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Belicoso y racista


Desde que algunos partidos se proclamaron pacifistas, los demás somos, por oposición, belicistas. Me cuesta verme en ese grupo: fui objetor de conciencia, aunque me salvé de la mili por la campana que tocó Aznar; nunca he empuñado un arma de fuego, y lo más parecido que he visto a un bombardeo son las mascletás de mi pueblo. Ni siquiera he superado cierta aversión juvenil a los uniformes, y cuando me cruzo con un agente armado se me pone cara de sospechoso, pero desde que sostengo que los invadidos tienen derecho a defenderse de los invasores y que sería conveniente echarles una mano con armas y con lo que se pueda —sin renunciar por ello a la diplomacia—, a los ojos del frente político-intelectual de Unidas Podemos soy un tarado que ha visto demasiadas veces las películas de Rambo.

También soy un racista porque escribo columnas sobre Ucrania y no las he escrito sobre Yemen, Myanmar, Armenia o Malí. Si he dedicado alguna a Siria o a Palestina, se ha debido a cuestiones personales que he llevado a terrenos sentimentales. Qué demonios, me conmueve Ucrania porque está en la frontera de mi país, que es la UE, y porque le compro la fruta a una chica ucrania y en mi barrio hay un montón de ucranios. Si eso me convierte en un miserable alienado por la propaganda atlantista y en un narcisista del Primer Mundo ante quienes votaron en Estrasburgo contra el envío armas y de recrudecer las sanciones a Rusia, sea. No gastaré ni una frase en defenderme o justificarme. Prefiero equivocarme a solas con mis simplezas que acertar con quienes entienden tanto los detalles que acaban por no distinguir al invasor del invadido.

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George Orwell, que no solo apoyó el derecho de un pueblo a defenderse, sino que se ofreció él mismo a defenderlo y recibió por ello un disparo en Aragón, escribió en 1946, cuando la paz mundial aún estaba blanda: “La tendencia del pacifismo es siempre la de debilitar aquellos gobiernos y sistemas sociales que le son más favorables”. Como el pacifismo solo puede existir y expresarse en sociedades abiertas y libres, cuando estas se ven amenazadas, cruzarse de brazos y enredarse en sofismas solo beneficia al enemigo. Puedo soportar los insultos y las caricaturas, me da lo mismo la etiqueta que me pongan. Lo que no podría soportar es vivir bajo la suela de Putin ni contemplar cómo dejamos que aplaste a otros en la puerta misma de nuestra casa. @sergiodelmolino

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