Ayuda humanitaria en la guerra: ¿organización o caos en la frontera?


Las imágenes de miles de voluntarios europeos acudiendo a las fronteras de Ucrania con sus vehículos privados cargados de víveres, ropa, juguetes y unos sentimientos solidarios surgidos del impulso de ayudar ante la catástrofe de la guerra, están dando la vuelta al mundo. Ahora bien, ¿es la mejor forma de apoyar a los millones de personas desplazadas? ¿Qué riesgos conlleva?

Las organizaciones con muchos años de experiencia en acciones humanitarias urgentes, como es el caso de Alianza por la Solidaridad-ActionAid, llevamos días alertando de la aparición de redes de tráfico de mujeres y niños, de cómo se acumulan toneladas de paquetes sin control alguno sobre su caducidad… También de la discriminación en las fronteras de Polonia, Hungría, Rumanía, Moldavia o Eslovaquia, en función de orígenes, imagen racial o identidades sexuales al albur de quién elige el destinatario de su donación o ayuda.

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Como en el pasado, en emergencias vividas en países como Haití, Colombia, Gaza o las refugiadas sirias en Jordania, el personal formado para responder a estas circunstancias sabe bien que los pasos a seguir para iniciar la acción humanitaria deben comenzar por contactar urgentemente con entidades sociales presentes en los países de acogida, o que tengan relación con estas, que conocen el terreno, el idioma y su idiosincrasia particular; redes sociales que ante la llegada masiva de población desplazada se encuentran desbordadas, sin recursos y una capacidad de acción adecuada al desafío de salvar tantas vidas. Juntas, las de dentro y las de fuera, deben unir fuerzas sin derrochar ni fondos ni energía solidaria. Como señala la Coordinadora de ONG para el Desarrollo, “la solidaridad ciudadana es encomiable, pero la buena voluntad no es suficiente”.

Para ello es esencial un análisis inicial de la situación y las necesidades, que permitan desplegar la ayuda requerida en el respeto de los principios humanitarios (neutralidad, humanidad, independencia e imparcialidad) y, sobre todo, en el respeto del concepto de acción sin daño (do no harm, en inglés) que implica una muy especial atención a que nuestras acciones como actores de la ayuda humanitaria no generen más sufrimiento, en lugar de ayudar.

Caer como un paracaídas y sin red de apoyo sobre el terreno, ¿qué recorrido puede tener?

Fundamental es comenzar facilitando la ayuda a quienes son los más vulnerables entre los vulnerables: las personas enfermas, las ancianas solas, las madres con los hijos más pequeños, los menores no acompañados, las que no tienen ninguna red de apoyo previo en el lugar al que llegan, las que salieron sin ningún dinero… Todas ellas, son ya una infinidad. Las ONG humanitarias han desarrollado protocolos y métodos que ayudan a encontrarlas, a escuchar lo que ellas consideran que necesitan para que tengan la opción de decidir y puedan ser dueñas de su plan para salir de la situación en la que se encuentran, especialmente las mujeres y niñas. Ese debiera ser el camino para evitar el riesgo de que no se les esté proporcionando lo que más precisan, salvaguardando su dignidad y contribuyendo a salvar el mayor número de vidas posible.

Por otro lado, caer como un paracaídas y sin red de apoyo sobre el terreno, ¿qué recorrido puede tener? Las ONG con experiencia en contextos humanitarios son conscientes de que distribuir la ayuda de emergencia es una acción que requiere de seguridad y mucha coordinación con otras entidades presentes en las zonas afectadas. Hay que evitar que se dupliquen o se desperdicien ayudas que son urgentes y, lo que es aún peor, que sean fruto de robos o de desvíos por el camino. Por desgracia, siempre habrá quien esté dispuesto a “sacar tajada” de la desgracia ajena. A ello se suma el peligro de que los artículos donados y llevados con tanto esfuerzo personal sean retenidos o rechazados en los controles fronterizos, donde los envíos sin una documentación aduanera correcta pueden ser devueltos o incluso incautados.

