El 112 recibió dos llamadas entre las 15.00 y las 16.30 del 14 de agosto desde Belfiore, un pequeño pueblo de Verona. Un tipo con acento del Este balbuceaba, aseguraba que le habían robado. Los carabinieri fueron hasta el camino de tierra indicado y encontraron a un rumano de 20 años que se identificó como Petr R. Aquel hombre, sin dormir y con aspecto de haber consumido drogas, aseguró que venía de una casa donde se había prostituido con un amigo y que el cliente no quiso pagar lo acordado. Llevaban dos días de fiesta. Resultó que el apartamento, a unos metros del lugar donde fue interceptado, pertenecía a Luca Morisi, el estratega y jefe de comunicación de Matteo Salvini, el hombre que en los últimos años convirtió a la Liga en una máquina de captar votos en redes a través del hostigamiento, los memes, el acoso a inmigrantes o toxicodependientes. El inventor de un programa revolucionario apodado la Bestia, que transformó la Liga en el partido más votado de Italia en las elecciones europeas de 2019 (34% de los sufragios). Un hombre discreto, alejado de los focos, hasta cierto punto, inadaptado y entregado a la pantalla de su teléfono. El paradigma de gurú, en suma, que ha controlado la estrategia de los grandes partidos populistas de los últimos años desde el jardín trasero de la política.
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Morisi (47 años) había llamado la noche del 13 de agosto a un chico rumano de 20 años al que localizó a través de la web de prostitución gay Grinderboy. No era la primera vez, dijeron ellos. Ofreció su casa, les explicó que estaba ya provisto de droga (dijo “C.”, en una presunta referencia a la cocaína) y que todo lo que trajesen era bienvenido, según declararon en comisaría. Los dos chicos no se conformaron con lo pactado y quisieron extorsionarle para que pagase 4.000 euros en lugar de los más de 2.000 que ya había desembolsado. Morisi aguantó el tipo, se plantó. Pero le salió mal y tiró su carrera por la borda en ese instante. La policía encontró medio gramo de cocaína en su casa, restos de la misma droga en un plato y un tubito de metacrilato con 125 mililitros de GHB (éxtasis líquido) que les entregó uno de los prostitutos. “Nos la ha dado él”, mintieron. Tampoco quedaron claros otros detalles sobre quién había comprado la droga. Pero Morisi fue arrestado y acusado de “cesión de estupefacientes”. Y aquí las cosas se complicaron ya demasiado como para pensar que podía seguir siendo el hombre de confianza de Salvini y el azote de un mundo que, en realidad, no le resultaba tan ajeno.
Iva Garibaldi (entonces portavoz de Salvini), Luca Morisi (responsable de comunicación) y Matteo Salvini (en ese momento, ministro del Interior), en Roma, en marzo de 2019.Roberto Monaldo (Alamy Stock Photo)
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La historia de Morisi (asesor a sueldo del Ministerio del Interior durante la etapa de Salvini como titular del ramo) no trascendió hasta que presentó su dimisión a finales de septiembre. “Motivos familiares”, dijeron en la Liga. “En su entorno se sabía lo que había sucedido. Y no era ninguna sorpresa”, señala una persona que le conoce desde hace 15 años. “¿Cómo puede ser que se encargara la estrategia a un tipo que debía de tener resaca varios días a la semana?”, se pregunta un diputado de la Liga. Pero durante el tiempo en el que el reinado entre las sombras de Morisi estuvo vigente, mientras fue el único que supo descifrar el algoritmo electoral, nadie en el partido osó levantar la voz.
Morisi era un cuerpo extraño en la política. Pero compartía los rasgos de un nuevo perfil de asesor que estaba sumando poder político en ese momento: desde el Reino Unido a EE UU. Estudió Filosofía e Informática y había montado una empresa de servicios digitales (Sistemaintranet) con su amigo del alma. En una retransmisión en 2012 del programa Porta a Porta de Rai 1 vio a Salvini usar un iPad en directo, cuando todavía no lo hacía casi nadie. Se ofreció y comenzaron a colaborar y a experimentar con las redes sociales transformando la comunicación del partido. Un veterano diputado de la Liga, que pasó a la lista negra de disidentes en el entorno de Morisi, relata cómo arrancó aquel periodo. “Querían un partido líquido. Congelaron la estructura regional para centrarlo en la figura del líder. El partido dejó de ser la Liga y se convirtió en Salvini. Morisi guiaba esa política agresiva hecha de titulares y sin apenas contenidos. Una política que habla al estómago de la gente. Funcionó en votos, pero destruyeron la estructura y perdimos a personas de referencia sólidas en el territorio, garantes ante el electorado”. Nadie podía saberlo entonces. Pero en distintos puntos del mundo sucedía ya algo parecido.
