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Aulas vetadas para las universitarias en la ‘nueva’ Herat

La foto que ha tuiteado este domingo Lotfullah Najafizada, el director de la cadena de noticias ToloNews (un canal informativo de referencia en Afganistán), resume el miedo que se ha adueñado de los habitantes de Kabul ante la llegada de los talibanes a las puertas de la capital de Afganistán. A primera vista, la imagen parece inocua: dos trabajadores repintan una publicidad en la pared de un edificio. Pero no se trata de que vayan a colocar un nuevo cartel, sino de cubrir la imagen de las mujeres que anuncian servicios de belleza para bodas. Hasta ese nivel alcanza el temor al regreso de los extremistas islámicos que entre 1996 y 2001 silenciaron a las afganas.

En Herat, una ciudad cercana a la frontera con Irán y con una fuerte influencia persa, los talibanes están rechazando a las mujeres que acuden a las oficinas e incluso negando su entrada en la Universidad, donde constituyen el 60% del alumnado. De acuerdo con algunos testimonios vertidos en redes sociales, los responsables les han dicho que esperen en casa hasta que la Shura de Quetta tome una decisión sobre si pueden proseguir sus estudios. La Shura de Quetta es la asamblea de dirigentes talibanes que dirige la milicia desde esa ciudad de Pakistán, poniendo en evidencia los lazos del país vecino con los islamistas.

De ahí que este domingo por la mañana, con los talibanes a las puertas de la capital afgana, algunos profesores de la Universidad de Kabul se despidieran de sus alumnas en previsión de que no puedan volver a verlas en una temporada. Una de ellas, Aisha, expresaba su temor de no poder llegar a graduarse “como miles de estudiantes en todo el país”.

Fotogalería: El avance de los talibanes en Afganistán, en imágenes

También desde Kandahar llegan noticias de la detención de intelectuales y activistas. El último de ellos, Ahmad Wali Ayubi, quien según ha denunciado su familia en Facebook fue arrestado en su casa y desconocen su paradero. Fuentes locales consideran que la amnistía proclamada por los talibanes es una trampa y aseguran que una decena de miembros de la élite educada han sido asesinadas y sus propiedades confiscadas.

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Los dirigentes talibanes son conscientes de que si algo temen los afganos, después de cuatro décadas de guerras y terrorismo, es la violencia y el caos. Intentan por ello presentarse como un movimiento capaz de garantizar la continuación de la vida en condiciones estables. Sus portavoces han negado en los últimos días que los milicianos del Emirato Islámico de Afganistán (EIA), como se autodenominan, se hayan lanzado al pillaje, los asesinatos por venganza o los matrimonios forzados de niñas. “Es una propaganda venenosa”, señala Suhail Saheen, que se ocupa de la prensa extranjera en la Oficina Política que la milicia tiene en Doha (Qatar).

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En la misma línea han multiplicado los mensajes que intentan infundir tranquilidad a diplomáticos y ONG extranjeras, así como quien han trabajado con ellos. “El EIA tiene sus puertas abiertas para todos aquellos que antes trabajaron y ayudaron a los invasores, o que siguen en las filas de la corrupta Administración de Kabul, y ha anunciado una amnistía. Les invitamos a que se presenten y sirvan a la nación”, ha tuiteado Shaheen.

Si quienes huyen de su avance pueden proyectar un miedo irracional sobre sus testimonios, quienes se han quedado atrapados en las ciudades bajo su control denuncian que la actitud de los barbudos hacia las mujeres y los derechos humanos no ha cambiado. En Kandahar, la que fuera capital del régimen talibán durante su dictadura, Reuters ha recogido testimonios de varias empleadas de banca que, cuando se presentaron a trabajar fueron escoltadas a sus casas por hombres armados, con la orden de no regresar. Eso sí, les explicaron que sus puestos podían ser ocupados por alguno de sus parientes varones.

En 1996, la guerrilla tomó el control de Kabul y arrebató el Gobierno y la presidencia al líder muyahidín Burhanuddin Rabbani, uno de los héroes de la victoria frente a los soviéticos. En su avance, los talibanes instauraron un régimen integrista sobre la interpretación rigurosa de la ley islámica. Entre otras medidas, impusieron castigos físicos, desde la pena capital en plaza pública a los latigazos o la amputación de miembros por delitos menores; despojaron de cualquier derecho a las mujeres, a las que obligaron a cubrirse íntegramente con el burka, y a las niñas, a las que prohibieron ir al colegio a partir de los 10 años, y erradicaron cualquier expresión cultural (cine, música, televisión) o incluso arqueológica —destruyeron en marzo de 2001 los Budas de Bamiyán—.


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