La actriz Bárbara Lennie (Madrid, 38 años) se sienta en una terraza cerca del Museo del Prado, pide una botella de agua y mira, de reojo, el teléfono móvil que hace de grabadora. Lo aparta un poco.
Pregunta. Usted nace en Argentina.
Respuesta. Yo nazco en España.
P. Pues empezamos bien.
R. Mis padres se fueron de Argentina y me tuvieron en Madrid, y en cuanto pudieron, nos fuimos de nuevo a Buenos Aires. Allí viví hasta 1990. Después nos volvimos definitivamente a España.
P. ¿Por qué se fueron sus padres?
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R. Exilio. Mi padre salió de Argentina a Brasil, y de ahí a España. Luego lo siguió mi madre. Tenían grados diferentes de militancia, los dos estaban en contra de la dictadura militar y fueron perseguidos.
P. La política.
R. Es parte de mi identidad. En mi familia lo ha atravesado casi todo. Mi tía es una desaparecida. Mi otra tía tuvo que exiliarse a Brasil, vive allí. Mis abuelos han estado secuestrados en la ESMA [Escuela Superior de Mecánica, centro de tortura de la dictadura], mi otra tía también fue torturada.
P. Sus abuelos.
R. Eran montoneros. Los secuestraron para interrogarlos por mi tía, su hija, a la que desaparecieron.
P. ¿Tiene hermanos?
R. Mi padre tuvo una hija con una mujer que también estuvo secuestrada en la ESMA. Joder, es un horror. En algún momento tengo que hacer algo con todo esto. Hace poco, mi primo me dio unos documentos de mis abuelos contando la historia de mi familia durante horas. Son documentos increíbles.
P. Volvieron a Argentina después.
R. Y convives con el miedo mucho tiempo. Sigues aterrado durante años. Pero cuando volvemos, ellos están saliendo de la oscuridad y yo vivo una infancia muy plena y muy luminosa.
P. Y regresan a Madrid, ya definitivamente.
R. Y aquí había burros. Y al lado de casa, gallinas. Fue un shock de cojones. Vivíamos en Pinar de Chamartín, que en aquella época era un poco far west. Yo sentía que, viniendo de Argentina, venía del progreso.
P. ¿Qué le pasó a Argentina?
R. Ponte a analizar tú lo que le pasó a Argentina. A Argentina le pasa todo todo el rato.
P. ¿Ha heredado el activismo político de sus padres?
R. Me gustaría haber heredado un poco más. Pero tengo muy claro que no voy a estar el resto de mi vida solo haciendo lo mío. No sé de qué manera lo canalizaré, pero lo haré. Tengo muy clara la sociedad en la que vivo.
P. Estrena Los farsantes, de Pablo Remón, en el Centro Dramático Nacional [29 de abril-12 de junio]. Con Francesco Carril, Nuria Mencía y Javier Cámara, que no se anunció al principio.
R. Llevaba mucho sin hacer teatro. Y se ha acercado de una manera muy bonita. Desacostumbrado, frágil. Con todas las ganas del mundo; eso se agradece mucho.
P. Teatro.
R. No sé si es mi primera pasión. Pero es un lugar al que siempre me gusta volver: tiene algo de cotidiano, de artesano. Y un vértigo y una adrenalina con el público incomparable.
P. Y el directo, el público.
R. Después de haber hecho tres piezas con Pascal Rambert [dramaturgo y director francés]… Él escribe de una manera que notas un vértigo muy grande. No puedes improvisar porque el texto está muy agarrado, muy encorsetado. Y ahí sí que he sentido eso de “preferiría desmayarme y no tener que salir”. Pero es un momento, se supera. Siempre podemos hacer más de lo que creemos.