Morisi guiaba esa política agresiva que habla al estómago de la gente
Un veterano diputado de la Liga
La tormenta comenzó a formarse en 2014, con las elecciones intermedias de EE UU. Cambridge Analytica había recopilado fraudulentamente los datos de 50 millones de usuarios de Facebook para explotarlos con fines electorales. La firma había sido creada por el británico Alexander Nix con la financiación del multimillonario estadounidense Robert Mercer, mecenas republicano y uno de los principales patrocinadores de la campaña de Trump en 2016. Ambos se conocieron a través de Steve Bannon, asesor jefe de la campaña del magnate y también miembro e inversor de la nueva compañía que creó Nix en Estados Unidos (además de director de Breitbart, el medio preferido de aquella ultraderecha populista que tanto se parecía a lo que sucedía en Italia). El mismo sistema de análisis sirvió para la campaña de Trump y luego para la promotora del Brexit. Mensajes claros. Bombardeo a abstencionistas en Facebook. Hipercomunicación agresiva al servicio de un crecimiento instantáneo. Perfecto para partidos pequeños o formaciones con el viento en contra. Y funcionó.
El 30 de noviembre de ese mismo año, Salvini acababa de participar en el congreso del Frente Nacional en Lyon, donde Marine Le Pen entró en éxtasis al verlo en el estrado con una camiseta antieuro. No hacía falta más para copar el foco mediático. Pero Morisi le pidió que se fotografiase en la habitación del hotel con el torso desnudo y una corbata verde anudada al cuello para una revista del corazón. Quería que el algoritmo de Facebook ampliase la visibilidad de su jefe más allá del filtro político en el que estaba encorsetado. El plan era colonizar el flujo de información de millones de usuarios que todavía no le prestaban atención. Esa fue la revolución. El comienzo de una política de comunicación circular (territorio, redes sociales, televisión) en la que el líder de la Liga estaba expuesto 24 horas al día siete días a la semana. En casa, con los amigos, comiendo, en los mítines. Así nació la Bestia, un sistema de monitoreo de redes que diseccionaba la conversación dominante y el estado de ánimo ciudadano —una técnica conocida como sentiment analysis— para colocar los posts adecuados en cada momento. La quintaesencia del oportunismo digital.
La Bestia permitió crecer exponencialmente a la Liga. La publicidad y el marketing ligaron durante esos años su suerte al algoritmo de Facebook. Los brujos capaces de descifrarlo podían vender hielo a los esquimales del Polo Norte. Y no digamos hacer pasar por estadista a cualquier político, por muy vacías o violentas que fuesen sus ideas. “Morisi usó de manera muy inteligente el growth hacking (pirateo de crecimiento). Es lo que hacía Hotmail al principio: regalas una cuenta y esperas a que esa persona invite a sus 10 mejores amigos. Es una forma psicológica de seleccionar y crecer en círculos de calidad”, analiza Alex Orlowski, exhacker y experto en marketing político digital. “Fue un revolucionario a quien luego copiaron todos. Inventó el primer caso de gamificación en política. Un juego en web en el que lo que se vendía como un premio a cambio de tus datos personales era un político que te llamaba y tomaría un café contigo. Fue un Cambridge Analytica casero”, recuerda en referencia al juego Vince Salvini, un experimento que permitió al líder de la Liga convertirse en el político con más seguidores de Europa (4,7 millones en Facebook).
