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Barcelona, en busca del sol y hasta la bandera


Júntese una pandemia con un confinamiento municipal que no es el primero en los últimos diez meses (ya hemos perdido la cuenta). Una de las ciudades con más densidad de población de Europa como es Barcelona. Un estupendo domingo soleado precedido por otro de lluvia y una semana fría y gris. Niños y adultos ávidos de estrenar patinetes, bicicletas, cometas y redes de voleibol regalados por los Reyes. Y la sensación generalizada de ‘vamos a aprovechar que igual vienen curvas’.

El resultado son hordas de vecinos que quieren ver el mar, que salen a dar un paseo, a comprar el periódico, a buscar un pollo a l’ast, que van con los niños al parque, que aprovechan para estrenar los regalos, que tienen ganas de tomarse una cañita al sol, que se citan para hacer un picnic… Para preguntar a un epidemiólogo qué piensa de cada estampa.

Barcelona respiraba este domingo alegría ambiental y estaba hasta la bandera en muchos barrios. Zonas de columpios y toboganes de los parques, parterres de la Ciutadella, cualquier banco al sol, pistas para patinadores y skaters… y las terrazas de bares y restaurantes. Todo en orden, todo el mundo con la mascarilla puesta (salvo en las mesas de las terrazas), pero una cierta sensación de agobio en los puntos más abarrotados. Entre ellos, lo nunca visto, los carriles bici de subida y bajada al mar, como paseo de Sant Joan o Marina: saturados.

Parques infantiles en interiores de manzana, todo el litoral atestados —salieron los vendedores ambulantes de pareos, lateros y rick-shaws—, canchas del parque del Clot a tope, gimnasios de los espigones con cola para subirse a hacer flexiones, los abuelos que juegan al dominó y a las cartas en la plaza de Gaudí buscando sillas…

En la Barceloneta, atestada, estaban llenos los bares del interior del barrio; y los del paseo, al sol, para era para verlo. En el restaurante Salamanca, los camareros sacaban más mesas a la terraza. La cola de clientes en espera, larga. Y eso que los locales tienen apenas tres horas para abrir a mediodía.

Terrazas también llenas en el Raval, el paseo de Sant Joan, en la rambla del Poblenou (aquí, las distancias entre mesas son cuestionables en muchos casos) o la plaza de Sarrià, con gente sentada también en las escaleras de la Iglesia. Lo mismo en la plaza de la Virreina, en Gràcia, donde también hay iglesia y escaleras: con gente, igual. Los bancos, ídem. Delante del Macba, grupos aprovechando el sol. Y los skaters no faltaron desde primera hora en puntos como la Mar Bella o la plataforma del polideportivo de la Ciutadella, en el paseo de Circumval.lació.

En el Maremagnum, familias, bicis y patinetes, pero sin agobios. Poble Sec y Montjuïc, familias de paseo, más bicis, puertas abiertas en el museo Arqueològic, gente cantando en el teatre Grec. También se citaron como cada domingo músicos en la plaza Font d’en Fargas.

En días así, soleados y de cielo limpísimo, a la gente no le da pereza ni las alturas. Y aquí se lleva la palma el Turó de la Rovira, mirador excepcional y también concurrido. “La carretera de les Aigües también estaba ayer a petar”, explicaba Anna en el parque de Glòries. En lo alto del tobogán más grande había cinco adultos y 22 niños, contados uno a uno por quien esto escribe. “Sí que tiene un punto agobiante, pero al final estamos los del barrio, tenemos que salir con los niños. Yo tengo un huerto en Cabrera y no veo por qué no puedo ir y tengo que estar aquí con tanta gente”, lamentaba Anna. “Somos muchos, en algún sitio habrá que ponerse, ¿no?”, preguntaba Marta desde el Guinardó.

Entre la Barceloneta y la Vila Olímpica, Alexandra, que salió con unos amigos y los niños en bici, también sentía agobio y criticaba la gestión de las autoridades: “Es absurdo el cierre municipal, por qué cierran caminos de montaña, por qué no podemos ir a Castelldefels en bici… nosotros somos escaladores y podríamos estar colgados y solos en una pared”, lamentaba.


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