P. En Los farsantes interpreta a una actriz.
R. Ana, que es una actriz que no acaba de arrancar ni de encontrar la manera de que su carrera tenga sentido.
P. El éxito.
R. Es la historia de muchas amigas y amigos que aún teniendo toda la vocación, la pasión, la energía y la entrega de este oficio, no pueden ni siquiera vivir de él. Y la función habla de eso que nos pasa: ¿por qué insistir tanto en algo que la propia inercia te va diciendo que no?
P. ¿Pasa factura en las relaciones que unos lleguen y otros no?
R. Yo tengo amigos que son como hermanos con los que estudié en la RESAD [Real Escuela Superior de Arte Dramático de Madrid] y que hemos trascendido eso. Nos han pasado un montón de cosas juntos. Al final, no hemos encontrado la manera de acompañarnos todos, pero entiendo que haya casos en que sea difícil. Es difícil asumir que al otro le vaya bien y a ti no.
P. Y que a veces depende solo de la suerte, de estar en la ciudad el día que hay una prueba.
R. O de quedarte en el bar hasta una hora en la que te presentaron a no sé quién y te habla de un proyecto. Son tantas cosas.
P. ¿Hay un golpe de suerte en su vida?
R. Desde luego. Carlos Vermut y Magical Girl. Y ojo, suerte y trabajo. Porque yo había visto sus cosas antes. Me había picado la curiosidad con él y me interesaba antes de que fuese conocido.
P. ¿Cómo fue?
R. Mi representante me llamó diciendo que me había llamado un tío, pero que él no sabía quién era, y yo: “¡Cómo! Claro”. Carlos no sé dónde me había visto, pero ni siquiera me hizo una prueba. Lo tenía claro. Nos fuimos a tomar una cerveza que se convirtieron en 15. Y de ahí surgió Magical. Pero qué bueno que se fijase, que me imaginase a mí en el papel. Eso sí que es una suerte. Y a mí me cambió radicalmente el viaje. Y el teléfono empezó a sonar.
P. Sacristán dice que el éxito en este oficio es poder decir que no.
R. Elegir. Yo tuve la suerte de que las cosas que me llegaron de repente me apetecían todas. Y dije que sí. Hasta que empecé a decir que no, porque estaba muy cansada.
P. ¿Es insegura?
R. Cada día que salgo al escenario convivo con la inseguridad, y eso es lo que también tiene interés.
P. ¿Por?
R. Porque si no, ¿para qué te pones ahí cada día delante de la gente? No lo veo. Ese vértigo me parece muy bonito, y me gusta verlo en el escenario. Me gusta ver gente frágil. Esa cosa de la perfección y tal me parece bastante aburrido.
P. Hace unos meses, Lola Herrera hablaba del impacto que provocó Función de noche, una obra de teatro en la que ella y su exmarido, Daniel Dicenta, hablaban a tumba abierta de todo lo que arrasó su matrimonio.
R. Claro, genial. Durísima.
P. Usted y su entonces pareja, el actor Israel Elejalde, protagonizaron una obra llamada La clausura del amor. No hacen de ustedes mismos, sino que interpretan dos papeles. Leo en la sinopsis: “La clausura del amor es una sinfonía del desamor, un ajuste de cuentas del corazón, una cuchillada en las entrañas que destroza aquello que una vez prometió ser eterno”. Y al terminar, rompieron.
R. Yo creo que tomamos un riesgo haciendo esa función. Nos hubiéramos separado de todas maneras, pero esa obra era profundamente desgarradora. Era poner sobre el escenario y en nuestros cuerpos, en nuestra boca y en nuestra alma, un universo muy duro. Pascal Rambert, el director, escribió esa obra y la interpretó él mismo con la mujer de la que se acababa de separar, que era el primer amor de su vida. Buf.
P. Y ustedes la hicieron juntos.
R. Imagínate. A veces pienso: qué curioso haber hecho esta función, y un año después estar separándonos. Creo que fue una buena despedida. Nos habíamos encontrado en el escenario, y de alguna manera, nos separamos en él. Chimpún. Y delante de todos. Ya no teníamos nada que decirnos, nos habíamos dicho todo.
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