Desde el norte de Croacia hasta bien entrado Turkmenistán. El lago Paratetis, ligeramente más extenso que el mar Mediterráneo, inundaba una superficie de más de 2,8 millones de kilómetros cuadrados en pleno centro de Europa. Este lago se formó hace 9,75 millones de años, aunque comenzó a secarse progresivamente hasta desaparecer hace 7,65 millones de años. Tenía capacidad para 1,7 millones de kilómetros cúbicos de agua (algo más de un tercio del Mediterráneo y más de diez veces el volumen actual de todos los lagos de agua dulce y salada) y se trata del mayor lago jamás registrado hasta la fecha. Un estudio publicado en la revista Nature trata de explicar cómo se secó el Paratetis y cómo afectó este cambio a la Europa de la época.
Los investigadores, gracias a reconstrucciones paleográficas, mapas de las capas de sedimentos de zonas específicas y datos de la línea de costa, han diferenciado cuatro fases clave en las que la pérdida de agua se aceleró. En la primera etapa, que tuvo lugar hace entre 9,75 millones de años y 9,6 millones de años, el nivel de agua se redujo unos 50 metros. En esta época, desaparecieron numerosas especies, lo que indica una importante crisis biológica para la vida acuática, según el informe. Del segundo retroceso apenas se tienen datos, ya que ocurrió muy cerca en el tiempo de la primera etapa. La tercera gran contracción redujo el nivel de agua otros 100 metros entre hace 9 millones de años y 8,7 millones de años. La última reducción fue la más importante e hizo caer el nivel de agua más de 250 metros. En este punto, el lago Paratetis se había dividido en varios lagos menores tóxicos para la vida animal. Esta fase de la desertificación terminó hace 7,65 millones de años.
Este cambio en el ecosistema del centro de Europa no fue un hecho aislado. Además del importante cambio en la vegetación continental que se produjo, los expertos calculan que fue durante esta etapa cuando se formaron los desiertos del Sáhara y de la península Arábiga. Dan Palcu, investigador de la Universidad de Utrecht, de la Universidad de Sao Paulo y autor del estudio, considera que “tener una imagen completa de cómo era el interior de Europa nos ayuda a entender mucho mejor estos cambios climáticos”.
Al igual que ocurrió con el agua, el lago fue perdiendo progresivamente su fauna autóctona. El experto en mamíferos marinos Pavel Gol’din, del Instituto Schmalhausen de Zoología de Kiev (Ucrania), asegura en una nota que el Paratetis contaba entre sus habitantes con delfines y ballenas pequeñas. De entre todas las especies que nadaban esas aguas, la más conocida es el Cetotherium riabinini, una ballena de unos 3 metros de longitud. “Una gran parte de los animales se extinguió antes o durante la etapa de decrecimiento, pero aquellos que sobrevivieron se encontraron en un mundo rico en nutrientes”, dice Palcu. “Se crearon nuevas especies y más oportunidades para que otras especies se formaran”, remata el autor.
Pero la ausencia de agua también abrió nuevas oportunidades para los animales terrestres. “La fauna de Asia Central estaba bloqueada por el lago, pero a medida que este se retiró se formaron pasillos para los animales. No fue un éxodo, fue algo gradual que duró varias generaciones”, explica el investigador. Los restos arqueológicos aportan más información sobre la fauna del momento, según Isaac Casanovas, investigador del Instituto Catalán de Paleontología. “En torno al lago, en los momentos en los que había menos agua, evolucionaron una serie de animales que son los que hoy relacionamos con la sabana africana, como antílopes o jirafas. Tienen su origen en esta zona e invaden África luego”, dice. Algo similar ocurrió entonces en la península Arábiga, que se secó y empujó a sus habitantes a desplazarse a África.
Esta laguna ha sido estudiada durante más de 100 años aunque las conclusiones a las que llegaban los científicos no encajaban entre sí. Palcu lo explica como un libro al que la desertificación arrancó varias hojas: “Cuando el lago se secó, la erosión eliminó muchas de estas páginas, así que tuvimos que encontrar una ubicación a la que no hubiera llegado esa erosión”, comenta por correo. “Una vez hallamos la historia completa, pudimos encontrar un sentido a las historias incompletas y empezar a encajarlo todo”, dice el experto.
Actualmente, los únicos rastros del Paratetis que quedan en nuestro mundo son la cuenca del mar Caspio (que sigue siendo un lago) y el mar Negro, que está conectado con el Mediterráneo. El otro vestigio que se mantiene, el mar de Aral, está a punto de correr la misma suerte que su predecesor, en lo que Palcu considera “uno de los mayores desastres ecológicos provocados por el ser humano”. “Deberíamos no dar por hecho que las grandes masas de agua interiores van a estar siempre ahí”, dice, y advierte de que el mar Caspio corre el riesgo de retroceder aún más y desencadenar una catástrofe natural en la región.
“Creo que la primera cosa que puede ayudar a mejorar son los modelos climáticos. Pero este estudio puede ser extremadamente útil para los antropólogos y los especialistas en mamíferos”, cuenta Palcu sobre las posibles aplicaciones del trabajo. En esta segunda aplicación se centra Isaac Casanovas: “Conocer la historia del comportamiento de distintas especies, aunque estén extinguidas, te permite hacer una analogía y ver cómo se adaptaron entonces. Puedes usar el pasado para predecir lo que pasará y tener tiempo de diseñar una estrategia para prevenirlo. Crear zonas protegidas o asegurarse de conectar las poblaciones de las zonas húmedas que puedan quedar para evitar que se empobrezcan genéticamente son dos buenas estrategias”, resume.
Puedes seguir a MATERIA en Facebook, Twitter e Instagram, o apuntarte aquí para recibir nuestra newsletter semanal.