Dominic Cummings, exasesor de Boris Johnson, tras reconocer que se saltó las reglas del confinamiento, en mayo de 2020.TOLGA AKMEN (AFP/Getty Images)
El populismo y la ultraderecha habían copado el debate público en esa época. Su impacto y el éxito de crecimiento llegaron por contagio a los partidos tradicionales, que adaptaron perfiles y técnicas parecidas. Y casi siempre hubo una suerte de Richelieu digital o un discreto gurú ajeno a la ortodoxia política con evidentes problemas de adaptación social detrás de cada fenómeno. Personajes sin una ideología marcada —el mantra dominante fue el de la muerte del eje izquierda-derecha—, pero con un instinto desbordante para percibir el estado de ánimo de la ciudadanía y cabalgarlo electoralmente. Todo podía resumirse en datos y algoritmos. Y el primero que lo entendió en el Reino Unido, donde se cocinaba la batalla más importante de las últimas décadas, fue un tal Dominic Cummings. Lejano a los circuitos de poder del Partido Conservador, alimentó con éxito el motor estratégico del Brexit bajo el lema “Recuperemos el control”. Cummings se propuso cambiar la matriz de una política que despreciaba. La campaña del referéndum de 2016 fue un éxito y construyó su propia Bestia con un equipo de analistas de datos y físicos. También con la inestimable ayuda de una filial de Cambridge Analytica, que le sirvió para localizar a 1,5 millones de abstencionistas y bombardearlos en Facebook con publicidad invisible para la comisión electoral. Fue contratado luego por Boris Johnson como asesor personal con su nuevo eslogan bajo el brazo (“Culminemos el Brexit ya”) y se propuso llenar la Administración de “raros y freaks”. Hermético, con un indisimulado desprecio hacia la inteligencia menor —”un psicópata profesional”, le definió David Cameron—, terminó siendo víctima de sí mismo. Cummings probó su medicina y dimitió al ser cazado saltándose las normas del confinamiento. “Cada uno tiene su peculiaridad: pueden ir desde Iván Redondo [asesor de Pedro Sánchez, pero antes también del PP] a Cummings. Incluso la figura de Bannon comparte algunos puntos como la idea de moverse en la estrategia online. Conocemos ahora a algunos de ellos. Pero muchos de esos personajes siguen manejando la política y viviendo en la sombra”, señala Steven Forti, autor de Extrema derecha 2.0 (Akal, 2021), un fantástico retrato de la evolución tecnológica e ideológica de la ultraderecha en los últimos años.
El mismo sistema de análisis de redes sirvió para la campaña de Trump y luego para la promotora del Brexit
Roma, donde el propio Bannon pasó largas temporadas asesorando a la Liga y a Hermanos de Italia cuando perdió tirón en EE UU —él mismo lo reconoció en una entrevista en este periódico—, era ya en aquella época el laboratorio europeo de estos experimentos. El asesor estratégico de Trump la pisó por primera vez en 2014, recuerda Benjamin Harnwell, su mano derecha e impulsor de la Universidad Populista que Bannon se propuso construir en un viejo monasterio a 130 kilómetros de la capital. El primer aterrizaje fue para abrir una oficina de Breitbart. Quería que fuese en el corazón de Europa, epicentro de las supuestas raíces cristianas de las que quería dotar a su movimiento. A solo dos pasos del Vaticano, donde comenzaba también a librarse una batalla política, a un lado y otro del Atlántico, contra el papa Francisco. “Dos fuerzas empezaban a ser visibles en política y nadie se estaba dando cuenta. Había un creciente sentimiento de insatisfacción que logró canalizar el Movimiento 5 Estrellas (M5S). Pero también había un impulso nacionalista, guiado por la Liga Norte. Él siempre pensó que podía unir esas dos fuerzas: lo llamaba el movimiento nacionalpopulista. Nadie lo podía imaginar entonces, pero lo logró y terminaron formando un Gobierno juntos”, apunta Harnwell, atribuyendo a Bannon parte de la responsabilidad de la gestación en 2018 del Ejecutivo más populista que ha alumbrado Europa y en el que Morisi pudo poner en práctica sus técnicas de comunicación desde el Ministerio del Interior. El M5S había ganado en 2018 las elecciones con un 33% de votos. Un partido antisistema y extremadamente populista surgido de la mente de Gianroberto Casaleggio, un visionario de la tecnología y dueño de una empresa de consultoría digital. Junto al cómico Beppe Grillo diseñó una formación articulada alrededor de una opaca plataforma web basada en la participación directa (copiada del Partido Pirata alemán). Una empresa privada convertida en formación política, cuya comunicación y estrategia terminó dirigiendo con gran éxito Rocco Casalino, participante de la primera edición de Gran Hermano (hoy es portavoz del ex primer ministro, Giuseppe Conte).
