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Ballet con sabor a ‘street dance’: Isaac Hernández se despide de México con un cóctel heterodoxo


De entrada, violín y street dance: los bailarines Lil Buck y Jon Boogz, salen a escena separados por una pared imaginaria. La golpean, retroceden, vuelven a la carga, y así hasta que, tejiendo una coreografía de movimientos rápidos y cortantes, consiguen destruirla. Todo al ritmo de un conjunto de cuerda. La primera actuación de la gala Despertares, celebrada este sábado en el Auditorio de Guadalajara, fue un bofetón a las barreras de estilo, una declaración de intenciones  —o de guerra— sobre lo que iba a ser una noche de mezclas y, a la vez, de homenaje al mexicano Isaac Hernández, primer bailarín del English National Ballet y rey indiscutible de la fiesta.

Huyendo de las etiquetas, Hernández, que dirige el festival, reunió en su ciudad natal a lo mejor de cada estilo en la séptima edición de este certamen, uno de los mayores encuentros de danza del país que clausura por falta de apoyos del Gobierno mexicano. Con una mestizaje de estilos y bailarines, desde Natalia Osipova, titular del Royal Ballet, hasta Lil Buck, estrella de street dance, Hernández buscó una vez más acercar la danza a una audiencia más amplia. “He querido sacar la danza de esos escenarios que a veces asustan para que se convierta en algo masivo”, explicaba el bailarín a este diario antes del concierto. “Por eso ni una sola publicidad ni información del festival contiene la palabra ballet”.

La gala no era territorio para puristas. El programa fue de lo ortodoxo a lo inesperado; con apenas un cambio de luces entre uno y otro. El inicio mestizo dio paso a la música de Tchaikovsky. Apareció sobre el escenario Tamara Rojo, directora artística del English National Ballet, para interpretar un cisne negro que, con pasos y piruetas de precisión impecable, trazó la trampa letal entorno al príncipe Sigfrido, bailado por Hernández. El auditorio enloqueció; estaba claro quién reinaba en Guadalajara.

El fantasma de la ortodoxia no duró mucho. Parvaneh Sharafali y Rauf Yasit dieron forma a la música de Rameau con fouettés y pasos de break dance. El barroco del compositor francés y la coreografía de William Forsythe sentaron bien al movimiento de sus cuerpos, que parecían querer extirpar el vacío con sus contorsiones, arabescos al aire. Un viaje de lo clásico a lo contemporáneo y viceversa que continuó después con la reinterpretación que hizo Lil Buck de La muerte del cisne, pieza clásica pensada para la histórica prima ballerina Anna Pavlovna y que Buck plasmó con movimientos rotos de brazos, como alas quebradizas, para terminar consumido en espasmos corporales y hecho un ovillo.

Incluso Natalia Osipova, superestrella del Royal Ballet, cambió el tutú por un vestido suelto color bronce y una coreografía contemporánea de Jason Kittelberger, su pareja de baile. Una puerta como única decoración y centro de la acción de una relación sentimental, a ratos cansada y a ratos destructiva. Osipova y Kittelberger abrían y cerraban en un revuelo de portazos brutales que acabaron con ella sola sobre el escenario.

Pero ni siquiera Osipova fue capaz de ensombrecer al hijo pródigo, primer mexicano en ganar el prestigioso Prix Benois de la Dance. Isaac Hernández volvió a aparecer una última vez para protagonizar junto a su hermano Esteban, bailarín principal del San Francisco Ballet, una pieza con la música de My Way, de Frank Sinatra. A su manera, Hernández ha construido este festival mestizo y único en el país y a su manera le dijo adiós la noche del sábado.

Baja el telón por falta de apoyos públicos

El bailarín anunció que esta sería la última edición del festival por la falta de apoyo del Gobierno Federal, del que este año no recibió ninguna subvención. La política de austeridad del Ejecutivo de Andrés Manuel López Obrador ha hecho recortes importantes y la cultura ha sido una de las áreas más afectadas. Si bien aseguraba a este diario que la danza pasa por un buen momento en México —la bailarina Elisa Carrillo acaba de recibir el Prix Benois de la Dance, la primera mujer mexicana en hacerlo—, Hernández lanzaba una advertencia: “Tienen que cambiar muchas cosas, reformar el sistema de financiación, que el Estado valore lo que estamos haciendo”.

En los últimos años, las galas de Despertares se han posicionado como el principal acontecimiento de danza en México por el nivel del elenco. En tres de esas ocasiones, celebradas en el mastodóntico Auditorio Nacional de Ciudad de México, se colgó el cartel de agotadas las entradas. Aunque esta vez no ha sido así, en parte por el alto precio de los boletos —unos 2.000 pesos de media, alrededor de 100 dólares—, su audiencia de millenials venidos de todos los rincones de la República demostró el tirón de Isaac Hernández, bailarín y fenómeno pop en su tierra natal.

EL DESPEGUE DEL OTRO HERNÁNDEZ

Isaac no es el único Hernández que destaca en zapatillas de ballet. Hace unos meses, su hermano Esteban (Guadalajara, 29 años) fue nombrado bailarín principal del San Francisco Ballet, la compañía profesional más antigua de Estados Unidos. Entrenado primero en la escuela de su padre en Guadalajara y después en la Royal Ballet School en Reino Unido, llevaba seis años escalando en la jerarquía de la compañía. “Fue algo inesperado”, recuerda sobre ese momento, en entrevista con este diario. “Es mucha responsabilidad; tienes que ser capaz de cargar toda una función sobre tus hombros”.

De vuelta estos días a su ciudad natal, Hernández se ha encontrado con una acogida más propia de una estrella de pop que de un bailarín clásico. Al cierre de una charla celebrada en el marco del festival, grupos de fans se acercaron a pedirle autógrafos y, más común, a tomarse selfies con él y su hermano. Un fenómeno, el de la familia Hernández, que Esteban atribuye al trabajo por acercar la danza al gran público. “En San Francisco el ambiente es diferente; la danza es algo común”, dice. “No existe esa reacción de las personas que te dicen: ‘¡wow, te estoy conociendo!”.

Admirador declarado de su hermano, Hernández compartió escenario con él en la última actuación de la gala del sábado. “Es como bailar con uno mismo”, explica. Su próximo proyecto, ya como bailarín principal en San Francisco, es aprenderse la coreografía de Rubies, un ballet abstracto de George Balanchine con música del compositor ruso Igor Stravinsky. Más allá de participar en eventos puntuales, su regreso a México parece lejano: “Ojalá en un futuro haya ese respeto hacia la danza para poder vivir dignamente de ello”.


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