El expresidente Lula da Silva, este martes en un acto político con deportistas en São Paulo.Fernando Bizerra (EFE)
Luiz Inácio Lula da Silva llega como favorito para ganar las presidenciales de Brasil el próximo domingo con el bagaje de medio siglo en política, pero sin un plan de Gobierno plasmado en papel. Y eso le está cosechando una avalancha de reproches. Porque la crisis económica todavía causa graves estragos, pese a los leves signos de mejora, y el mejor colocado para gobernar el país no ha explicado en detalle cómo piensa, por ejemplo, domesticar la inflación –la prioridad de los pobres–, crear empleo o conjugar los intereses de los ambientalistas con los del sector agropecuario. Tampoco ha dado pistas sobre a qué persona querría al frente del Ministerio de Economía.
El izquierdista Lula es un hábil negociador. Ahora está en el momento de recabar apoyos en un amplísimo espectro. Solo si gana, empezará a ocuparse de esos asuntos. A cinco días de los comicios, sigue sumando inesperadas adhesiones, como las de Joaquim Barbosa, un antiguo juez del Supremo que juzgó el primer gran escándalo de corrupción del Partido de los Trabajadores (PT), el mensalão, o Xuxa, la antigua reina de la televisión brasileña.
Un grupo de economistas que se describen como no afines al PT han lanzado este martes un manifiesto a favor del voto útil en primera vuelta, informa el diario Folha de S. Paulo. Sostienen los firmantes que, pese a “las serias discrepancias con políticas implementadas en el pasado por los Gobiernos del PT, Lula es la única opción que vale para derrotar al Gobierno actual, que supone un atraso mayor”. También han anunciado su apoyo al candidato progresista un puñado de antiguos ministros de economía de los Gobiernos de centro-derecha anteriores a los Ejecutivos petistas.
Pero la ambigüedad en la que tan cómodo de siente Lula va creando malestar en ciertos círculos, a medida que se acerca el día de la votación y mantiene una holgada ventaja, según las encuestas.
Lula lidera una amplísima coalición de diez partidos que siempre presenta como un gran frente a favor de la democracia y contra el daño y las amenazas que suponen el actual presidente, Jair Bolsonaro. Es por eso que reclutó como número dos a Geraldo Alckmin, uno de sus principales adversarios durante buena parte de su carrera política. Antiguo gobernador de São Paulo, es de centro derecha y tiene muy buenas relaciones con el poder económico y con los sectores más conservadores.
Muchos electores explican que si han decidido votar por Lula contra Bolsonaro, y obviar las críticas a su gestión, es debido a que Alckmin es el aval de que sus políticas económicas y demás no abandonarán la ortodoxia.
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Ante una probable victoria, el editorial del diario O Globo se preguntaba el domingo pasado: “¿Que Lula governará? Aquel que eligió a Geraldo Alckim como vicepresidente? (…) O el que da media vuelta y torpedea las reformas y privatizaciones? A ocho días de las elecciones, nadie lo sabe”, sentenciaba uno de los diarios más leídos de Brasil. A cinco días de los comicios, Lula será este martes la estrella de una cena en São Paulo con un centenar de empresarios organizada por el Think Tank Esfera.
Hace unos días, el otro gran diario, Folha de S. Paulo, le reprochaba al candidato a un tercer mandato presidencial el afán de recibir un “cheque en blanco” del electorado más reacio para alcanzar la cúpula del poder sin desvelar detalles de calado sobre sus planes. El expresidente sí que ha insistido en que el próximo ministro de Economía será un político, con cintura para negociar con el poderoso Congreso. Pero sobre la reforma laboral, el techo de gasto, el papel del Estado en la política económica y otras cuestiones relevantes ha dado pocos detalles. Y en ocasiones se mueve en una fina línea para evitar contracciones, como cuando corteja en la misma semana a los ambientalistas y a empresarios del sector agropecuario.
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