Muy malo tiene que ser un documental sobre un artista que no contenga, al menos, una escena que sirva como resumen del todo. El problema llega cuando, tras ver la cinta, es imposible elegir el momento que mejor define al artista o, al menos, a la pieza que se ha construido sobre ese artista. Eso exactamente es lo que sucede tras terminar de ver los 150 minutos de The World’s a Little Blurry (El mundo es un poco borroso), la cinta sobre Billie Eilish que ha dirigido R. J. Cutler (The September Issue, Nashville) para Apple TV +. La profusión de escenas definitorias del carácter del personaje, de su evolución, de su pensamiento y de sus sueños y pesadillas es apabullante. Billie en la habitación componiendo música junta su hermano Finneas. Billie en el jardín de casa utilizando a su madre como doble –de fondo, su padre reciclando la basura– para ensayar las ideas que tiene para el vídeo de su canción When the Party’s Over. Billie en el rodaje del vídeo de When the Party’s Over susurrando a cámara, tras escuchar las indicaciones del director, que los próximos vídeos los dirigirá ella sola. Billie hablando de la soledad en un camerino en París.
El nivel de intimidad y de realidad es tan grande que incluso cuando la estadounidense aparece respondiendo preguntas de la prensa en Barcelona parece que está confesando algo casi clandestino. Normalmente, en los documentales sobre músicos, el material que se tiene de ellos, o más bien, el que ellos y su equipo de 30 asesores, 15 publicistas, ocho managers y una docena familiares y amigos con derecho a veto ha permitido que se incluya en el metraje final, es escaso y casi siempre superficial. Entonces, se utilizan los números musicales como trampa para que el espectador se olvide de que vino a ver una historia nueva y le están calzando una sucesión de canciones viejas. Aquí sucede justo lo contrario. Uno agradece que haya interludios musicales porque dan espacio para pensar y saborear lo que se ha visto antes y también para prepararse para lo que puede venir después. El manual dice que 90 minutos de documental musical se justifican con una escena sobre la que comentar algo. Billie Eilish y R. J. Cutler se ríen bien fuerte de lo que dice el manual.
The World’s a Little Blurry es un gozo para el espectador, incluso para el más neutral. También es una canallada para las demás estrellas del pop. Al menos, para las que aún creen que la cercanía se puede fingir. Con la llegada de las redes sociales, los publicistas de estas grandes estrellas vieron el cielo abierto. De golpe, tenían una forma barata y efectiva de comunicarse con sus fans dominando el discurso. Ya no debían utilizar a la prensa, con el riesgo que significa dar de vez en cuando con un periodista independiente, para transmitirlo, sino que podían manejarlo desde su cuenta de Twitter. Se creaba así la falsa idea de que se mataba al intermediario, un sueño húmedo del tardocapitalismo, pues era la misma estrella, con su iPhone y sus deditos, la que contaba toda su verdad directamente al público. Aquella mascarada funcionó durante un tiempo. Gracias a ella, gente como Beyoncé logró que el público creyera que sabía cómo era y qué pensaba sin malgastar ni un minuto de su vida en hacerle saber a ese público nada de ella. Este documental deja en evidencia todas aquellas estrategias. Aquí no parece haber estrategia ninguna. De hecho, a veces, el ritmo se pierde por culpa del exceso de contenido. Suéltame el brazo, Billie.
Obviamente, hay momentos coreografiados a mayor gloria de esta ganadora de cinco Grammys, como el cuando le toca saludar y hacerse fotos con una pléyade de señores importantes que no conoce de nada y no puede más que explicitar su disgusto, para justo en la escena siguiente aparecer en una tienda de Nueva York abrazando a su fans, encantadora, emocionada. Tu música me ha salvado la vida, Billie. Pero sobre todo, hay una adolescente de Los Ángeles enseñándonos el cuaderno en el que compone sus primeras canciones y señalando que algunas son dibujos, mientras su dedo se posa en lo que es la recreación de un pene. O una Billie, ya a lomos del éxito mundial, regañando a su madre porque no quiere que la obliguen nunca más a hacer cosas que no quiere. Siendo una niña, en fin. Pero sería un error muy paternalista creer que este documental va sobre la vida de una adolescente y con ello permitirnos hacer juicios de valor sobre ella y su generación, que es lo que se lleva mucho ahora: adultos convencidos de que saben de qué van los jóvenes porque les hacen gracia las canciones de Rosalía o saben quién es Ibai Llanos. Este documental trata de cómo toda la industria de la música nos ha tomado el pelo con la aquiescencia de los artistas. No es ni una hagiografía ni una venganza. Y ahí se encuentra su gran mérito. Somos espectadores, no clientes.
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