En un colegio de Espoo, una ciudad del área metropolitana de Helsinki, los alumnos de 11 años de Petra Tapola comienzan el día con una clase sobre las minorías en Finlandia. Los estudiantes tendrán que buscar información para responder a unas preguntas sobre distintos grupos de población en el país nórdico (rusos, somalíes, estonios…). La profesora recuerda que es fundamental plantearse en todo momento: “¿Cuál es la finalidad de quien publica la información?, ¿cuándo se escribió?…”, e insiste en que es necesario completar adecuadamente el apartado de citas y referencias bibliográficas. Los niños, descalzos para no llenar todo de nieve, corren fuera del aula para coger los ordenadores portátiles de las taquillas y nada más regresar comienzan a trabajar en grupos de tres, en uno de los muchos trabajos que harán este año para fomentar su capacidad crítica en un país que tiene amplia experiencia con la propaganda rusa.
Antes de empezar la tarea, Tapola reitera que la información falsa se enmascara generalmente como verdadera, y que pretende ofrecer a su audiencia lo que esta quiere leer o escuchar. “También se puede engañar a través de las fotos, utilizando una antigua como si fuera reciente”, interviene Otso Etula, un niño con el pelo rubio platino y una energía desbordante. La maestra agradece al alumno su aportación y relata que esa mañana de camino a la escuela ha escuchado en la radio una información imprecisa sobre el nuevo paquete de ayudas públicas frente a la crisis energética. “A veces hay gente que recibe dinero para hacer publicidad encubierta o presentar datos falsos como si fueran hechos científicos”, diagnostica Otso, poniendo en duda la buena fe del periodista antes de que le expliquen que, en este caso, se debió a un mero error que corrigieron otros tertulianos.
El objetivo de Tapola, como el de decenas de miles de profesores en Finlandia, es que los alumnos desarrollen el pensamiento crítico y la capacidad de verificar datos. La “alfabetización mediática” para contrarrestar la desinformación es una parte esencial del currículo escolar finlandés desde 2014, año de la anexión rusa de Crimea y del inicio de los combates en el este de Ucrania. El Gobierno ha puesto en marcha desde entonces decenas de iniciativas para que el país se defienda conjuntamente de las innumerables campañas de desinformación orquestadas por Moscú que han denunciado las autoridades. El presidente, Sauli Niinistö, ya instó en 2015 a los finlandeses a “asumir su responsabilidad en la lucha contra la información falsa”.
Finlandia ha convivido con la propaganda del Kremlin desde que se independizó de Rusia en 1917. Los años de guerra, las anexiones de territorio, el yugo de Moscú durante la Guerra Fría o las presiones para no sumarse a la OTAN han curtido a la mayoría de los 5,5 millones de finlandeses frente a los bulos del gigantesco vecino con el que comparten 1.340 kilómetros de frontera. Una reciente investigación de la radiotelevisión pública finlandesa reveló que los troles rusos que tienen Finlandia en su radar centran ahora sus esfuerzos en los círculos de distintas comunidades de inmigrantes. “Es una locura. Es increíble lo activa que está Rusia en el TikTok árabe”, ha denunciado Suldaan Said Ahmed, diputada nacida en Somalia que asegura que entre los somalíes que residen en el país nórdico circulan vídeos en los que se afirma que la guerra está a punto de estallar en Finlandia o que Washington ha obligado a Helsinki a sumarse a la OTAN.
“Los docentes en Finlandia tienen una enorme libertad para decidir cómo son sus clases”, subraya en una cafetería de la capital finlandesa Leo Pekkala, un antiguo profesor universitario que desde hace un decenio dirige el Instituto Nacional Audiovisual, el principal organismo que vela por los buenos hábitos de consumo informativo de la sociedad finlandesa. Cada maestro decide cómo y cuándo abordar la desinformación, y existen distintas herramientas para compartir y descargar diapositivas y otros materiales ya elaborados. En algunas aulas de matemáticas se enseña cómo se manipula con datos; profesores de historia ahondan en la propaganda nazi o soviética; y en clase de finés se aprenden las diferencias entre un texto informativo y uno opinativo.
