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Antojos: ¿realidad hormonal o excusa para comer a capricho?


¿Existen los antojos o son un mito que se usa para comer a capricho? Porque si funciona como disculpa ante la comida menos sana, ¿no se tratará de una fábula? Según la RAE, el antojo es “deseo apremiante y pasajero, habitualmente caprichoso”, que generalmente asociamos con la alimentación. ¿Cuánto hay de biológico, cuánto de emocional? Se atribuye a las mujeres que están embarazadas, pero también se relaciona con los días de menstruación. Por tanto, suele considerarse algo femenino, ¿no hay versión masculina? Los cuentos dicen que, si no se satisfacen, salen manchas en la piel, Dicen, dicen; el caso es que saber, sabemos poco.

En busca de respuestas, lanzamos las preguntas a la comunidad médica, desde donde alza la voz Juan Vidal, jefe de la Unidad de la Mujer del Hospital Ruber Internacional. Nos asegura que el antojo tiene una base científica, relacionada con las alteraciones que se producen en el cuerpo de la mujer durante el embarazo. “No olvidemos que hay un nuevo órgano hormonal, la placenta, produciendo estrógenos en grandes cantidades y modificando el equilibrio habitual”, explica el doctor. Al mismo tiempo, la embarazada tiene cambios psíquicos muy potentes, como la emoción y el miedo, que pueden derivar en antojos. “Algo parecido sucede durante la menstruación, en menor medida”, precisa. Esto explicaría por qué los hombres, más lineales a nivel hormonal, se libran de sufrirlos.

Lo que no está nada refrendado desde el punto de vista facultativo es que las demandas hormonales del organismo atiendan a necesidades reales de alimentos. “Rara vez hay un antojo de brócoli”, pone como ejemplo Paula Crespo, nutricionista del Hospital Campo Grande. La experta asocia las apetencias y los rechazos, que se producen sobre todo durante el primer trimestre del embarazo, al cambio de los sentidos olfativos y gustativos, pero no directamente a una necesidad metabólica. “Porque si el cuerpo pidiese lo que necesita, las embarazadas no tendrían antojos de dulces: en una cantidad inadecuada, aumentan el riesgo de diabetes gestacional”, precisa. Así que ya lo sabes: esa pérdida de control que experimentas ante el chocolate no viene de las tripas, sino de la mente.

Lo que pide el cuerpo durante el embarazo

Más allá del enfoque médico, la respuesta está en ellas. Aquellas mujeres de distintas edades, procedencias y profesiones que afirman haberse enfrentado al antojo. “Yo no creía en ellos, y mucho menos en que los recién nacidos pudieran tener una mancha, pero a mi hijo le pasó, y ahora pienso mucho en unos higos secos que se me antojaron a horas intempestivas”, cuenta Marta Zimmermann, galerista barcelonesa, al frente de La Casita de los Superpoderes del Arte. La chef Cristina Oria, con restaurante y tienda en Madrid, deja a un lado la superstición, pero admite que en sus tres gestaciones tuvo una debilidad. “Me di cuenta de que volvía a estar embarazada porque el cuerpo me pedía aceitunas todo el tiempo. También boquerones en vinagre, muy curioso”, admite.

“Aunque no haya base científica, yo creo que el cuerpo es sabio”, afirma Vanessa Lledó, cocinera del restaurante Mil Grullas en València, quien también experimentó el reajuste. “Durante los primeros meses de embarazo, adelgacé, pero luego tuve antojo de comer de cuchara, cuando nunca he sido de eso. Me apetecían lentejas y me hacía unas ollas que mi marido alucinaba. A lo mejor las comía y las cenaba”, recuerda. Por su parte, Mònica Escudero, editora y coordinadora de El Comidista, lloraba la pérdida de aquellos alimentos que tenía prohibidos. “Sushi, sashimi y pescado crudo en general. Soñaba literalmente con grandes bandejas desfilando ante mí que no podía coger. ¡Era muy frustrante!”, lamenta. Su hijo Elvis nació en el mes de agosto, “y en junio y en julio -calores mediante- comí cantidades industriales de melón y sandía, eran la base de mi alimentación”.

Amor y odio siempre van de la mano, claro. “En mi caso, durante el primer trimestre de mis dos embarazos, sentí unas ganas terribles de comer pepinillos y berenjenas en vinagre, dos cosas que no suelo tocar”, confiesa Diana Oliver, periodista especializada en maternidad y a cargo de Tacatá Comuniación. Por el contrario, desarrolló un rechazo paranormal por las judías verdes, que habitualmente le encantan. Michel Resendiz, a cargo de la parada mexicana La despensa de Frida en el Mercado de Ruzafa, tiene una historia similar. “Siempre me había gustado el olor de las pescaderías, me recordaba al mar y los aguachiles, pero una mañana, en el mercado, me dio un rechazo enorme”, relata. Cortó un mango y lo aliñó con un poco de lima, sal y chile en polvo. “Solamente esa mezcla, entre dulce, salado, picante y ácido, me frenaba las náuseas”, rememora.

