“Los animales ya están muertos cuando se les exhibe en una carnicería, si no, no sería fácil… Así me sentí ese primer día: abierta en canal y observada como un pedazo de carne colgado de un gancho metálico en un mercado”. Esas palabras son de Carolina, una modelo webcam, conocida también como camgirl, sexcam, chica webcam.
Este es el fenómeno de la pornografía en tiempo real, chats o cámaras de sexo en vivo para los que basta un ordenador portátil con cámara incorporada. Enfrente, la camgirl, que se pasará todo el día haciendo numeritos y juegos eróticos, sonriendo, bailando, introduciéndose juguetes por la vagina y el ano, desnudándose sola o acompañada de una pareja con la que practicará sexo explícito.
¿El objetivo? Tener entretenidos a los usuarios, cientos de hombres de cualquier parte del mundo, situados al otro lado de la pantalla, que pagan y ordenan a la mujer a través de mensajes de texto que haga cosas con su cuerpo, prácticas sexuales que en otras circunstancias la chica nunca haría, que no desea, que le repugnan e incluso le duelen y humillan, pero lo hace con la finalidad de que sus seguidores permanezcan el máximo tiempo conectados. Algunos, de hecho, permanecen horas y horas en línea.
Resulta curioso llamar industria a un negocio que no está legalmente regulado y que funciona en gran parte al margen de la legalidad
Estas conexiones se realizan desde la casa de la propia camgirl —y este ha sido el gran reclamo durante el confinamiento—, o desde un estudio que posee softwares específicos, pero en ambos casos se necesitan plataformas de pago, que son las que proporcionan el medio para que los usuarios hagan transacciones con tarjetas de crédito y compren moneda virtual del sitio web, los tokens, con las que pagan los servicios que solicitan de las chicas webcam. Por supuesto, las plataformas se quedan con la mayor parte del dinero y envían un porcentaje para el estudio y las mujeres.
Es la industria websex, un término que se usa para referirse al negocio del sexo en Internet, un negocio para el entretenimiento adulto que está globalizado y cuyo crecimiento es vertiginoso, aún más durante los meses de confinamiento.
El señuelo
Esta industria —resulta curioso llamar industria a un negocio que no está legalmente regulado y que funciona en gran parte al margen de la legalidad— necesita de miles de mujeres para ejercer de camgirls. Pero ¿de dónde salen? ¿Dónde se captan estas supuestas modelos?
El reclamo es el de siempre, el mismo que en la trata y en la prostitución, porque esto no es otra cosa que prostitución 2.0, puesto que este fenómeno utiliza la tecnología para explotar y vender el cuerpo de las mujeres y niñas: “Es muy fácil, no necesitas capacitación alguna y vas a ganar mucho dinero, e incluso lo puedes hacer desde tu casa con tu propio ordenador (para monetizarlo necesitas una plataforma) …”.
La pobreza es un arma contra las mujeres
Este señuelo vale para las chicas jóvenes que se ven deslumbradas por este trabajo que les ofrece tantos beneficios e incluso la fama. Las convencen de que ser modelos webcam las puede hacer muy populares, tener miles de seguidores en sus redes sociales… Al fin y al cabo ellas son las dueñas de su cuerpo, su cuerpo se puede vender y generar mucho dinero. El dinero es lo único importante.
Pero también a esta industria llegan otras jóvenes más vulnerables, con escasos recursos económicos, a las que se les presenta como una posible salida laboral para alcanzar su independencia económica o poder mantener a su familia. Como siempre, la pobreza es un arma contra la mujeres.
Tras la oferta, el chantaje
Estas acuden de manera voluntaria a la propuesta de trabajo delante de la webcam, atraídas por la oferta económica y de buenas condiciones laborales para ejercer actividades sexuales en vivo. Después, todo es mentira y las condiciones son muy distintas: las explotan tanto en el horario como en las condiciones económicas, las fuerzan a tener relaciones sexuales sin preservativo cuando el sexo es con una pareja, son maltratadas física y mentalmente, explotan sus cuerpos para distribuir el material audiovisual de contenido sexual, videos que es difícil rescatar una vez que están en línea y que serán las herramientas para someter a las víctimas a chantaje, sextorsión, amenazándolas con enviarlos a sus familiares y conocidos.
Así, las mujeres no tienen más remedio que continuar bajo las condiciones que los proxenetas 2.0 quieran, sin atreverse a denunciar por temor a las represalias de sus explotadores y a la vergüenza, el estigma y los prejuicios de la sociedad.
Durante las primeras semanas de confinamiento, el consumo de pornografía se multiplicó por diez
Quizás en España la pornografía en vivo está menos extendida o es menos conocida que en otros lugares, como Rumanía, a pesar de que lleva ocurriendo desde hace años. Durante el confinamiento, en Internet había miles de anuncios de estos chats de porno para captar y fidelizar a sus usuarios, pero también con grandes ofertas económicas para seducir a las futuras camgirls, cuya captación fue tanto a través de esos anuncios online, como a través de las redes sociales: Facebook, Twitter, TikTok, etc.
Esta pasada semana, la Ertzaintza detenía a varones, residentes en Madrid, Málaga y A Coruña, que captaban a chicas españolas menores de edad a través de sus cuentas de redes sociales, a las que ofrecían dinero, ropa de marca, más seguidores, etc., a cambio de realizar en directo conexiones pornográficas ante cientos de usuarios desconocidos, es decir, ser camgirls. Así generaban, además, material audiovisual que vendían como paquetes de video e imágenes.
Esta, otra forma del negocio del sexo, disfrazada de modernidad y tecnología, pero con el mismo resultado final: la explotación y la esclavitud de mujeres y niñas.
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