Unos alumnos buscan información en internet, el pasado día 17 en Espoo.Carlos Torralba
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Resulta frecuente encontrar a Finlandia a la cabeza de todo tipo de rankings (felicidad, igualdad de género, transparencia, educación…). Informes recientes de la Open Society o del Reuters Institute también sitúan a la población del país nórdico como la más resiliente frente a la desinformación. “No soy muy partidario de esas listas, veo innecesario comparar a los países de ese modo”, sostiene Pekkala, que comenzó a trabajar en el campo de la educación mediática en los años noventa en la Universidad de Laponia, en Rovaniemi. Pekkala recalca que recibe frecuentemente peticiones de ayuda desde el extranjero para importar los métodos finlandeses. “No puedes copiar un modelo e implantarlo sin más; este se ha de adaptar a las circunstancias locales”, argumenta. El experto, que asegura que ya tiene “colegas haciendo un trabajo similar en casi todos los países europeos”, destaca que en los últimos 10 años ha percibido “un profundo cambio en la forma en que los diferentes gobiernos abordan la alfabetización mediática”.
La influencia del modelo finlandés va mucho más allá del territorio comunitario. La institución dirigida por Pekkala lleva más de un lustro colaborando con una delegación de Kirguistán, la única república exsoviética de Asia central que no es una férrea dictadura. “Los maestros allí están haciendo una gran labor en las escuelas, pese a que el contexto político y económico, o lo referente a la libertad de expresión, es completamente diferente”, detalla Pekkala.
Además de los distintos organismos públicos, en Finlandia existen más de un centenar de organizaciones no gubernamentales relacionadas con la alfabetización digital o la verificación de hechos. La Liga Mannerheim para la Protección de la Infancia (MLL) es una de las principales. Sus primeros talleres sobre alfabetización mediática fueron en los años setenta; hoy cuenta con unos 40 educadores que imparten clases en colegios de todo el país. “El ciberacoso se ha convertido recientemente en uno de los asuntos que más abordamos en nuestras charlas formativas”, explica Paula Aalto, responsable de Cooperación con las Escuelas. “Cuando estalló la guerra [en Ucrania, el pasado febrero], muchos niños quedaron afectados por vídeos que veían en TikTok”, resalta Aalto. “En menos de una semana habíamos producido materiales para que en los colegios se alertara del riesgo de informarse de un asunto tan serio a través de las redes y se trabajara en cómo lidiar con noticias que pueden generar un poco de miedo”, ejemplifica.
MLL también realiza talleres para padres en los que recomienda la fijación de unas pautas para un uso adecuado y responsable de los videojuegos y los dispositivos móviles, en una sociedad en la que algunos niños hacen el trayecto a la escuela solos —pero con un smartphone— desde los cinco años. “Comprendemos que ese teléfono puede otorgar cierta sensación de seguridad a la familia, pero pedimos a los padres que consideren, por ejemplo, si es necesario que disponga de conexión a internet”, argumenta Aalto.
Talleres para jubilados
Algunas de las ONG que se dedican a estas cuestiones son más pequeñas, como la Sociedad Finlandesa de Educación Mediática, con solo tres empleados. Su labor se centra en ampliar las capacidades y las herramientas de los docentes, especialmente de los que trabajan en centros de formación profesional. “Cómo protegerse del discurso de odio en internet o los riesgos que supone un uso excesivo de las redes son dos de los principales asuntos”, detalla Christa Prusskij, directora de la organización. Para los jubilados también se organizan infinidad de talleres en centros públicos o bibliotecas —que también desempeñan su labor contra la desinformación en el país del mundo con mejores índices de lectura—. En esos cursos se enseña a identificar los bots, a buscar información fiable en la Red o a pagar facturas digitalmente.
La información falsa se combate desde cualquier institución u organismo público. El pasado septiembre, horas después de que Vladímir Putin decretara una movilización parcial para hacer frente a la contraofensiva ucrania, varios vídeos circularon en Twitter con mensajes en los que se afirmaba que desde el anuncio del presidente ruso se habían formado colas de 35 kilómetros para entrar en Finlandia. La Guardia Nacional de Fronteras respondió a un tuit, cuyo vídeo sumaba tres millones de visualizaciones, asegurando que la situación en la frontera era tranquila y que esas imágenes eran antiguas. La radiotelevisión pública alertó de los bulos e informó de que, a diferencia de lo que sí ocurría en Georgia, Kirguistán o Mongolia, la cola en la frontera entre Finlandia y Rusia era de unos de 200 metros, un volumen de vehículos superior al habitual, pero nada extraordinario.
Pekkala recuerda constantemente a su equipo que no debe fijarse demasiado en las listas y los artículos en prensa extranjera en los que se alaban los resultados del modelo finlandés; resalta que la evolución trepidante de la tecnología supone enfrentarse constantemente a nuevos retos. “La alfabetización mediática como tal no es el objetivo final, pero es indispensable para una sociedad pacífica, democrática, con una economía sostenible y una buena calidad de vida”, sentencia la máxima autoridad de la lucha de Finlandia contra la desinformación.
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