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Argentina: fallo totalitario contra la libertad de expresión (Artículo)

Argentina: fallo totalitario contra la libertad de expresión (Artículo)

Un juez dictó un fallo de primera instancia contra un servidor y la editorial Penguin Random House, por considerar que mi libro “Lo que no dije en Recuerdo de la muerte”, contenía injurias y calumnias contra el político-empresario Rafael Antonio Bielsa: Miguel Bonasso.

Por Miguel Bonasso, exclusivo para Aristegui Noticias@bonassomiguel

Insólito: que un juez en lo civil ordene a un periodista incorporar a un libro, ya editado y distribuido, una “adenda”, contradiciendo lo que afirma en el texto sobre una figura pública. Perdón por escribir esta vez sobre una experiencia personal, pero creo que vale la pena, porque me trasciende largamente y sienta un precedente de “ley mordaza” en la Argentina, que contradice la jurisprudencia de la Corte Suprema sobre la doctrina de la “real malicia” y un principio básico de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH): “LA OPINIÓN NO ES JUDICIABLE”.

La noticia: hace pocos días, el juez en lo civil y comercial argentino Gastón Matías Polo Olivera, dictó un fallo de primera instancia contra un servidor y la editorial Penguin Random House, por considerar que mi libro “Lo que no dije en Recuerdo de la muerte”, contenía injurias y calumnias contra el político-empresario Rafael Antonio Bielsa, alto directivo de la todopoderosa Corporación América, concesionaria de todos los aeropuertos argentinos (y muchos internacionales) y propietaria de una cadena de medios y una multitud de empresas de diversa índole.

Este personaje destacado, hermano del célebre director técnico Marcelo Bielsa, fue canciller en los dos primeros años del gobierno de Néstor Kirchner y provocó un grave incidente con la Cuba que aún conducía Fidel Castro, cuando autorizó que la médica cubana Hilda Molina y su madre Hilda Morejón, ingresaran a la embajada argentina en La Habana con el manifiesto propósito de asilarse, lo que -sin duda- hubiera colocado la relación entre los dos países al borde la ruptura.

El momento era propicio para una maniobra de este tipo porque el presidente Kirchner se encontraba de viaje en Brasil. Cuando se enteró, por intermedio del vicecanciller Jorge Taiana y el autor de estas líneas, hizo que las dos señoras se retirasen de la legación diplomática y ordenó el cese del embajador Raúl Abraham Taleb y, más tarde, el del jefe de gabinete de Cancillería, Eduardo Valdés. Sin embargo, al propio Bielsa lo mantuvo en el cargo, porque éste hizo valer su relación amistosa con el entonces Secretario de Estado de la Unión, Colin Powell. Precisamente, cuando la médica disidente ingresó a la embajada argentina, Bielsa acababa de reunirse en Washington con el ex general de la “Tormenta en el Desierto” contra Iraq y uno de los principales acusados en el famoso “Irangate”, contra el gobierno sandinista. Al salir del despacho de Powell, Bielsa declaró que tendría una posición dura con respecto a Cuba, en el caso de Hilda Molina.

En el año 2014 evoqué este episodio en mi libro “Lo que no dije en Recuerdo de la muerte”, que está dedicado a desnudar la faz argentina, de lo que el gran analista social italiano, Norberto Bobbio, llama el “Criptoestado”, ese estado en las sombras, inaccesible, que subsiste en nuestras precarias democracias, en el cual imperan espías y delatores.

Allí hay dos capítulos que incomodaron sobremanera al ejecutivo de la Corporación América, porque aludo a ciertos aspectos de su biografía que este personaje poderoso, desearía mantener en la sombra. Bielsa, que combina astutamente el servicio a los grandes negocios con una imagen de progresista y valiente guerrillero de los años setenta, protagonizó una parábola única en la historia argentina contemporánea: fue secuestrado y torturado en la ciudad argentina de Rosario en 1977 y lo liberó el propio genocida Leopoldo Fortunato Galtieri. Después, marchó al exilio en Estados Unidos y luego en España, para regresar a la Argentina de Videla en 1980 convertido en la mano derecha, del entonces subsecretario de Justicia de la Nación, Roberto Enrique Luqui, y seguir su carrera con los dictadores militares Roberto Viola, Leopoldo Fortunato Galtieri y Reynaldo Bignone y realizar un trabajo especial informático en el Chile de Augusto Pinochet.

