Aunque todo aparenta estar volviendo a la normalidad, aun así, nos queda la duda, nuestros sentimientos se contradicen y dudamos de todo; es como si estuviésemos en un tobogán incesante desde el cual las emociones nos zarandean de arriba abajo. “La pandemia ha tenido un impacto en nuestras vidas en general y en especial en nuestra vida mental —al coronavirus le apetece el sistema nervioso, tanto psicológicamente como en términos neurales”—, dice Antonio Damasio desde Los Ángeles, donde es profesor de Psicología, Filosofía y Neurología en la Universidad de Southern California, y director del Instituto del Cerebro y la Creatividad. “La falta de preparación para lidiar con las consecuencias del virus de manera efectiva provoca un sentimiento de humillación”, observa, “nuestros itinerarios y rutinas están rotos, los hitos que crean se han disuelto”, y concluye que “el miedo abruma el proceso de decisión”. El neurólogo sostiene que los sentimientos son la piedra angular de nuestra supervivencia, y se producen cuando el cerebro interpreta las emociones, que son señales del cuerpo que reacciona a estímulos externos —que nos ayudan a tomar decisiones—.
“El tema saca a la luz la oposición, en gran medida la elección, si no la guerra, entre el sentimiento y la razón”, dice Damasio. En su libro más reciente, Sentir y saber, que publicó justo antes de la pandemia, retorna a una pregunta que había planteado en 1994 en El error de Descartes: ¿somos acaso criaturas que piensan y también sienten, o criaturas que sintiendo pueden pensar? “Hay una profunda distinción, mas no oposición, entre el sentimiento y la razón, los sentimientos no son percepciones convencionales del cuerpo, sino híbridos, están arraigados tanto en el cuerpo como en el cerebro; pasamos por la vida sintiendo o razonando, o ambos, según lo requieran las circunstancias”, puntualiza enfáticamente, y ahonda: “Estamos gobernados por dos tipos de inteligencia, que dependen de dos sistemas cognitivos: la primera, que ha sido ampliamente estudiada y apreciada durante mucho tiempo, se basa en el razonamiento y la creatividad, y depende de la manipulación de patrones explícitos de información. La segunda, la de las emociones, es la de la competencia no explícita; es la variedad de inteligencia de la que la mayoría de los organismos vivos en la tierra han dependido —inclusive las bacterias—, y continúan dependiendo, para su supervivencia, y que escapa al escrutinio mental”.
En sus investigaciones emblemáticas, Damasio se ha interesado en el papel clave que desempeñan las emociones en la toma de decisiones. “En el lenguaje cotidiano usamos los términos indistintamente, esto muestra cuán estrechamente conectadas están las emociones con los sentimientos”, me dice. De acuerdo con él, “las emociones son reacciones complejas en el cuerpo ante determinados estímulos. Cuando tenemos miedo de algo, nuestro corazón se acelera, la boca se seca, la piel se pone pálida y los músculos se tensan; esta reacción emocional se produce de forma automática e inconsciente —una emoción es un conjunto de cambios fisiológicos producidos por un programa de acción, en gran parte innato—. En tanto que los sentimientos ocurren después de que nos damos cuenta en nuestro cerebro de tales cambios físicos, solo entonces experimentamos el sentimiento de miedo”. La región del cerebro en la que la emoción y la razón se acoplan es la corteza prefrontal.
Un conjunto de componentes del cerebro está a cargo de mapear los cambios que ocurren continuamente dentro del organismo; se conoce como el sistema nervioso interoceptivo o INS, por sus siglas en inglés. Estas características únicas del INS contribuyen a la producción de sentimientos, que ocurren cuando el cerebro lee los mapas y se hace evidente que se han registrado cambios emocionales a nivel de todo el organismo. No obstante, el mapeo nunca es exacto: el estrés, el miedo o el dolor alteran la manera en que interpretamos la información que le llega al cerebro de otras partes del organismo. Según Damasio, tendemos a dar prioridad a nuestro yo racional cuando se trata de tomar decisiones; sin embargo, las buenas decisiones son las que responden a las emociones que genera nuestro sistema interoceptivo. En un mundo ambiguo, nos ayuda a comprender sentimientos complejos y matizados, que a menudo están en conflicto con situaciones que la sociedad pinta como binarias. El afecto ambivalente es un fenómeno complejo que requiere múltiples niveles de procesamiento, donde se producen y finalmente se integran diferentes tipos de información.
Damasio añade: “Sigo fascinado por el hecho de que nuestros procesos regulatorios emocionales internos no solo preservan nuestras vidas, sino que, de hecho, dan forma a la creatividad. El sentimiento es una modalidad de conocimiento que viene con un aspecto musical, por así decir, con variación en el tiempo, de ahí la importancia de escuchar a nuestros sentimientos y de prestar atención a cómo se conectan con el cuerpo”. Y vaticina lo siguiente: “Aunque estamos atrapados en algo que tiene aspectos de tragedia, a pesar de la humillación, vamos superando los problemas”. No obstante, perdemos mucho sentido común cuando se dañan nuestros sistemas emocionales; para sortear las luchas emocionales nos valemos de las emociones.
David Dorenbaum es psiquiatra y psicoanalista.
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