El mal irrumpe cuando nadie lo espera, golpea a quien menos lo espera. Un día, una niña de 14 años sale de la escuela a la una del mediodía para ir a almorzar a casa y se despide del encargado de vigilar la puerta de entrada.
—Buen provecho.
—Hasta luego.
El vigilante, Valmont Zanardo, recuerda que verificó la libreta que llevan los alumnos con sus horarios. La autorizó a pasar tras comprobar que había terminado las clases de la mañana. Fue una de las últimas personas en verla con vida.
“Te dices: ‘Si hubiese pasado un minuto más verificando su libreta o si hubiésemos hablado un momento’…”, dirá Zanardo una semana después. “Quién sabe”.
La escuela se encuentra en los límites de Tonneins, un municipio de 9.000 habitantes en el sur de Francia, y la adolescente camina hacia el centro, como cada día. Cruza el puente sobre la vía del tren. Sigue por la avenida paralela a la vía y pasa por delante de la vetusta estación. Tuerce a la izquierda.
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En la calle Lamaison, un hombre la obliga a subir a su automóvil. Se la lleva a un lugar indeterminado. La viola. La estrangula. Conduce por las carreteras que surcan las tierras agrícolas entre Burdeos y Toulouse, a orillas de los ríos Garona y Lot. Aparca frente a una casa abandonada junto a la carretera secundaria, a 10 kilómetros de Tonneins. Deja el cadáver en el interior y se marcha a su casa en Marmande, el municipio más poblado de la zona.
Es viernes, 18 de noviembre, y hay una familia en Tonneins que se inquieta: la madre de Vanesa; el compañero de la madre, que hacía de padre a los pequeños, y su hermano y hermana, Boris, de 12 años; Sara, de 10. Son hispano-colombianos, llevan un año en Francia, aún no dominan bien el francés. Vanesa toca el violín. Boris pertenece al club local de bicicleta cross.
Esta es una historia de una Francia que no es del todo rural, ni del todo urbana. Es lo que algunos geógrafos llaman la Francia periférica: pueblos rodeados de centros comerciales y restaurantes de comida rápida, rotondas donde hace cuatro años estalló la revuelta de los chalecos amarillos, estos franceses que sentían despreciados por las élites de las grandes ciudades y de París.
Es también una tierra de inmigración. Hace décadas acogió a italianos, portugueses, españoles. Ahora, a latinoamericanos. “Muchos trabajan en la agricultura, son formidables”, afirma Dante Rinaudo, hijo de italianos y alcalde de Tonneins. Algunos pasaron antes por España.
La madre de Vanesa —el apellido no se ha divulgado— nació en Cali (Colombia), llegó a Granada a los siete años, ahí creció, ahí nacieron sus hijos. En el verano de 2021 se mudaron a Tonneins. Una pareja de colombianos vecinos del pueblo explicó que habían conocido a la madre trabajando en los campos de fresa.
Una mujer llora sobre el ataúd de Vanesa, este viernes durante una misa celebrada en la localidad francesa de Tonneins.CAROLINE BLUMBERG (EFE)
“Vanesa llegó a nuestra casa en busca de una vida mejor y fue víctima de una salvajada, de un acto que nos deja sin voz”, dijo el cura en una misa el viernes en la iglesia de Tonneins.
La tarde y la noche del 18 de noviembre debió de hacérseles larga a aquella familia en el cuartel de la gendarmería de Tonneins, donde había ido a denunciar la desaparición de Vanesa. Gracias a las decenas de cámaras de videovigilancia en las calles, los gendarmes localizaron la imagen del momento del secuestro de la calle Lamaison y registraron la matrícula del vehículo, lo que les permitió localizar al propietario.
Se llama Romain Chevrel, tiene 31 años, un hijo de cinco años y otra de meses, según el diario local Le Républicain. A los 15 años fue condenado a dos semanas de reclusión por abusos sexuales sobre una menor. No figuraba en ningún registro de agresores sexuales ni estaba sometido a ningún tipo de control por parte de las autoridades. Pasadas las 10 de la noche, los gendarmes llamaron a la puerta de Chevrel, en Marmande, quien les dijo: “Sé por qué están ustedes aquí”. Entonces confesó.
Chevrel, que disfruta de la presunción de inocencia, ha sido imputado y está en prisión. La casa abandonada está sellada con cinta roja de la gendarmería y en una puerta de madera está pegado un documento oficial con unas palabras escritas a mano: “Secuestro, violación, asesinato de una menor”.
¿Qué hace una familia de inmigrantes con poco dominio de la lengua, en un país extraño y a una hora intempestiva, cuando un coronel de la gendarmería les anuncia que su hija ha muerto? “Cuando se les dio la triste noticia, no hace falta que le diga en qué estado se encontraba la mamá y el papá”, dice Annie Gourgue, presidenta de La Mouette, asociación de defensa y protección de la infancia. Gourgue les arropó en aquel momento: “Es nuestro papel: estar ahí, dar la mano, abrazar, decirles que no les abandonaremos”.
Desde ese día en Tonneins los vecinos avisan a sus hijos pequeños de que vigilen cuando caminen solos en la calle y no atiendan a desconocidos. En la escuela de Vanesa, esta semana padres y madres que hasta ahora les dejaban ir solos les acompañan por la mañana y les recogen por la tarde. No hay psicosis, pero sí prudencia. Todos recuerdan casos recientes, como el de la pequeña Lola en París.
Hay una diferencia en las reacciones a la muerte de Lola y a la de Vanesa. La autora confesa de la violación y asesinato de Lola a principios de octubre era una inmigrante argelina sin papeles. La extrema derecha no esperó ni un minuto para clamar contra la inmigración y convocar una manifestación, pese a la oposición de los padres de la víctima. El autor confeso de la violación y asesinato de Vanesa es francés, y la víctima, inmigrante. No ha habido, esta vez, intentos de instrumentalización política. Ni llamamientos a la venganza.
Los restos de Vanessa se trasladarán a Granada, donde será enterrada en los próximos días en una ceremonia íntima. El Ayuntamiento de esta ciudad se hará cargo del sepelio.
La familia no quiere regresar a Tonneins. Tampoco ir a España, explica el alcalde Rinaudo, quien ha iniciado los trámites para que puedan instalarse en una ciudad francesa cerca de Suiza, donde tienen parientes. Por iniciativa del club de cross se ha abierto un bote para ayudarles. El pueblo se ha volcado en ellos. Ya no están solos.
“Ahora sienten un fuerte apoyo por parte de la población, del alcalde, de las instituciones, del colegio. Esto les ayuda. Como están en este torbellino, creo que no han tenido tiempo para pensar en la situación”, dice la abogada de la familia, Christine Roul, de origen español e hispanoparlante. “Será difícil cuando la cosa se calme y se den cuenta de que ya no está”.
El viernes a la siete de la tarde, después de la misa, los padres, el hermano, la hermana desfilaron al frente de centenares de personas en una marcha silenciosa, sobria y digna. “Justicia para Vanesa”, decía un cartel. “Nunca más”, se leía en otro. Sara, la hermana pequeña, abrazaba con fuerza durante todo el trayecto una vieja muñeca, sin despegarse de ella.
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