Hasta el propio juez Gastón Matías Polo Olivera, tuvo que reconocer que estos datos no solamente eran ciertos, sino que figuraban en el Currículum Vitae del demandante, en la página web del Ministerio de Relaciones Exteriores. Allí, por cierto, Bielsa perpetró una grotesca mentira al afirmar que en 1981 fue contratado por el Congreso de la Nación, que había sido disuelto cinco años antes por los militares.

A pesar de esta decisiva admisión sobre mi principal reproche a Bielsa, el juez le dio la razón al considerar otros datos ciertos -que resultaría tedioso enumerar- como “injurias y calumnias”.

En una defensa de gran honestidad y calidad técnica, la abogada de Penguin Random House, Rosalía Silvestre, manifestó: “lo que está en juego aquí es la libertad de expresión, de opinión y de prensa, que evidentemente no tolera el Sr. Bielsa, o no lo hace por lo menos cuando se trata de opinar sobre su pasado, público, muy público, por supuesto”. Y luego: “realizaré un análisis de su reclamo para que quede claro su sinrazón al promover esta demanda con pretensiones que atentan contra la democracia, las libertades de opinión y de prensa de raigambre constitucional, a la vez que desconoce la doctrina legal y jurisprudencial, nacional e internacional, que acompañan, sostienen y garantizan también esos derechos constitucionales”.

“Además -agrega la letrada de la editorial-: contestar a un libro de opinión, ideas y relatos de hechos contemporáneos con un juicio como el que nos ocupa es atentatorio contra la libertad de expresión, porque intimida a quien propone posiciones opuestas a las del criticado; se trataría de un caso de censura indirecta y de judicialización de la opinión. Las legislaciones más democráticas tienden a limitar los alcances de estas acciones.”

Al recordar que el autor del libro enjuiciado, “ejerce el periodismo”, la doctora Silvestre incorpora tres citas lapidarias sobre el tema del gran escritor inglés George Orwell:

“Si la libertad significa algo, será sobre todo, el derecho a decirle a la gente aquello que no quiere oír” (Prólogo al libro “Rebelión en la granja”).

“El periodismo es publicar lo que alguien no quiere que publiques, todo lo demás es relaciones públicas.

“No nos equivoquemos, si un artículo no enoja a alguien, no es auténtico periodismo”.

En la demanda, Bielsa, nieto de un destacado jurista de Rosario, le reprocha a Editorial Penguin Random House el no haber ejercido censura previa, lo que está explícitamente prohibido por la Constitución. La doctora Silvestre lo recuerda: “el actor sí le endilga a mi mandante haber actuado con desidia, desinterés por lo que se publicaba, a la vez que sostiene que la Editorial sabe y no tiene dudas del contenido ofensivo del libro y aún así lo publicó” -y sigue- “Mi representada publicó la obra “Lo que no dije en Recuerdo de la muerte” de Miguel Bonasso sin tener ninguna duda acerca de la seriedad de la investigación, y conociendo los antecedentes de este renombrado periodista, pensador, escritor y político argentino, más allá que la Editorial coincida o no con sus diagnósticos y opiniones”.

Esperemos que este fallo totalitario, que pretende violar la conciencia de alguien que ejerce el periodismo desde hace sesenta años, no prospere. O apelaremos, hasta las últimas consecuencias, dentro o fuera de las fronteras argentinas, siguiendo el ejemplo de la colega Carmen Aristegui, que al derrotar el despotismo de Enrique Peña Nieto y sus cómplices en el negocio de las comunicaciones, conquistó una gran parcela de libertad para todos los periodistas del mundo.

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*La opinión aquí vertida es responsabilidad de quien firma y no necesariamente representa la postura editorial de Aristegui Noticias. 




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