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Arthur Lee, el monstruo que creaba belleza



Arthur Lee, el primero por la izquierda, junto a los otros miembros de Love en Los Ángeles en 1967.Michael Ochs Archives (Getty Images)

Cada poco tiempo te hacen La Pregunta. Que viene a ser algo así como “¿para qué sirve un crítico musical en la dictadura del algoritmo?”. Y respondes más o menos lo de siempre: estamos aquí para apostar por la música hermosa, ignorando las cifras de venta (y ahora, la cantidad de likes). Con suerte, luego sientes que has servido de algo cuando, por ejemplo, se traduce un libro como Arthur Lee: esplendor y decadencia de Love (Contra), de Barney Hoskyns, que se centra en su pináculo, Forever changes. El tipo de disco que defendíamos visceralmente, aunque nada supiéramos sobre sus interioridades.

Forever changes salió en el año de gracia de 1967, pero no en España: aquí tardaría 10 años en publicarse (lo hizo dentro de una colección llamada Pioneros). Para entonces, Love ya no existía como proyecto colectivo. Y costó lo suyo entender que el principal artífice del grupo, Arthur Lee, fue precisamente el responsable de sabotear a Love.

Portada del libro ‘Arthur Lee: esplendor y decadencia de Love’.

Son los riesgos de contar con un líder carismático, que aglutinaba a su alrededor un puñado de almas cándidas… dicho sea con todas las reservas: uno de sus primeros guitarristas fue Bobby Beausoleil, futuro sicario de Charles Manson. Arthur Lee afectaba los modos benévolos de un hippy, pero pero no dudaba en estafar a sus compinches: cuando Elektra Records fichó a Love por 5.000 dólares, corrió a comprarse un Mercedes deportivo; para el resto quedaron las migajas.

Hoskyns es un periodista británico y no cae en el gusto estadounidense por buscar dramas familiares o patologías psicológicas que expliquen los deslices de los ídolos. Las decisiones de Lee fueron finalmente fruto de la necedad: antes de Love, se empeñó en fichar por Capitol Records y debutó allí en 1963 con un instrumental trivial (“no les iba a dar el mejor repertorio que tenía”).

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A Lee lo que le gustaba era molar. Llevar ropa guay, vivir en la antigua mansión de Béla Lugosi, asegurar que descubrió antes que nadie a Jimi Hendrix, creer que los Rolling Stones le imitaban. En realidad, se conformaba con presidir sobre un pequeño círculo de freaks del Sunset Strip en vez de salir a comerse el mundo: ni siquiera tocó en el Monterey Pop Festival, punto de partida del boom del rock californiano. Más desidia que descontrol: Lee y sus músicos tampoco aprovecharon las posibilidades abiertas por el éxito masivo de The Doors, sus compañeros de discográfica, prefiriendo lamentarse por sentirse marginados; tengan en cuenta que, hasta entonces, Elektra era esencialmente un sello de folk.

Arthur Lee, en una actuación en la Sala Jam de Bergara (Guipúzcoa), en 2004VINCENT WEST (REUTERS)

Su despegue fue meteórico. En 1966, grabaron dos álbumes afilados y al año siguiente facturaron su obra capital, Forever changes. Para entonces, ya había desplegado toda su sensibilidad Bryan MacLean, su compañero en tareas compositivas. Con el añadido de cuerdas, metales y teclas, surgió un disco agridulce que combinaba melodías luminosas y letras inquietantes, donde reverberaban las tensiones intergeneracionales y la guerra del Vietnam. ¿Una fórmula creativa perfecta? No duró: Lee prescindió de MacLean, que insistía en cobrar derechos de autor y su porción de las regalías de los discos (no una fortuna pero sí un pellizco: Forever changes fue un éxito considerable en el Reino Unido).

Arthur Lee tenía esa rara habilidad para dispararse en su pie. Y disculpen la referencia a las armas de fuego; fue su atracción por las pistolas lo que finalmente le llevó a la prisión en 1996, una condena de 12 años de la que cumplió la mitad. Arthur Lee: esplendor y decadencia de Love lleva un epílogo exclusivo para la edición española que revela que Lee también se cabreó con el autor, a pesar de Hoskyns ejerciera como su paladín.

La devoción por Forever changes se concretó en una gira triunfal a principios de siglo, donde habilidosos instrumentistas (suecos) recrearon los arreglos orquestales de 1967. Se fantaseó con la posibilidad de que Lee regrabara las canciones suyas (y de McLean) que quedaron inéditas o frustradas. Para los que pudimos tratarle en esas fechas, aquello eran ilusiones ingenuas: Lee seguía perdido en su planeta particular. Y se le acababa el tiempo. Aquejado de leucemia, murió un día del verano de 2006, con 61 años.

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