caso, para hacer una buena foto se sacan muchísimas. Y las que recogen los libros o las exposiciones son la excepción. Lo bueno es escaso.
P. ¿Quién es realmente Arnold Schwarzenegger: Mister Olympia, Terminator, el exgobernador de California, un inmigrante que llegó a formar parte de la familia Kennedy…?
R. Lo he fotografiado tantas veces que mis retratos resumen su auge y su caída. Comencé cuando fue campeón mundial de culturismo en Sudáfrica y lo he visto casarse, divorciarse, triunfar como actor y convertirse en político. Lo he sacado fuerte y vulnerable. Y creo que él es todo eso. Como autora intento retratar a las personas como creo que son, no lo que siento por ellos. En 1975 pasé de fotografiar a Mick Jagger, que era el sex-symbol del momento, superdelgado y alocado, a retratarlo con un cuerpo inmenso. Igual que todas las fotos no resumen una personalidad, aunque la apunten, a veces un físico muy marcado oculta quien uno es.
P. Katy Perry, La reina de Inglaterra, la jueza Ruth Bader, Lady Gaga… ¿Llega a conocer a las personas que retrata?
R. Cuando era joven creía que sí. Pero me di cuenta de que era mejor marcar una distancia. Creo que una de las razones por las que me ha ido bien es porque lo que me importa es que las fotos sean buenas y no me he perdido buscando otra cosa.
P. Hace poco, su portada de Simone Biles para Vogue fue criticada.
R. Era un retrato de ella con toda su complejidad. Y me acusaron de descuidarlo porque era negra. Ahora con el movimiento Black Lives Matter, que era necesario, todo eso está en el ambiente. Pero habiendo fotografiado a mucha gente negra, entre otros a Nelson Mandela, creo que se equivocaron al dudar de mí.
P. La hemos visto entre sus hermanos, abrazando a sus hijas, trabajando, viajando, pero sabemos muy poco de usted…
R. Es la vida del fotógrafo, siempre se queda detrás. ¿Qué querría saber?
P. ¿Dónde se encuentra su existencia en su trabajo?
R. Hubo una época en la que fotografié mucho a Susan. Era parte del duelo: anticipaba la pérdida y era mi manera de dejarla aquí. Cuando mis hijas nacieron también las retraté todo el rato: era mi manera de celebrarlas. Pero dejé de publicar esas fotos. Decidí que no quería que mis fotos las definiesen. Quería que se definiesen ellas mismas. A veces es muy difícil cambiar la imagen que congela una fotografía. De modo que el deseo de intimidad de mis hijas me convirtió en una persona más privada. No es que tenga nada que esconder, simplemente no quiero que toda mi vida sea pública en una era en la que gran parte de nuestras vidas está más en Instagram que en nuestra intimidad.
P. Siendo una figura pública y lesbiana no ha utilizado su trabajo para defender los derechos de los homosexuales.
R. No creo que haga falta. He vivido abiertamente mi opción sexual. No tengo nada que esconder, pero tampoco ninguna necesidad de golpear a nadie con mis decisiones. La vida del fotógrafo es cruda y, en mi opinión, debe ser privada. Cuando hago cosas como esta entrevista, las encuentro difíciles y no consigo ser enteramente yo. Verá, no soy Susan Sontag. La echo de menos en ocasiones como esta: ella sabía siempre qué decir.
P. Pero esta es una entrevista a usted.
R. Sí. Y creo que mis preocupaciones —el derecho a ser, la necesidad de soñar, la urgencia de cuidar el planeta y hasta la maternidad— están en lo que hago.
P. Quiso ser madre pasados los 50 años.
R. Quería dar lo que había tenido. Provengo de una familia con muchos hermanos y tengo recuerdos felices. Para mí mis mejores fotos son las que he hecho a mi familia. Ahí hay intimidad, confianza, amor y desnudez. Lo que mis hijas me dieron fue lo contrario de lo que les sucede a muchas madres: me hicieron parar. Me había pasado la vida corriendo. Y cuando corres todo el rato te das de bruces contra muchos muros. Uno no puede pasarse la vida corriendo porque no termina de llegar a ningún sitio. Estoy agradecida de haber tenido esta oportunidad.
P. ¿Con qué valores ha intentado educar a sus tres hijas?
R. Con el ejemplo, no hay otra opción. Ser madre soltera es complicado para los hijos —que solo tienen a una madre a la que recurrir, protestar, querer o pedir— y para la madre, claro.
P. ¿Las crio sola?
R. Sí. Después de que muriera Susan, mi vida ha sido mi trabajo y mis hijas. No lo vi venir. Pensé que llegaría otra persona. Pero no he tenido tiempo para nada más. Criar hijos es un trabajo de dos. Si alguien me preguntara, le diría que se lo pensara mucho antes de tener un hijo para criarlo sola. Es difícil para la madre y para el hijo.
P. Pero lo ha hecho tres veces.
R. No sabía lo que hacía. Luego crecen, ¿sabe? Y se hace mejor y peor, a la vez. Las adoro. Son el amor de mi vida, pero, ya sabe, dan mucho mucho trabajo. Criar hijos es una vida muy, muy real. Y justo por eso, requiere imaginación.
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