Crisis humanitarias anteriores en muchos otros países, han puesto de manifiesto lo que supone inundar los mercados locales con productos donados desde fuera, en lugar de obtenerlos lo más cerca posible –siempre que estén disponibles–, consiguiendo ahorrar recursos y apoyar a la vez a las economías locales. Lo vimos en Haití, tras el terremoto de 2010. El caos fue tal que aún se echa en cara a la comunidad internacional un modus operandi cuyas heridas aún siguen abiertas. En la retina, aún perduran esas otras imágenes de toneladas de ayuda alimentaria y de medicamentos que caducaron mientras la gente moría. Clasificar, organizar y almacenar todo lo que llega es prioritario y es mucho más fácil cuando hay una estructura detrás. En el caso de Ucrania, hay que añadir los costes del transporte de particulares, con los combustibles por las nubes, que a su huella ecológica suman el derroche de llevar a miles de kilómetros lo que está cerca.

Clasificar, organizar y almacenar todo lo que llega es prioritario y es mucho más fácil cuando hay una estructura detrás

Mencionar también que iniciativas como llevar medicamentos de forma particular son aún más problemáticas, dado que la legislación es muy restrictiva, como recuerda la Agencia Española del Medicamento y Productos Sanitarios (AEMPS): “La donación de medicamentos debe realizarse únicamente a través de los canales adecuados, con la autorización expresa de la AEMPS, y en ningún caso deben donarse medicamentos devueltos por la ciudadanía. Los requisitos para la donación son necesarios para garantizar que los medicamentos se encuentran en las condiciones óptimas de conservación y así asegurar su calidad y eficacia”.

No hay que olvidar, por otro lado, que no todas las ayudas son físicas, que hay otras que no son en especie pero son básicas. Nos referimos al apoyo legal, al psicológico y al social de quienes ven su vida destruida en pocos días, su familia separada, sus vecinos y amigos desaparecidos o sin noticias de su paradero, su futuro en un limbo ignoto. Miles, decenas de miles de mujeres con hijos e hijas que hoy se acumulan en centros comerciales, polideportivos y escuelas en Polonia, Rumanía o Moldavia. Deben sentir que se encuentran en espacios seguros de la violencia de los misiles, pero también de los abusos y violencias de género, de las discriminaciones que desde el inicio hicieron acto de presencia en este conflicto. Ello requiere personal capaz de actuar profesionalmente en el caos reinante.

Sí, es verdad que para sobrevivir hay que dar de comer y abrigarse en temperaturas bajo cero, pero no olvidemos que esta crisis será prolongada y habrá que seguir ahí mucho tiempo facilitando atención e información sobre cómo salir del atolladero traumático en el que se ven y verán inmersos cientos de miles de personas, garantizando ese apoyo, en sus diferentes vertientes (dinero, ayudas al alquiler o transporte, atención psicológica…) cuando un día nos acostumbremos a su presencia en nuestras pantallas. O, lo que es peor, desaparezcan.

Por último, tengamos cuidado con la acogida y adopción de menores solos en estos primeros momentos de guerra, en los que es muy difícil determinar en qué situación familiar se encuentran. Como la CONGD recuerda, es mucho mejor atenderles en el terreno e intentar a toda costa el reagrupamiento con sus familias antes de llevarlos a miles de kilómetros.

Desde Alianza por la Solidaridad-Action Aid, que ya tiene equipos desplazados en Polonia y Rumanía y coordinación y colaboración con organizaciones locales de ambos países y en Hungría, Moldavia y Ucrania, animamos a la colaboración ciudadana dirigiéndose a organizaciones con experiencia y capacitadas en la acción humanitaria. El reto es inmenso para toda Europa y sin la solidaridad de todos será imposible. De hecho, estamos demostrando que, cuando nos ponemos a ello, todo se puede; en la solidaridad también.

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