Ashley Audrain atiende a EL PAÍS por Zoom desde Toronto, la ciudad donde reside, apenas una hora antes de la presentación virtual de su libro, El instinto (Alfaguara), en España. Luce una sonrisa radiante pese a la diferencia horaria (apenas son las 10:00 am en Canadá) y contesta sin prisa, dándose tiempo para la reflexión, a las preguntas suscitadas por esta novela debut llamada a ser uno de los booms editoriales del año: aparece en lista de los libros más vendidos de The New York Times, ocupa el número uno en Canadá desde su publicación y ya está confirmada su publicación en 30 países durante este 2021. Exdirectora de comunicación de Penguin Books Canadá, Audrain reconoce que en la concepción de El instinto ha pesado más su experiencia con la maternidad (es madre de dos hijos) que su conocimiento del sector editorial.
“Precisamente porque conocía el sector y sabía lo difícil que es publicar un libro y que se venda, cuando empecé a escribir no lo hice con ninguna expectativa. Sencillamente escribía para mí misma y yo creo que, por eso mismo, el libro es tan oscuro y entra en lugares tan tenebrosos. Seguramente, si hubiera pensado en un lector final no hubiese escrito de la misma forma”, afirma. En esos lugares oscuros de la experiencia materna, en las ambivalencias y los miedos, profundiza este thriller psicológico con un final digno de Heridas abiertas que se inscribe en el cada vez más transitado género del mum noir o novela negra materna: “Desde que soy madre veo que hay una conexión muy grande entre la maternidad y el miedo. Tan grande como entre la maternidad y el amor. Una no puede ser madre sin sentir ese profundo miedo de que algo le ocurra a su hijo, de estar haciendo las cosas mal como madre… Es un miedo que te consume y la literatura es un muy buen lugar para explorarlo”.
PREGUNTA. Hay un momento en el que Cecilia, la madre de Blythe, la protagonista, le dice que antes de ser madre quería ser poeta. Puedes intentarlo de nuevo, le responde su hija. No, ya no me queda nada dentro, concluye Cecilia. Al leer esa frase pensé en usted, que empezó a escribir la novela cuando su hijo tenía seis meses. ¿Un hijo vacía la capacidad escritora o la llena?
RESPUESTA. He oído y leído de otras escritoras que cuentan cómo en su caso la maternidad les quitó esa especie de energía creativa. Al final la maternidad te absorbe mucho. Y a mí me pasó también cuando tuve a mi primer hijo, pero en mi caso casi te diría que en mayor medida me pasó lo contrario, que me brotó una especie de fuerza creativa enorme y sentí una necesidad de escribir muy fuerte. Yo siempre quise escribir, pero nunca había tenido ese anhelo, esas ganas incandescentes. Cuando fui madre, sin embargo, sí que las experimenté. Echando la vista atrás, yo creo que no hubiera podido escribir este libro si no hubiese sido madre.
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P. La novela es un boom editorial, ya que se publica a la vez en 30 países. Mucho tendrá que ver su estilo de thriller, que sea de esas novelas que genera adicción, pero ¿cree que ese éxito también demuestra que la maternidad es un tema que cada vez ha adquirido más protagonismo y más reconocimiento en el mundo literario?
R. Cada vez hay más apetito por parte de los lectores y más demanda por explorar el mundo de la maternidad y su vinculación con el miedo. Al final, todos estos libros que están apareciendo y que se mueven el ámbito del thriller psicológico, de lo que se ha dado en llamar mum noir, tratan sobre los peores temores de las madres. Desde que soy madre veo que hay una conexión muy grande entre la maternidad y el miedo. Tan grande como entre la maternidad y el amor. Una no puede ser madre sin sentir ese profundo miedo de que algo le ocurra a su hijo, de estar haciendo las cosas mal como madre… Es un miedo que te consume y la literatura es un muy buen lugar para explorarlo.
P. ¿Era necesario que, lejos de la idealización habitual, la literatura abordase ese lado más oscuro de la maternidad?
R. Por supuesto porque muy a menudo nos movemos entre dos extremos de madre: a un lado, la madre totalmente descontrolado y loca. Al otro, la madre perfecta e ideal que toma todas las decisiones correctas. La literatura está abriendo paso a las madres que se encuentran a mitad de camino, que al final somos todas. Las madres que un día nos sentimos locas y al siguiente perfectas.
P. Hasta hace poco, sin embargo, parecía que renegar de la experiencia era casi un tabú. Cree que, además de la literatura, ¿los blogs y las redes sociales han ayudado mucho en la ruptura de ese tabú?
R. En ese sentido tengo sentimientos encontrados. Por un lado, creo que las redes sociales nos han permitido compartir muchas más cosas que antes, abrir nuestras vidas al exterior. Por otro lado, sin embargo, también creo que censuramos lo que decimos. Es decir, por una parte los medios sociales nos animan a compartir nuestras cosas, pero sobre esas cosas aplicamos un filtro porque las redes sociales nos abren también al juicio de los demás. Es una relación conflictiva. Creo que mi generación es la primera que es madre en los medios sociales y esto introduce un nuevo nivel de complejidad en la maternidad.