Steve Bannon, exasesor de Trump, después de ser acusado de fraude en la construcción del muro con México.Stephanie Keith (Getty Images)
El discurso político, esa fue la paradoja, dejó de ocupar el centro de la política. Y se buscaron perfiles que respondieran a ese nuevo esquema. El ensayista Giovanni Orsina cree que “en las posiciones clave surgió gente que necesariamente venía de la nada”. “El momento se basaba en una tecnología completamente nueva y para entrar en ese mundo actual necesitas a personajes curiosos que rompan los esquemas. Gente sin una formación ortodoxa. Si en el centro de la política se encuentra un tipo de comunicación nueva, revolucionaria, disruptiva…, ¿a quién coges? A un informático licenciado en Filosofía como Morisi. O a un asesor como Rocco Casalino, formado en Gran Hermano. Gente inteligente, fuera de los esquemas que, por sus características personales, puede entregar la vida a esto. Gente sola. Porque si tienes una familia es complicado tener esa dedicación. Es comprensible: necesitas a un innovador obsesivo”. Morisi lo fue. El más radical de su cátedra. Y por eso le copiaron hasta la extenuación.
El ascenso y caída del gurú de la Liga corre en paralelo al auge y estancamiento de los populismos de ultraderecha y al tipo de comunicación sobre la que tantos partidos edificaron una imbatible máquina electoral. El asesor de Salvini era una pieza clave del engranaje. Su tropezón, en aquel camino de tierra a pocos metros de su casa de Verona junto a dos chaperos rumanos, marca el declive también de la influencia del líder de la Liga en redes. Los números lo muestran claramente, según un análisis de su página de Facebook realizado por la empresa Tech. En los dos últimos meses han caído a la mitad los posts que cuelgan al día, pasando de 18 a 9. Desaparecen los que tienen enlace, que ahora son solo el 0,04% del total. Pero la debacle más significativa se produce en las interacciones, que pasan de 32,5 millones en el periodo agosto/octubre a los 7,2 actuales. De las 117.000 que actualmente se producen a diario, respecto a las 524.000 de 2020. ¿Ha tocado techo el modelo?
La crónica de sucesos habla también de un ocaso de este mundo. El timing coincide con la defenestración o incluso arresto de muchos de ellos por saltarse sus propios códigos: Cummings, Bannon, Ted Malloch o el propio Morisi. Lorenzo Pregliasco, fundador de la empresa de análisis político Youtrend y autor del libro Fenómeno Salvini: quién es, cómo comunica, por qué lo votan (2019), cree que este modelo y sus artífices muestran “síntomas de debilidad provocados, en parte, por la pandemia”. “Ha tenido efectos directos e indirectos que le han complicado las cosas. Ese tipo de emergencia ha reforzado el papel de los gobiernos marginando a quien estaba en la oposición. El tema de las vacunas rompe el eje conservador, que tenía como temas principales la inmigración y la seguridad. En el caso de Trump también pesó esa hipercomunicación muscular y agresiva, agota a los electores. Y es cierto que el magnate perdió las últimas elecciones. Pero también tuvo más votos que la otra vez”.
El caso de Morisi ha suscitado en Italia un vendaval de descalificaciones personales. También la revelación de una vida íntima y una tormenta de porquería parecida a la que él mismo utilizaba cuando su sistema alimentaba al partido. Pidió comprensión. Publicó una emotiva declaración donde admitía su error y la “grave caída como hombre”, pero había hecho demasiados enemigos a quienes se la había negado en otros momentos. Morisi no hacía prisioneros. Le esperaban con la cuenta decenas de periodistas, rivales políticos, mujeres acosadas en redes, asociaciones de inmigrantes. Días después de ser arrestado, hubo llamadas desesperadas al Ministerio del Interior, según publicó La Repubblica, para intentar silenciar el caso. Salvini, que había sido ministro del Interior y vicepresidente del Consejo de Ministros, intentó protegerlo. Aquello formaba parte de la vida personal, alegó su entorno. Seguramente saldrá absuelto de este caso, apuntan fuentes jurídicas consultadas. La Fiscalía archivará la causa penal. “Mi puerta estará abierta siempre. No ha cometido ningún delito”, anunció el miércoles el jefe de la Liga, dispuesto a readmitirlo. Pero Morisi ha sido víctima de la misma trituradora de carne con la que alimentó a su monstruo. Quizá la bestia, tal y como descubrieron al mismo tiempo sus homólogos, siempre fuimos nosotros.
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