Estados Unidos vive días extraños. Los protocolos para el traspaso ordenado del poder, tan venerados como la propia República americana, se ven ahora en peligro por la negativa del actual ocupante de la Casa Blanca a reconocer su derrota. Se trata de un rito laico, una liturgia democrática por la que el perdedor no sólo admite su derrota, sino que, al aceptar el triunfo de su rival, le entrega la legitimidad para que prosiga, como en una carrera de relevos, la búsqueda de esa “unión más perfecta” que prescribe la Constitución. Es también un mensaje a todos los ciudadanos, especialmente a los que estuvieron en el bando perdedor, de que llegó el tiempo de sanar heridas. En el libro que acaba de publicar, Una tierra prometida (Editorial Debate), el expresidente Barack Obama recuerda la impresión que le causó la elegancia con la que Bush y su familia oficiaron ese deber. “Me prometí a mí mismo”, escribe, “que cuando llegara el momento trataría a mi sucesor de la misma forma”. Su sucesor fue Donald Trump. Así que, en una conversación que mantuvimos el domingo pasado en Washington, le pregunté si, efectivamente, así lo hizo, con elegancia.
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‘Una tierra prometida’ (‘A Promised Land’)
En el primer volumen de sus esperadas memorias presidenciales, publicado este martes, Barack Obama narra su evolución personal hasta convertirse en líder del mundo occidental, describiendo con detalle tanto su formación política como los momentos cumbre del primer periodo de su histórica presidencia, una época de una gran conmoción y de profunda transformación.
Editorial Debate. 928 páginas
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