El presidente Joe Biden ha aterrizado la mañana del domingo en la base militar de Dover, en el Estado de Delaware, para presenciar por primera vez la llegada a Estados Unidos de soldados caídos en su mandato. Biden, junto a la primera dama Jill Biden, se reunió con las familias de los 13 militares fallecidos tras el ataque terrorista suicida del aeropuerto de Kabul del jueves. Entre los muertos, dos de ellos mujeres, se encontraban 11 marines, un médico naval y un soldado de la Armada. La mayoría de ellos hicieron el viaje a Afganistán desde Camp Pendleton, la principal base de entrenamiento de los Marines en la costa oeste.
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El mandatario y la primera dama, Jill Biden, saludaron con solemnidad mientras un grupo de soldados trasladaban desde un avión de carga del Ejército los ataúdes envueltos en la bandera de Estados Unidos de cada uno de los soldados muertos en el ataque perpetrado por un suicida integrante de ISIS-Khorasan, el brazo armado del Estado Islámico en Pakistán y Afganistán. Biden, quien vestía un traje y corbata negros, no presenciaba una ceremonia de este tipo desde noviembre de 2016, cuando como vicepresidente viajó a la misma base aérea para presenciar la llegada de los restos de Tyler Iubelt, otro joven muerto en la base militar de Bagram. El sábado, el presidente calificó a los caídos en Kabul de “héroes que han hecho el último sacrificio en servicio de los más altos ideales estadounidenses”. Son los primeros estadounidenses asesinados en el extranjero desde marzo de 2020, un hecho que ha causado duras críticas a la Administración.
La sargenta Nicole Gee, de 23 años y originaria de California y Rosario Pichardo, integrante de la Marina, de 25 años estaban entre las bajas. Las soldadas se encargaban de revisar a las mujeres y niños que llegaban al aeropuerto de Kabul con la esperanza de abandonar el país. La mayoría de los militares muertos en el atentado con 170 víctimas eran veinteañeros de diferentes Estados y orígenes. Cinco soldados tenían 20 años, no suficientes para pedir una cerveza en un bar de su país. Ellos eran los californianos Dylan Medina; David Espinoza, de Río Bravo (Texas); Jared Schmitz de San Carlos (Misuri) y Rylee McCollum, de Jackson (Wyoming). El resto de las víctimas eran Darin Hoover, de 31; Hunter Lopez, de 22; Daegan Page, de 23; Humberto Sánchez, de 22; Maxton Soviak, de 22, y Ryan Knauss, de 23.
Mitch McConnell, el líder de la mayoría republicana en el Senado, calificó el domingo la retirada de tropas como “una de las peores decisiones de política exterior en la historia de Estados Unidos”. “Mucho peor que Saigón”, dijo en una entrevista en el conservador Fox News, en referencia al desastroso epílogo de las fuerzas militares estadounidenses en Vietnam en abril de 1975. Otros legisladores del mismo partido consideran que el presidente carecía de un plan de evacuación y han criticado a la Administración de compartir el nombre de ciudadanos estadounidenses y afganos con permiso de residencia con los talibanes encargados de vigilar el perímetro de seguridad del aeropuerto Hamid Karzai.
La Casa Blanca ha informado este domingo de que evacuó de Kabul a 2.900 personas entre la madrugada del sábado y las tres de la mañana del domingo. Unas 2.200 fueron abandonaron el país en 32 vuelos militares y 700 más en viajes coordinados por los aliados de Estados Unidos. De esta forma Washington apuraba las últimas horas antes de que finalice el plazo que se impuso para la salida de las tropas de Afganistán, este martes 31 de agosto. En las últimas dos semanas, tras la caótica salida decretada por Biden, las fuerzas estadounidenses han evacuado a casi 120.000 personas entre norteamericanos y afganos. El Departamento de Estado ha informado que aún hay 250 personas que han pedido abandonar el país y que esperan su salida en las próximas horas.
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