Joe Biden no pasará a la historia como el presidente que ganó la guerra más larga de la historia de Estados Unidos, sino como el que la terminó 20 años después, convencido de que no había otra manera de salir de ella que saliendo, sin más. El presidente ha anunciado este miércoles la retirada incondicional y completa de las tropas de Afganistán en un discurso amargo, en el que ha asumido que seguir allí no permitía vislumbrar “resultados diferentes”. “Es el momento de que las tropas estadounidenses vuelvan a casa”, ha dicho. La decisión muestra el giro geopolítico de Biden, que prioriza los retos interiores del país y las amenazas exteriores directamente ligadas a ellos, que hoy por hoy se ven más encarnadas en China que en Afganistán y Oriente Próximo.
El Gobierno de George W. Bush lanzó la ofensiva sobre Afganistán en respuesta a los traumáticos atentados del 11 de septiembre de 2001 en las Torres Gemelas y el Pentágono, un ataque perpetrado por Al Qaeda, grupo terrorista cobijado por los talibanes. Para el próximo 11-S, 20 años después, Estados Unidos espera haber completado la salida del país, en un repliegue coordinado con los aliados de la OTAN. No se ha derrotado a los talibanes ni liquidado para siempre a Al Qaeda. Lo que ha pasado ha sido, básicamente, el tiempo.
“No podemos continuar con el ciclo de extender o expandir nuestra presencia militar en Afganistán con la esperanza de crear las condiciones ideales para nuestra retirada, esperando resultados diferentes”, ha dicho Biden este miércoles desde el Salón de los Tratados, el mismo espacio desde el que Bush anunció en su día el comienzo de la guerra.
Tanto el demócrata Barack Obama como el republicano Donald Trump trataron de abandonar el país, pero la inestabilidad del territorio los retuvo. “Soy el cuarto presidente de Estados Unidos que tiene tropas en Afganistán. Ha habido dos republicanos y dos demócratas, No le pasaré esta responsabilidad a un quinto”, ha señalado el actual mandatario, y ha justificado: “Es el momento de terminar con la guerra más larga, es el momento de que las tropas estadounidenses vuelvan a casa”.
El repliegue comenzará el 1 de mayo y se completará antes del simbólico vigésimo aniversario los atentados. La cifra de militares estadounidenses destacados asciente a 2.400 según los datos oficiales, aunque algunas estimaciones lo elevan por encima de los 3.000, más los 7.000 de la coalición.
El presidente demócrata ha prometido seguir apoyando al Gobierno afgano y mantener la misión humanitaria, pero EE UU da por concluida la misión militar, lo que ha despertado críticas por la situación de fragilidad en la que queda el Gobierno afgano y demuestra las prioridades de la nueva Administración. Trump ya había pactado con los talibanes completar el repliegue este mayo, Biden solo lo ha aplaza unos meses.
“Fuimos a Afganistán por un horrible ataque ocurrido hace 20 años, eso no puede explicar por qué deberíamos seguir aquí en 2021. Más que volver a la guerra con los talibanes, tenemos que centrarnos en los retos que determinarán nuestra posición y poder en los años venideros”, ha argumentado.
Biden se ha embarcado en una ambiciosa agenda de reformas económicas y sociales que los historiadores comparan con el New Deal de Roosevelt y la Gran Sociedad de Lyndon B. Johnson y que requieren toneladas de recursos y esfuerzo político. Al igual que lo creyó Trump, considera que el centro de gravedad de la política exterior debe primar más los peligros que representa China, desde la carrera espacial, a la comercial pasando por la básica red de suministro de semiconductores. Se trata de un giro en las prioridades hacia la agenda interior. No pasará Biden a la historia como el líder que resolvió el conflicto, porque buena parte de los objetivos de esa invasión se han incumplido, pero sí como el que soltó lo que para muchos es un lastre.
“Algunos insisiten en que no es el momento para marcharse”, ha apuntado el demócrata, pero “¿cuándo será buen momento para irse? -se ha preguntado- ¿en un año más? ¿en dos más? ¿en otros 10 años? ¿Después de 10.000, 20.000. 30.000 millones de dólares más?”. Minutos después, Obama ha enviado un comunicando apoyando su decisión. Ayer, Biden habló con él y también con Bush sobre el asunto.
Washington mira a China. El mismo miércoles que Biden se ha dirigido a los estadounidenses, y al mundo, para explicar la decisión sobre Afganistán, ha comparecido en el Senado el director del FBI, Christopher Wray, y ha explicado que la agencia se veía obligada a abrir una investigación sobre China “cada 10 horas”. “Y les puedo asegurar que no es porque no sabemos qué hacer con nuestro tiempo. Tenemos unas 2.000 investigaciones en marcha vinculadas al Gobierno chino”, ha dicho Wray. “No creo”, ha añadido, “que haya ningún país que represente una amenaza más seria a nuestra innovación, nuestra seguridad económica y nuestras ideas democráticas”.
La determinación de priorizar los esfuerzos en otros frentes se combina con una evidente fatiga del pueblo estadounidense hacia unos conflictos enquistados en países que suenan remotos para el ciudadano medio y que se han cobrado miles de vidas de soldados y billones de dólares de su presupuesto. En Afganistán han muerto 2.400 de sus militares y se ha invertido alrededor de un billón (unos 850.000 millones de euros). En Pensilvania, Wisconsin o Michigan importa más lo que ocurre con sus fábricas que lo que pasa en Kabul 20 años después del ataque que incitó esa guerra y 10 años después de que fuera liquidado el líder de Al Qaeda que urdió los atentados, Osama Bin Laden. Es un sentimiento que el republicano Donald Trump captó y refrendó y que su sucesor demócrata también hace suyo.
Biden no dice que los talibanes hayan sido derrotados, que el pueblo afgano esté a salvo o que la amenaza terrorista haya sido liquidada (si bien los servicios de inteligencia calculan bajos riesgos en suelo estadounidense). Lo que dice es que es el momento de terminar con la guerra más larga de la historia de Estados Unidos y de que “las tropas vuelvan a casa”.
El éxito o fracaso de esta decisión se podrá valorar con el tiempo en clave interna. Si no se produce ningún nuevo atentado con origen en dicho país, Biden será aplaudido; si ocurre algo que recuerde a la pesadilla del 11-S, el error manchará el recuerdo de todo su mandato.
Desde el punto de vista global y de derechos humanos, los detractores de esa medida no necesitan esperar. Los propios servicios de inteligencia estadounidenses ya han advertido de que los talibanes aprovecharán para expandir su poder y pondrán en apuros al Gobierno afgano. The Washington Post, por ejemplo, se pronunció con dureza este miércoles en el editorial dedicado al asunto. Bajo el título ‘Biden toma el camino fácil para salir de Afganistán. El resultado probable es un desastre’, el rotativo critica el “abandono” del pueblo afgano que creyó en la construcción de una democracia y alerta de que puede conllevar simplemente una restauración del statu quo de 2001 que podría acabar forzando el regreso de los soldados.
Biden, que prometió poner los derechos humanos en el centro de su plan de acción exterior, ha prometido proseguir con el trabajo humanitario y el apoyo al Gobierno del país, pero la decisión de retirar tropas evidencia no solo las nuevas prioridades de Washington, sino también la nueva forma de estar en el mundo que la primera potencia mundial lleva años defendiendo. Ha insistido, eso sí, que Estados Unidos no perderá la vista a la amenaza terrorista bajo ningún concepto. Tras el discurso, se dirigió al cementerio de Arlington a presentar sus respetos a los caídos en esa guerra de 20 años.
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