P. Hay muchos temas para abordar en su novela. Uno es el de las tres maternidades que se entrecruzan en ella: Etta, Cecilia y Blythe. Abuela, madre e hija, todas marcadas por la maternidad y por el abandono. ¿Es imposible escapar a esa genética materna autodestructiva?
R. Lo que yo estaba explorando con esas tres generaciones de madres es una pregunta. ¿Podemos escapar de nuestro pasado? ¿Podemos dejar de lado el bagaje que arrastramos? ¿Es suficiente con querer ser diferente? Blythe intenta con todas sus fuerzas escapar a ese pasado, está desesperada por ser distinta a la madre que tuvo, pero acarrea un peso tan grande que la mutila y la incapacita.
P. Y luego están las expectativas que marido y familia política ponen en Blythe. ¿Hasta qué punto siguen pesando esas expectativas en la experiencia materna?
R. Las expectativas sociales sobre la maternidad son una carga enorme para las mujeres. Al menos yo lo sentí así. La sociedad nos dice constantemente el tipo de madre que debemos ser, cómo debemos sentirnos e, incluso, cómo debemos hablar sobre la maternidad. Y esto es algo que veo incluso con mi hija de 3 años. Veo cómo se le habla, los juguetes que se le regalan, la forma en que juega la gente con ella… Desde pequeñas nos van haciendo calar el mensaje de que esto es instintivo y te tiene que gustar. Y puede que para muchas mujeres eso sea así, pero no para todas. Hemos establecido una conexión tan estrecha entre la maternidad y lo que es ser mujer, que desde mi punto de vista resulta muy problemático para muchas mujeres. Y la sociedad no sólo se lo dice a las mujeres, también a los hombres. Fox, el marido de Blythe, es el ejemplo: él siente que necesita o se le debe un determinado tipo de mujer, que la mujer con la que se case debe ser una madre perfecta, como la suya. Y cuando su expectativa no se cumple, siente que su situación se debe al fracaso de su mujer con la maternidad.
P. Me gusta mucho el personaje de la hija, Violet, porque rompe el mito de la inocencia y la pureza infantiles.
R. Me fascinaba la idea. A todos nos encanta creer en la inocencia natural de un niño, creer que no son capaces de hacer algo malvado, pero los niños sí son capaces de cosas así. Y hay ejemplos de esto. Pero siempre se prefiere acusar a los padres y, sobre todo, a las madres, de los niños que salen así. Pero yo no creo que sea el caso. Todos queremos que nuestros hijos sean buenas personas, pero la realidad es que nosotros no tenemos el control. A menudo, cuando veo en televisión el caso de adultos que hacen cosas terribles, pienso inconscientemente en sus padres, en quiénes serán. Y no para juzgarlos, sino por curiosidad. Me pregunto cómo tuvo que ser criar a esa persona cuando era un niño, en qué momento se dieron cuenta esos padres de que su hijo era capaz de hacer cosas así.
P. La muerte de Sam, el hijo pequeño de la pareja, da el golpe definitivo a la relación entre Blythe y Fox, que ya empezaba a hacer aguas. “No hay pareja capaz de imaginar cómo será su relación después de tener hijos”, escribe.
R. Efectivamente. Eso es algo que siempre me ha fascinado. Cuando una pareja tiene un hijo ambos progenitores cambian mucho como individuos. Es casi imposible explicar lo mucho que uno cambia en cuanto aparece el bebé. Sin embargo, al mismo tiempo, hay una pulsión por volver a la misma relación de pareja de toda la vida, tendemos a pensar que va a seguir funcionando igual, como si no hubiese pasado nada. Y eso es imposible. La relación que se funda tras la maternidad es nueva y puede haber problemas si tenemos la expectativa de intentar mantener la misma relación previa.
P. Blythe se queja de Fox ya no la ve como mujer, sino solo como la madre de su hija.
R. Yo creo que muchas mujeres sienten algo parecido. De hecho, muchas me han escrito a propósito de una escena en la que vemos todo lo que hace Blythe a lo largo del día, una lista de tareas interminable (limpiar, lavar, fregar, cocinar, dar de comer a los niños, vestirlos y cambiarlos, etc.). Es una escena muy sencilla pero que ha conectado mucho con las madres, sobre todo al final, cuando Blythe habla de sí misma como si fuese una máquina. Todo el mundo en su mundo la necesita por razones físicas. Y, sin embargo, ella, que se ha pasado la vida intentando ser escritora, de repente se da cuenta de que lo único que valoran de ella son todas esas cosas domésticas que tiene que hacer a lo largo del día.
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