A Mari Carmen Turnes, de 78 años, le bastan un par de datos de su biografía para explicar por qué se dedica a luchar por los derechos de las mujeres dentro de la Iglesia católica: “Me casé con 22 años y pasé de obedecer a mis padres a obedecer a mi marido. Llegó un momento en que ya no quise obedecer más”. Ese “hasta aquí hemos llegado” de esta exsecretaria del Seminario de Santiago de Compostela fue hace 40 años e incluyó al cura de la parroquia. “Hubo una vez un párroco que me dio reconocimiento, que me hizo sentir que yo contaba. Pero se marchó, llegó otro y se acabó”, rememora. “Descubrir el feminismo y hacerlo dentro de la Iglesia fue un paso muy importante en mi vida”.
Turnes evoca aquella liberación sentada alrededor de una mesa de un local de la Compañía de María de Santiago junto a otras 11 mujeres creyentes. Todas ellas se han unido al grupo de debate creado en Santiago por la asociación Mulleres Cristiás Galegas Exeria para preparar el Sínodo de las Mujeres que la Catholic Women’s Council ha convocado para el próximo mes de octubre en Roma. De estas reuniones que católicas feministas están celebrando este año en España y el resto del mundo saldrán propuestas de igualdad de género que luego se elevarán al Vaticano.
En el encuentro en la ciudad del Apóstol, las fieles leen y citan con admiración a las teólogas “silenciadas” por los jerarcas. Se escucha la voz de una gestora cultural, de una maestra, de una profesora de Secundaria o de una trabajadora de hospital. También la de una monja, Macamen Díaz, de 75 años, que forma parte de la Compañía de María: “Nunca me gustó que me llamaran monjita, es una forma de minusvalorarnos. Nunca me gustó ni la sumisión, ni la dependencia. Y nunca me pareció bien que [las mujeres en la Iglesia] fuésemos las segundas, que no tomáramos decisiones y que tuviéramos que estar a lo que diga el señor cura”.
La punta del iceberg
Las presentes niegan al unísono que en sus libros sagrados haya alguna base para imponer en la Iglesia roles desiguales entre hombres y mujeres. “Eso es mentira. La desigualdad empezó a construirse en el siglo III-IV y en el Concilio Vaticano II empezó su desconstrucción. Pero Juan Pablo II la taponó”, explica Marisa Vidal, profesora de Química en Secundaria y teóloga feminista. Sostienen que las violaciones y abusos sexuales a religiosas que el Vaticano admitió por primera vez en 2020, con muchas de estas víctimas incluso represaliadas por denunciar, son “la punta de un iceberg de maltrato continuado” a las mujeres dentro de la Iglesia católica.
Vidal defiende que la desigualdad en la Curia va más allá de que todos los puestos de mando sean ocupados solo por uno de los dos sexos. “El problema es su estructura clerical”, opina. “Si eres hombre pero no cura, no pintas nada tampoco y eso no cambiaría solo con el sacerdocio femenino”. Ella y sus compañeras abogan por erradicar la “verticalidad” e implantar una estructura “circular” que debería comenzar en las parroquias, despojando al cura del privilegio de tener siempre “la última palabra”.
A Carmen Lampón, maestra de 48 años, tampoco le vale “un cura mujer si va a hacer lo mismo” que los hombres. “En las parroquias tiene que dejar de haber púlpito”, propugna. El motor de ese cambio tan profundo son los grupos de feligresas, tercia la religiosa Macamen Díaz. “Sí, porque ellos ya tuvieron 2.000 años”, concuerda Lampón. El Sínodo de Mujeres es para estas católicas una “oportunidad histórica”, aunque Rosa Andión, profesora de FP de 54 años, intenta no alimentar “grandes expectativas” sobre las consecuencias que tendrá para no llevarse “un chasco”. “Tenemos la suerte de que el actual Papa también quiere esto”, subraya Pilar Wirtz, de 84 años. “Pero está atado”, apostilla Eva Queiro, trabajadora de hospital de 62 años.
Algunas de estas mujeres acumulan experiencia en el movimiento feminista a través de la asociación Mulleres Cristiás Galegas Exeria, fundada en 1996. Recuerdan los “recelos” con los que las miraban los colectivos laicos “por ser cristianas e ir a misa”. En un encuentro en Vigo de la Marcha Mundial de las Mujeres a finales de los noventa, decidieron “salir del armario” y organizar un taller de espiritualidad para pasmo del resto de participantes. “Cuando nos escucharon, se esfumaron sus recelos”, cuentan entre risas.
A ellas también les costó “asumir” algunos preceptos de la lucha por la igualdad de género y definirse sin ambages como feministas. “Sentíamos malestar por la desigualdad, pero no teníamos asimilado que éramos feministas”, esgrime Pilar Wirtz Y responde a quienes muchas veces les preguntan por qué no abandonan esa Iglesia machista a la que tanto critican: “Nosotras hacemos reivindicaciones feministas, pero también tenemos manifestaciones hondas de fe y estamos en la Iglesia porque en ella hay un tipo de valores que nos ayudan a ser mujeres cabales”. Una vez se reunieron con afiliadas a un partido político y llegaron a la conclusión de que eran “más libres” que ellas. “En los partidos tienen unos gerifaltes a los que obedecer; nosotras tenemos a los obispos, pero si no les hacemos caso tampoco pasa nada”, esgrime Wirtz.
¿Cómo reacciona la jerarquía católica a sus demandas de tantos años? “No nos ven”, suelta Marisa Vidal con gesto de resignación. “Pero la Iglesia de base sí nos aprecia y nos pide opinión”. El paso del tiempo tampoco ha ayudado a que los hombres que dirigen la institución se abran a cambios que la sociedad civil sí ha impulsado. “Los curas jóvenes son muy conservadores, más que los mayores”, asegura la religiosa Macamen Díaz. La teóloga Marisa Vidal lo atribuye a la formación que reciben: “La educación en los seminarios es muy misógina”.
“Jesús es revolucionario y feminista”
Clara Baliñas es a sus 24 años una de las últimas es unirse al movimiento. Licenciada en Ciencias Políticas, ve el feminismo como uno de los muchos cambios que precisa la Iglesia para “modernizarse” y reconectar con una juventud que habita una sociedad muy alejada del Vaticano: “La juventud está claudicando de la Iglesia y yo lo entiendo. El mensaje de Jesús es revolucionario y feminista pero no les llega porque la Iglesia no usa sus códigos”. “Queremos construir una Iglesia alternativa, más heterodoxa pero Iglesia al fin y al cabo. Estamos criticando algo que queremos”, apunta Rosa Andión.
La asociación cristiana que convoca en Santiago las reuniones forma parte del movimiento estatal Revuelta de Mujeres en la Iglesia que cada 8-M se manifiesta en las puertas de los templos reclamando una institución “paritaria, más plural y menos jerárquica”, con liderazgo “compartido entre hombres y mujeres, laicos, laicas, personas consagradas y sacerdotes”, que “acompañe sin juzgar a toda la diversidad de familias, de identidades y orientaciones sexuales”. Reivindican a María Magdalena como “una apóstola”. En Galicia han compuesto hasta un himno que versiona una canción tradicional: “Ay, señor cura, vaya para casa / Hoy las más liberadas / quieren ser Iglesia viva / Ni floreros, ni criadas / Y no limpiar sacristías”.
Source link