Asegura Antonio Arias (Granada, 56 años) que movió papeles para alistarse en un viaje espacial. Cuando el pasado marzo leyó la noticia de que un millonario japonés planeaba enviar a ocho artistas de todo el mundo a la Luna en 2023, le mandó un correo electrónico. Desistió al recibir la respuesta: le pedían un reconocimiento médico. “Dije: hasta aquí podíamos llegar. Viajo mejor con la cabeza”, comenta.
No habría músico español más idóneo para semejante aventura. El líder de Lagartija Nick ha dedicado la totalidad de su obra en solitario (tres discos titulados Multiverso) y varias canciones de su grupo (como El mar de la tranquilidad o Supercuerda) a los mundos astrales. En abril estrenó en plataformas digitales su cuarto disco, Hola Tierra/Hello Earth de Alfred Worden. Está basado en los poemas que este tripulante del Apollo 15 publicó en 1974. Worden nunca pisó el satélite: era el encargado de quedarse en la nave (“Esperando a los colegas en el autobús”) y, al pasar por la cara oculta de la Luna, perdía toda comunicación con la base. Esa sensación de estar solo y perdido en la inmensidad la plasmó el astronauta en un poemario que Arias califica de “muy pop, de estilo sencillo y a la vez psicodélico”.
Tras una larga búsqueda, consiguió el libro. “Cuando me llegó, fue muy fácil coger la guitarra y empezar a cantar”, explica. Puso música a los versos en inglés y envió las canciones a Worden. “Eran las navidades de 2019. Lo escuchó, y sé que rebotó alguno de los temas a Dee O’Hara, una de las enfermeras de las misiones”. Arias necesitaba permiso para publicar las letras. Pero Worden murió el 18 de marzo de 2020 y la gestión pasó a sus herederos. “Imagino el pasmo: recibes una demo de un español cantando en inglés toda tu poesía… Aunque dijeron: ‘¡Oh, genial!”.
Dos compactos con las canciones en inglés y en castellano y los poemas de Worden adaptados al español por Martín López-Vega componen el hermoso artefacto que ha visto la luz gracias a la colaboración de IAA-CSIC y el Instituto Cervantes. El disco se inspira descaradamente en clásicos como The Dark Side of The Moon, de Pink Floyd (1973), o Sgt, Pepper’s, de los Beatles (1967). “El poemario te pedía esas influencias. Hay guiños evidentes a esos álbumes”. Arias presentó el álbum en junio en el observatorio de Calar Alto, en Almería, y este sábado (Día Mundial de la Astronomía) lo tocará en la escalinata de la sede central del CSIC en Madrid.
El cosmos seduce a Arias desde niño. “Vivía en un barrio de protección oficial y allí el cielo era muy limpio”, recuerda. Le fascinaban series como Espacio 1999 y su música incidental. Hoy luce en su muñeca un reloj blanco de la NASA. “¡Fíjate cómo es internet! Este me lo compró mi mujer por mi cumpleaños. Costaba unos 200 euros. Pues luego van y sacan otra versión dedicada al Apollo 15, con la superficie lunar en la esfera… ¡Una maravilla! Pero no podía gastarme ese dinero en otro reloj”.
Ahora le saca menos partido a su telescopio. “Tuve la suerte de mudarme a una casa en el centro de Granada, con el local de ensayo abajo, pero la contaminación lumínica de la ciudad apenas deja ver nada. Me duele mucho esa ausencia, porque me lo pasaba muy bien viendo las lunas de Júpiter. Pero como tengo la oportunidad de ir a observatorios, ahí me desquito. Como hay confianza, la última vez en el de Almería me dejaron mover el macrotelescopio con los mandos. Es increíble”.
Cuando se asoma al universo siente una especie de gratificante vértigo. “Es igual que si sacas medio cuerpo por la ventana: notas cómo te llama el abismo, que quieres tirarte… Es una llamada fuera de ti”. La contemplación de las estrellas le ha dado alguna lección sobre la vida. “Me ha enseñado que hay que volver a lo mundano”, señala. “Al trabajo, a la familia, a tener la comida preparada, a llevar a mi hija al colegio cuando era más pequeña… Me digo: ‘Lo dejo a las 12, que tengo que bajar a hacer la compra”. Su hija ahora tiene 16 años. “Ha tirado por la música clásica, que es como su punk. ¿Qué es lo que nunca ha visto en su casa? Un violín. Es el instrumento que toca”.
De modo que ahora el día a día de Arias pivota entre la música, el telescopio y las antirrockeras tareas domésticas. “He aprendido a que no se me adelanten en la cola. Ves a la mujer apoyándose en el andador… ¡No tiene tablas ni nada! Intento comprar los alimentos de temporada. Y eso que mi pareja dice que como fatal. Cocinar, lo hago bien. Especialmente las migas, los arroces, las crepes, toda la comida hindú…”, enumera.
Implica gran audacia publicar un disco conceptual (“Casi un musical”) en unos tiempos dominados por el bombardeo fugaz de singles. Arias se mueve cómodo en los márgenes, incluso del rock, cuya deriva lamenta. “El rock no pinta nada hoy en día para la juventud”, afirma. “Antes motivaba a la gente a la revolución. Hemos perdido toda nuestra capacidad subversiva. Ahora el rock se ha convertido en un producto para un target. Si tienes 50 y has sobrevivido, es que tienes dinero: nos hemos convertido en un target de cosas del pasado. Por eso se publican esas cajas conmemorativas con 100 canciones. Los jóvenes son seres humanos; en algún momento se emocionarán oyendo a Vivaldi o a Pink Floyd. Aunque todo quedará sepultado bajo una montaña de mierda, y van a tener que aprender a bucear”.
Trabajador infatigable, ha publicado 14 discos con Lagartija Nick, entre ellos Omega (1996), la triunfante mezcla de flamenco y rock con Enrique Morente al que su nombre irá siempre ligado. “Nosotros [Lagartija], que sacamos discos casi todos los años y la gente no se entera ni del título, y en cambio aquel… Como decía Morente: ‘Ese parece que les gusta’. Sarna con gusto no pica”.
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