La menstruación, otro melón hormonal

Una vez al mes, el frigorífico de la ceramista valenciana Ana Illueca se llena de mariscos, pescados y carnes rojas: de repente, los mejillones le hacen ojitos, pero también rarezas como el hígado, y de los dulces ni hablamos. “No he sido madre, pero sé que me va a bajar la regla cuando necesito más fruta, mariscos y, en general, alimentos que tengan hierro”, asegura. Como ya se conoce, procura hacer acopio de proteínas y, en cualquier caso, esos días se permite algún que otro festín. A Mònica Escudero, el hambre le asalta más bien durante las semanas del SPM (Síndrome Pre Menstrual), y le resulta muy difícil obviar las señales del cerebro. “Es de ese tipo de hambre que te hace rugir el estómago, algo muy físico. Pero no dulce: el cuerpo me pide salado, crujiente y ácido”, comenta.

Según la ginecóloga Ana María Palacios, del Instituto Bernabeu, los antojos son más frecuentes en la segunda parte del ciclo menstrual, que se corresponde con el SPM, y se relacionan directamente con la revolución hormonal, como también la tendencia al llanto o el cambio de humor. “Curiosamente, no todas las mujeres sienten los efectos, mientras que otras tienen hasta que tomar antidepresivos para regularlos”, revela. Lo primero que demanda el cerebro es dulce, especialmente chocolate, y así lo constata la escritora Bárbara Blasco, quien declina el término ‘antojo’. “O al menos yo no los llamo así, sino deseos intensos, perfectamente racionales, a los que me lanzo de cabeza”. Dice que son “ilocalizables, poderosos y bastante vulgares”: de hecho, ha llegado a sentirlos por patatas y tomates.

Quien se reconoce golosa es Marta Zimmermann. “Aparte del embarazo, mi experiencia con el antojo, y la de muchas mujeres que conozco, ha sido durante esos días del mes en los que el cuerpo te pide azúcar, y particularmente chocolate”, narra. El estereotipo del helado tiene, en realidad, más formas de las que estamos dispuestas a admitir. “Suele caer algún donut o cruasán de chocolate. Pero no me sirve uno cualquiera, tienen que ser de los que muerdes y te chorrean”, asegura Vanessa Lledó. Que se lo digan a Noema Ortí, interiorista y productora del vermú Carmeleta, que entiende el antojo como algo “explosivo e incontrolable”, muy difícil de refrenar. “En general, toda la vida, si veo polvorones, me pongo mala. No hace falta que sean los más artesanos, me sirve con los más baratos del supermercado. De coco o canela, no me puedo controlar”, garantiza.

El antojo emocional

Al habla Erika Lust, directora y productora de cine erótico con perspectiva feminista: “Creo que tienen mucho en común. Al final, son dos formas de placer y, si nos falta uno de los dos, solemos buscar la satisfacción en el otro”. El antojo de comida puede convertirse en sustituto del antojo de intimidad y contacto humano, y precisamente por esa relación emocional, debemos andarnos con cuidado. “En general, lo que comemos afecta mucho a cómo nos sentimos. Desde que empecé a adoptar una dieta y un estilo de vida vegetariano, por ejemplo, siento que mi relación con mi cuerpo y con otras personas se han vuelto más saludables”, prosigue Lust. Sin embargo, otras mujeres tienen una relación conflictual con los antojos debido a la presión social sobre sus cuerpos, y aquí es donde ella se viene rebelando.

“Fuimos educadas a tener que ser perfecta para la mirada de otras personas y dejamos de lado nuestro propio bienestar para complacer expectativas sobre nuestra apariencia ideal. No podemos querer ‘demasiada’ comida, eso debe darnos vergüenza”, lamenta. Por ello, defiende que las chicas se dejen llevar por la apetencia, y aquí entran en juego sus propios antojos. “Por ejemplo, yo suelo darme placer con un buen vino bio; helados veganos o cinnamon rolls (kanelbullar), como buena sueca que soy”, enumera.

En este rastreo de la huella emocional del antojo también abre camino Patricia Moreno, periodista y experta en comunicación en torno a la diversidad. “Lo cierto es que para una persona verdaderamente glotona como yo no resulta fácil diferenciar cuándo se trata de un antojo -entendiéndolo como deseo promovido por una situación biológica concreta- y cuándo, simplemente, es algo tan prosaico como un hambre voraz, ya sea por la hora del día o por un estímulo olfativo o visual”, arranca. Por este motivo, cada vez está más interesada en la nutrición emocional y el estudio de los reclamos que transmite el cuerpo, también en el caso de las mujeres cisgénero y los hombres trans. “Me parece importante destacar, y en esto no hay lugar a dudas, lo desconectadas que estamos de nuestros cuerpos. Me encantaría saber leer más y mejor sus mensajes y señales”, reivindica.

¿Estaremos ante la fábula del capricho? Porque si no podemos delimitar la condición biológica y emocional, ¿entonces cuánto hay de real en ello? Algunas voces nunca se han enfrentado a la leyenda del antojo. “Personalmente, nunca he tenido esa necesidad, tal y como la describen las embarazadas, de comer algo y hacerlo en ese mismo momento”, manifiesta Macarena Escrivà, periodista de viajes y gastronomía, quien sigue: “¿Que quizás durante la menstruación y los días previos puedas tener algún antojo? Podría ser, pero pienso que está más ligado a cómo te sientas en ese momento”. Por eso recomienda explorar fórmulas alternativas: “Un antojo puede ser cualquier cosa que nos haga sentir mejor: una cena rica, un vino con amigas…”, concluye. En definitiva, lo que sepamos que nos ayudará a subir el nivel de endorfinas.




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